Bienestar

El cáncer del que nadie se muere

Elena Faba Zamora
@elenafaba 

Mi nombre es Elena Faba, tengo 33 años y durante la gran mayoría de mi vida todo había salido de acuerdo con mis planes.

Como generación, hemos aprendido a perseguir espejismos de felicidad llamados planes: parámetros por los cuales medimos nuestro éxito y nos validamos como personas. En mi caso, dichosamente, la vida me dio un sinfín de privilegios, dones y talentos que pude aprovechar al máximo para diseñar la vida que quería vivir. Hace 3 años iba en un tren a máxima velocidad, cumpliendo plan tras plan. Acababa de regresar a Costa Rica después de vivir dos años en Madrid, trabajar con clientes globales y estudiar una maestría en Marketing Digital. Llegando a Costa Rica empecé a emprender, y desde el inicio me empezó a ir bien. Contaba con un trabajo lleno de propósito y con una serie de clientes que me habían permitido contar con una salud financiera estable. Por otro lado, después de 5 años de relación, me casé con la persona que más amaba, tuve la boda más hermosa posible, y poco tiempo después, me encontraba cumpliendo otro plan de vida: después de años de ahorrar logré juntar la prima para comprar un lote.

Poco iba saber que justamente un mes después de mi boda, me anunciarían una terrible noticia: Me habían diagnosticado con cáncer papilar de tiroides, o como dice el personal médico: “El cáncer del que nadie se muere”, y es así como en noviembre del 2018 tuve mi tiroidectomía total y poco a poco empecé a notar cómo mi vida empezaba a salirse de control. 

Los primeros cambios fueron meramente físicos. Me encontraba constantemente agotada, deprimida, subí de 9 kilos de una semana para otra y mi temperatura corporal cambiaba minuto a minuto. “Nada de lo que no me pudiera recuperar”, pensé en aquel momento.

Pero lo que no nos dicen del cáncer papilar de tiroides es que, aparte de ser el cáncer del que nadie se muere, también es uno de los que más rápidamente se regeneran. Dos meses después de mi tiroidectomía, me anunciarían del hospital, que una vez más el cáncer había vuelto, y por su tamaño (superior a un centímetro), tenían que operar por segunda vez.

 En este momento empiezo a notar más descontrol en mi vida, en mi entorno principalmente.

Empecé a perder la mayoría de los clientes con los que contaba y por lo tanto empecé de inmediato a perder mi estabilidad financiera. Por otro lado, después de tan solo 7 meses de matrimonio, 2 semanas antes de mi segunda operación, mi esposo (en aquel momento) decide huir sin dejar rastro y dejarme sola con mis perros, mis deudas y mi enfermedad. De un día para otro, ya mis planes de vida no eran sus planes de vida. Es así como 2 días antes de mi segunda operación me encontraba completamente quebrada económicamente y en espíritu, con una depresión peor que nunca, firmando los papeles de la adquisición del lote y mi divorcio, irónicamente el mismo día. 

Pasé por mi segunda operación, y por mi segunda recuperación. Tuve que dejar mi apartamento, regalar a uno de mis perritos y mudarme de vuelta con mi madre, que me acogió con sus brazos abiertos y quien se convirtió en mi principal compañera de lucha. Ahora me encontraba en pausa, otra vez, esperando que me llamara la Junta Médica, para que ojalá me administraran el tratamiento de yodo radiactivo (procedimiento para eliminar ganglios o tumores menores a 1 centímetro). Sin embargo, en su lugar, me anunciaron que un nuevo tumor había aparecido en cuestión de 3 meses y, por su tamaño, debían volver a operar. Me dijeron también que, en esta ocasión, era muy probable que perdiera mi voz por la cantidad de operaciones en mi garganta en tan poco tiempo.

Con mucho miedo e incertidumbre, me enfrenté a mi tercera operación, esperando que la tercera fuese la vencida. En este punto, yo daba por un hecho que iba a recibir yodo radiactivo pronto, así que –como de costumbre– me dediqué de nuevo a planear qué iba a hacer para celebrar mi remisión. Compré tiquetes de avión y alisté mis maletas, sin saber que a las pocas semanas recibiría la llamada que estuve esperando desde un principio: la llamada de la Junta Médica.

Emocionada por recibir buenas noticias respecto a mi tratamiento, asistí al hospital sola, y allí me anunciarían que habían removido un nódulo incorrecto y que el cáncer todavía estaba en mi garganta …pero lo bueno era que no me iba a morir de esto. Una cuarta operación se asomaba, y mis planes de remisión se caían junto con mis esperanzas de año nuevo, especialmente cuando poco tiempo después pasaría algo que nadie nunca vio venir: El Covid-19. Y por lo tanto, el cierre de fronteras médicas y la saturación de los hospitales públicos del país.

En este punto decidí rendirme al viaje. Me sentía tan cansada, tan deprimida, tan deteriorada y desgastada de luchar sin parar contra las olas que me reventaban una tras otra.  Fue en este punto que decidí  voluntariamente soltar el control, la ansiedad, los planes y expectativas. Me di cuenta de que entre más planes hacía, más daño me estaba haciendo a mí misma, porque me estaba convirtiendo en la víctima de mis propias expectativas. Había perdido tanto en este viaje de dos años que la vida me estaba enseñando a soltar sin siquiera saberlo. Fue aquí donde entendí la diferencia entre perder y soltar. 

Soltar es lo opuesto a perder, ya que soltar requiere un ejercicio voluntario que hay que poner en práctica cada instante de nuestras vidas, que se fortalece como un músculo y que como un músculo, aprende. Soltar nos permite ser lxs protagonistas de nuestra historia en lugar de las víctimas, ya que al perder es mi decisión soltar y dejar ir, o aferrarme a las cosas y seguir sufriendo. Soltar también es sumamente doloroso, ya que creamos apegos con planes, cosas materiales y hasta personas que idealizamos, que cuando las perdemos, nos rompemos, porque nadie nos prepara para dejar ir.

Suena muy bonito y sencillo… pero, ¿cómo se come eso? 

  1. a) Primero, procuro reconocer y aceptar silenciosamente lo que estoy sintiendo (ira, ansiedad, preocupación, inseguridad), por lo tanto observo mis emociones y las entiendo. No las trato de controlar.
  2. b) Vivo esas emociones (si quiero llorar, lloro; si quiero descansar descanso, si puedo tener una conversación difícil con la persona que quiero, lo hago), o simplemente en muchas de esas ocasiones (en las que a veces ni vale la pena) dejo ir esas emociones y por lo tanto, suelto el problema.
  3. c) No dejo espacio ni tiempo a mi cerebro de seguir racionalizando o preocupándome por cosas que aún no ocurren, por percepciones que tal vez sean completamente subjetivas, o por situaciones que finalmente están fuera de mi control: desde la actitud de alguien en el supermercado, hasta una pandemia mundial.

Finalmente encontré paz en soltar y dejar ir el control. 

Lo más interesante de todo esto es que justo en el momento en que decido soltar y dejar ir, la vida me empieza a sorprender cargada de buenas noticias. 

Con los hospitales saturados y en medio de una pandemia global, recibo una llamada del hospital de que me iban a poder operar por cuarta vez de manera expedita. Me sometí a la operación y tuve resultados exitosos (empezando porque sí me sacaron lo que quedaba de mi cáncer). Empiezo a recuperarme rápidamente, y de nuevo, me llaman poco tiempo después para aplicarme el muy esperado tratamiento de yodo radiactivo de un día para otro (experiencia que si bien es dolorosa y desgastante, ¡por fin estaba por cerrar un ciclo!).

Unas semanas después me recupero del tratamiento y puedo ponerle más fuerza y ganas a mis proyectos (como mi emprendimiento, que estaba atravesando tiempos muy difíciles debido a COVID-19) lo que además resultó en un incremento de oportunidades de trabajo lleno de propósito, y por lo tanto, finalmente vuelvo a contar con una estabilidad financiera saludable.

 Hoy celebro a una Elena más resiliente y madura, más desapegada y menos exigente, que poco a poco va sanando sus múltiples cicatrices llena de paciencia y compasión hacia sí misma. Una Elena que pasó por donde asustan, tocó fondo, comió mierda y ahora, renace con un millón de herramientas que sin saber me servirían para hacerle cara a un 2020 muy retador. Tengo una vida llena de amor, mascotas, amistades incondicionales, una familia fuerte y unida, un apartamento lleno de plantas y vida, con una pareja que apoya mis sueños y un pequeño amigo de 11 años con quien puedo ver Ru Paul’s Drag Race y jugar Among Us.

Este 2020, para mí, ha sido un año magnífico, del cual estoy sumamente agradecida. Hace 2 años, el personal médico me advirtió que iba a perder mi voz, y después de 4 operaciones de cáncer en la garganta en dos años, mi voz es hoy más fuerte que nunca.

Hoy más que nunca tenemos que aprender a reconocer de manera diaria que la mayoría de las cosas que pasan no están bajo nuestro control, y debemos fluir con las circunstancias para poder sobrevivir.

Después de un tiempo, y mirando para atrás, va cobrando sentido todo el dolor por el que pasamos y los obstáculos que la vida nos pone. Espero que dentro de unos años todxs ustedes puedan ver hacia atrás, a ese momento cuando pasamos por donde asustan y, en lugar de preguntarnos ¿por qué me está pasando esto a mí? Nos preguntemos ¿para qué me está pasando esto a mí? ¿qué tengo que aprender ante la adversidad? ¿Cómo este cáncer, esta pandemia, esta perdida me está dando más herramientas y está abriendo espacio para que mi vida cambie y sea más plena? 

 ——————— 

Elena Faba Zamora / elena@efectoboomerang.com

Mujer resiliente, emprendedora, soñadora y creativa. Sobreviviente de cáncer papilar de tiroides. Co-Fundadora de Efecto Boomerang. Consultora en Comunicación de ONU Mujeres. Máster en Marketing y Negocios Digitales. Caminando por donde asustan y dándole luz a quienes pasan.


Artículos Relacionados