Texto por Shi Alarcón
Foto de portada por JP Monge.
Cuando tenía 15 años tenía ganas de comerme al mundo y de ahogarme en él. A veces me repito que, si tuviera la posibilidad de regresar a esa edad, tal vez lo haría diferente pero cuando me veo en lo que me he convertido, me da susto regresar y no hacerlo tan mal como en esa oportunidad y ser un adulto normal.
La gente dice que cuando uno es adolescente, no sabe lo que quiere y yo refuto esa idea porque cuando una tiene 15 sabe lo que quiere. Lo sabe sin ruidos, sin modas, desde la autenticidad, con deseos transparentes de cuando una cree que tiene poderes y logrará lo que quiere.
Cuando unx lo dice en voz alta o lo comparte va teniendo una dosis de realidad. Le dicen que está locx (como si eso fuera algo malo), que no se puede, que nadie vivirá de eso, y un sin fin de razones más para que uno se mesure con el cis-tema.
Yo no le dije a nadie sobre mis sueños, tal vez ahora grande, más recientemente, los he comentado una que otra vez, pero hace casi 18 años, cuando me sentía rendida por la vida y no le encontraba sentido a lo que hacía, escribí una lista, una lista de sueños honestos sobre lo que quería. Cuando levantarme para ir al cole no tenía sentido, revisaba mi lista y un dibujo que había hecho con mis pocas habilidades artísticas que habían sido vilmente no cultivadas. (Hice un dibujo para que imaginen.)
Esa lista me acompañó algún tiempo, cuando no tenía fuerzas para ser, veía mi lista y mi dibujo, y seguía el rumbo (a veces de hueco, con cuesta o en reversa) luego no le encontré sentido y decidí literalmente, mandarme la vida por un tubo.
A los 17 años, decidí que ya no podía seguir con el tubo y empecé a buscar recuperarme. Busqué la lista en mi escondite secreto, la leí y empecé un viaje al que yo llamé mi segunda vida (tengo 4 en esta edición).
Cuando ya el barco estaba más o menos bajo control, revisé la lista y me di cuenta que el primero de esos sueños estaba medianamente cumplido, así taché una parte, pero le hice cambios, porque en vez de arquitectura terminé en sociología. Guardé la lista y, a veces, cuando me sentía derrotada o con malas energías, la sacaba y me daba aliento para seguir en el camino (correcto o no, pero, a fin de cuentas, era el mío).
Los años avanzaron y fui tachando sueños de la lista. El año pasado la lista llegó de nuevo a mis manos junto con cosas que no ocupaba, ahí estaba todavía (Marie Kondo 0 – Shi 1). La revisé y me di cuenta de que podía tachar prácticamente la última cosa que quedaba en la lista. Desde hace unos meses estoy a punto de tacharla por completo, porque estoy en la aventura de cumplir mi último sueño.
Por un momento fue tan satisfactorio decirle a la mae de 15 de tenis Converse: ¡lo logramos bebé! Tres días después, la adultez me envidió, con un sin fin de preguntas ¿y ahora qué? ¿Cuál es el camino? ¿Si ya lo logré para que voy a seguir viviendo? ¿Si en mis próximos 18 años en vez de cuidar mis sueños lo echo a perder?
Terminé en terapia hablando del derecho a la eutanasia no solo por enfermedad sino por satisfacción. Si logré las metas, ¿para qué más? Recibí dosis de motivaciones para que me pusiera más metas, que fuera más allá, que viene la mejor época y de nuevo: más dudas. Sobre todo, dos preguntas: ¿Cómo me reinvento? ¿Cómo me supero a mí misma? Digo, la travesía de cumplir los sueños de alguien de 15 me había tomado 18 años. ¿cómo sería cumplir los de alguien de 33?
Soñé despierta, me volví loca, hice miles de escenarios: pegándome la lotería, siendo ministra, estando en política, siendo académica, siendo soltera, siendo casada, con hijxs, siendo música, en otro planeta, salvando al mundo de los zombies, me invadía la ansiedad de tener otra lista, la autoexigencia me desgarraba y fue cuando me di cuenta que la cordura me estaba matando.
Reconocí que tal vez la lista de sueños no tenía que ser cuesta arriba, no tenían que hacerme más o mejor, sino simplemente feliz.
En ese momento, se iluminó la habitación, música de fondo, mi corazón regresó a su ritmo, recobre la certeza de que esos sueños de 15 más que sueños utópicos (para alguien de mi clase, de mi edad y en mi deplorable condición) eran lo que pensaba que me podían hacer y ser feliz.
Ahora a los 33 pensé en qué me haría feliz, y pensé en todo lo que no hice porque no tuve tiempo, porque no deja, porque hay que aprender, porque no tengo la disciplina, porque no sé para qué sirve y luego ante todas las dudas, me respondí esto: para ser feliz, mi resistencia es ser feliz.
Así que les comparto mis metas cuesta abajo, que tarde o temprano llegarán, la ventaja es que ya sé que pueden modificarse, eliminarse y no siempre dependen de mí. Aunque el cis-tema nos quiera culpar con normativas, mandatos, la realidad es que solo nosotrxs vamos a poder decidir cuándo y qué queremos trans-formar de nuestros mundos. Al fin y al cabo, como dice la diosa Susy Shock: ¡no queremos ser más esta humanidad: que otrxs sean lo normal!