literatura

Viernes trece -En el marco del coronavirus y el cautiverio voluntario-

Por Diego van der Laat

“snap back to reality, oh, there goes gravity”

Eminem

  1. Viernes trece. Segundo día del cautiverio voluntario. Un huevo revuelto, una tostada sin mantequilla, cuatro naranjas exprimidas, un banano, dos pastillas efervescentes de 500 mg de vitamina C (cada una) y dos pastillas de 500mg de Metisoprinol (cada una). Escribo esto desde el privilegio de poder enlistar esas cosas.

 

  1. Mi cama está a 4 pasos de mi escritorio (acabo de contarlos). Tengo un año y medio de trabajar desde casa. Estoy a 12 pasos de mi cocina, serían menos si pudiera avanzar en línea recta, pero tengo que rodear la mesa de trabajo adonde escribo esto. Mi refrigeradora tiene comida, no tengo que salir por nada. A tres metros está el baño, cuando abro la llave del agua, sale agua. Si extiendo mi brazo y le doy vuelta a la perilla de la lámpara, la lámpara se enciende y llena el cuarto de luz amarilla. Supongo que escribo esto desde el privilegio de poder escribir estas cosas.

 

  1. En todo caso, es raro. El 12 de febrero leí un post de un amigo que vive en China. Eso que escribió (y que en su momento no entendí) me pareció ficción, pero no lo era, nos íbamos a dar cuenta unas semanas después. Anoche estuve un largo tiempo pensado si volvía a ver Melancholia de Lars von Trier o El Ángel Exterminador de Buñuel. Por un rato pensé que ver alguna de las dos me iba a ayudar a entender algo, pero luego decidí no ver nada y encendí un radio de onda corta para escuchar conversaciones ajenas. Eso tampoco ayudó.

 

  1. Esto lo escribo de una vez: quedarse en casa para “evitar” el contacto humano. “Evitar” el contacto para bajar la curva de contagio. “Evitar” el contagio para que los hospitales puedan atender a quienes de verdad lo necesitan. Es básicamente eso. No sea estúpido, no sea “inmortal”, no vaya a bares, ni eventos, nada le cuesta, lávese las manos de esa condena incierta de que por su culpa se murió el abuelo de alguien más. Lávese las manos. Haga el esfuerzo. Todos somos egoístas, pero en esto no lo seamos. Por ahora: cuide y cuídese.

 

  1. He salido un par de veces, tengo que confesar que es una maravilla no tener que saludar a nadie. El sentido del humor, barato y al alcance de la mano, me impulsó a escribir eso que acabo de escribir. Que mal sentirse bien por no “tener que saludar” a nadie cuando se entra a una reunión o a un supermercado. Decir, —¿qué era de-por-sí esa saludadera de antes? —. Qué barato Diego, qué imbécil. ¿Si la situación se agravara, entonces? Cuando perdamos el privilegio de saludarnos, de demostrar afecto físico, cuando se nos obligue a esta distancia por meses, entonces el chiste se va a volver una condena: todo mal.
  1. Al cuarto día de cautiverio voluntario el tiempo sigue siendo el mismo, pero pareciera tener más tiempo, es raro. Ahora me encuentro a mí mismo pensando por qué antes se nos tragaban las medias, y no tanto eso, sino que ¿por qué ya eso no pasa? Luego pienso que talvez usábamos zapatos más grandes para que nos “rindieran” mientras nos crecía el pie y entiendo:  zapato grande + media floja x el movimiento del pie al caminar = media tragada. ZG + MF x MP = MT. Escribo esa fórmula en una pizarra y me siento productivo.

 

  1. Cecilia (mi hija menor) me dice que el virus tiene puesta una corona y que por eso cuando entra en el cuerpo nos raspa la garganta. —Es la corona del virus lo que duele —eso me dice mientras se señala el cuello con su dedo pequeñito.

 

  1. En mi mesa de noche hay dos libros: Moby Dick, que encalló ahí hace siglos y que cada cierto tiempo retomo y avanzo y disfruto. Encima del tomo grueso y pesado está One Hundred Apocalypses and Other Apocalypses de Lucy Corn, ese no lo he abierto.

 

  1. Esteban caminó desde Escazú, pasó a visitarnos y dejó que Amalia (mi hija mayor) y Cecilia le llenaran el brazo de tatuajes falsos. Él no se dio cuenta, pero por un rato llenó la casa de luz y buen aire.

 

  1. Iba a venir gente que no vino. Apagué las noticias apenas las puse. Escogí poner en repeat “It´s not dark yet” de Bob Dylan, porque me recuerda un invierno en una isla, días en que a las tres de la tarde ya era de noche, días en los que me sentí muy solo.

 

  1. Paula y yo hicimos un support group, nos declaramos escritores a los cuarenta porque sentimos que nos queda poco tiempo. En el grupo solo estamos ella y yo, nos damos support el uno al otro.

 

  1. En el cautiverio voluntario enciendo mi computadora y escribo cosas como: tengo 40 años, tengo dos hijas, vivo solo. A veces siento que me estoy desarmando a pedazos. Me senté por 15 días con la pierna cruzada y me dormí un pie hasta su muerte, ahora es un estado separatista, la república independiente de mi pie derecho, esa que no obedece, que no responde cuando se le llama por su nombre. Vivo solo pero no me siento para nada solo. Me cuesta mucho trabajo creer en algo absoluto o indivisible o garantizado. No logro digerir Taco Bell y no sé por qué insisto en intentarlo. A mis cuarenta todavía me despierto con miedo en mitad de la noche, es la misma sensación de antes, solo que ahora el miedo es otro. Ahora me frustro menos porque tengo menos ambiciones y me reconforta saber que eso no es mediocridad. A mis cuarenta sé que estoy más allá de la mitad de mi vida. Todavía me equivoco cuando canto el himno nacional, sobre todo en la primera estrofa, tercera línea. Le temo más a la vejez que a la muerte. A mis cuarenta reconecté de una forma inimaginable con mi madre. Ahora los de treinta me ven hacia arriba y los de cincuenta hacia abajo. Ya tuve hijos, ya escribí un libro, pero todavía no he sembrado un árbol, siento que si lo hago me muero en el acto. Ahora empiezo mis listas de cosas-por-hacer con el punto #1: hacer una lista de las cosas-por-hacer, luego lo tacho, contento por estar avanzando en algo. No sé mi tipo de sangre. A mis cuarenta no recuerdo ninguna fecha importante de nada que no tenga que ver directamente conmigo. A mis cuarenta parezco de cuarenta, perdí la ventaja que tuve en algún momento: el babyface. A mi edad me llama más la atención el diablo que dios y me parece alucinante que eso pueda escandalizar a alguien. A mis cuarenta me hice adicto al gluten, solo para llevar la contraria. Luego cierro la computadora sin haber llegado a nada.

 

  1. 10 sentadillas, 10 abdominales, 5 lagartijas, 5 planchas, 7 zancadillas.

 

  1. Soy hipocondríaco, hablan en la tele de estornudar y estornudo. Por maña y necedad también toso, pero lo hago en voz baja, para que los vecinos no escuchen.
  1. [sg_popup id=”5765″ event=”inherit”][/sg_popup]En Italia la gente canta desde sus balcones, en España se aplaude desde casa a los trabajadores de los centros hospitalarios. Es fuerte ver al mundo unido en algo.

 

  1. Digo: uno. Mientras sonrío sostengo la única carta que me queda frente a la mirada derrotada de Amalia y Cecilia. La primera deja caer sobre el pozo un “come 4”, la segunda lo sostiene y le añade otro “come cuatro” y nada, yo, de un huevo, “como 8”.

 

  1. Crecí creyendo que iban a haber tres días de oscuridad, no entiendo cómo, pero los adultos también lo creían. Sí, creían en la profecía de una virgen que ya no recuerdo de donde venía. Creían que la tierra se iba a detener, que el sol no iba a salir por el horizonte. No tenía ni pies ni cabeza. Si nosotros íbamos a tener tres días de oscuridad, entonces otros iban a tener tres días de sol, es decir, también otros se quedarían por 72 horas atrapados a las tres de la mañana o alguna otra hora horrible. Creían que había que comprar candelas benditas, solo esas que vendían en la parroquia iban a encender durante esos tres días. Creo que es por eso que soy víctima fácil de las teorías de conspiración: me encantan.

 

  1. Escribo todo esto desde el privilegio de poder quedarme en casa, de ayudar no participando. Cuento los pasos que hay hasta mi cama, enlisto lo que tengo en la refrigeradora. Al otro lado del teléfono la voz de mi mamá me dice que —todo va a estar bien— y yo le creo.

 

  1. Las “chuzas”, en el boliche de al lado, suenan como las olas de un mar lejano. Eso, o como si alguien batiera en el aire un whisky gigante con hielo, un whisky grave, gutural. Hay gente jugando boliche. Hay gente tomando en los bares. Hay gente en los hospitales, en las fronteras. Hay gente encerrada en la casa. Hay gente que se queja si la Fanal deja de hacer Guaro para hacer alcohol en gel. Hay gente que se queja si cierran las escuelas, hay gente que se queja si no las cierran. Hay gente que se queja de la gente que no se está tomando esto en serio, hay gente que se queja de la gente que se lo está tomando en serio. Hay gente en el piso de arriba, gente en el piso de abajo. Hay gente en la calle, los escucho. Cuento los pasos que doy, y mientras lo hago, pienso que hay gente aún, por dicha.

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