Por Chino Salom
Me disculpo de antemano si les desilusiona, el que le hayan ‘dado chance’ a este artículo con la expectativa de leer algo sobre el mejor cantautor de la historia del rock en español, pero me apuro a aclarar que no hablaré ni siquiera de lo que ‘Gujtavo’ ha significado en mi vida como músico y como escritor.
Esto va de lo que he aprendido de Cerati, mi gato.
Ok, por si siguieron leyendo, quiero darles el contexto visual: Cerati, es el legítimo “gato amarillo” con rayas oscuras, para mejor referencia: el Gato con Botas de Shrek. Igualito. El contexto afectivo es que lo llevé a vivir conmigo (con o sin su consentimiento) desde que era ‘un pulguillo’ de apenas meses, solitario.
Por ahí del 2015 me apareció todo flaquito, tierroso e hiper-maullador, exigiendo (no pidiendo) comida, en la mesa de un restaurante en la cual estuve sentado con un grupo de amigos, en las faldas del Cerro de la Muerte. Al menos cerca, no había ni remotamente rastros de hermanitos ni madre, y la pura verdad, me insistieron en adoptarlo simplemente porque tenía las condiciones de darle un hogar. No me pude resistir a sus ojitos (como los del Gato de Shrek, pero en versión “más necio y escandaloso”), a su simpatía, y sobre todo al hecho de que Lisa mi perra (grandulona ‘raza-única’) que andaba conmigo en el paseo, lo chupeteó y simpatizó con él desde el primer momento. Movimientos de cola a toda velocidad de ella, y notable indiferencia de él. Me recordaron a Oddie y Garfield.
Desde ese día, Cerati (el necio adorable) casaca #1, se convirtió en parte de mi núcleo, cuya alineación es: Adri con el 10 (amor de mis amores); Lisa (la escapista) con el 3; y la nueva estrella del equipo, Marcelo (nuestro hijo humano) con el 9, quien nos llegó recién el año pasado. Pero la convivencia intensa y profunda con mis mascotas, antes de recibir un bebé, me permitió cobrar consciencia del nivel de amor y de sacrificio que algunos somos capaces de dar por estos “peludos de 4 patas”. Sencillamente transformaron mi vida, y mi manera de verla.
Yo crecí en medio de padres amorosos quienes me dieron todo y más, rodeado de otros seres humanos adorables como primxs, tíxs y abuelxs, pero nunca como niño experimenté la convivencia con mascotas, y agradezco haberme dado ese chance. Mi primer aprendizaje de ese momento fue que: (así como Ed Sharpe and the Magnetic Zeros cantan “hogar es dondequiera que estoy con vos”), familia es todo ser a quien quiero considerar como tal. Es decir, al número de quienes me tocaron como familia por vínculo sanguíneo, puedo sumar lo que mi libre albedrío me permite incluir como parte de mi tribu. Y cuando descubrí rutina, aceptación, y hasta amor en el vivir rodeado de pulgas, garrapatas, huellas de barro, mordiscos, arañazos, meadas, y un mundo de pelos flotando en el ambiente, aparte de los que viven impregnados en cada superficie de la casa, mi universo y mi consciencia se expandieron hacia la inclusión. Aprendí a amar un poquito más lo incómodo y lo desconocido.
El hecho es que, durante los 2 primeros años de convivencia con Cerati, en que mi familia constaba de 2 humanos y 2 mascotas, fue para él pura fluidez. Él tuvo toda la libertad de la que se puede jactar un gato salvaje, pues vivíamos conectados con un bosquecito paradisíaco con riachuelo incluido, en Sabanilla cerca del Parque del Este, pero también gozaba de las bondades de ser un gran chineado casero. Cuando volvía de sus noches de cacería, peleas y vagabundería, llegaba tan necesitado de cariño humano, como cualquier hijo natural, pero estaba en la casa significativamente menos, que más tiempo. Tenía tanto estímulo en ese bosque, que incluso rara vez elegía deambular por la calle, y pues así fuimos entendiendo que las visitas a nosotros serían siempre justo lo mínimo necesario como para que lo siguiéramos queriendo. Ahí empecé a entender que amar un gato, y no amigarse del desapego, puede ser sinónimo de sufrimiento. Y que el control, no es muy buena estrategia para el amor incondicional, y menos si se quiere conexión profunda. Hoy en día me pregunto si deberíamos hacer esto extensivo a todos los otros tipos de amores en nuestra vida. [emoji de carita pensando].
Y bueno, como esta vida va de movimiento, llegó el día que nos tuvimos que mudar, y esa fluidez de los 2 primeros años con Cerati se alteró. Desde el día que inició la mudanza para dejar libre la casa a quien le alquilábamos, él nunca fue el mismo. Vivimos un tiempo en San José Centro, donde él aprendió a deambular por las calles cercanas y a pelear más en serio. Pero siempre volvió a nosotros. Hubo una tercera y hasta cuarta mudanza, donde finalmente permanecimos, que es un condominio donde no aceptan mascotas sin correa, por lo que Cerati pasó a ser “gato casero”.
Aclaro para los no-gatunos: se dice que los gatos son más del territorio, que de “sus amos”, un mundo de diferencia con el comportamiento de los perros. Yo no tengo la menor idea de si Cerati hubiese sido más feliz, o no, en ese bosque sin nosotros (con nuevo proveedor de alimento y arena), pero se nos convirtió en un dilema el qué hacer con él, pues podría dar pruebas tanto de su evidente estrés con los cambios de casa (pues fueron varios), como también de sus muestras de apego hacia nosotros como familia. Este último, no sé si por amor o por necesidad, o ambas. Pero si yo hubiese tenido la lámpara del genio en ese momento, le pedía un aparato para poder leer los deseos de mi gato, y poder complacerlo. Ya fuera con su libertad, o con condiciones diferentes en nuestra convivencia. Aprendí en ese momento, que la falta de comunicación con otras especies, tanto como con la nuestra, requiere de empatía, que es hacer nuestro mejor esfuerzo por entender necesidades del otro.
Mis esfuerzos en tratar de entender más y mejor a Cerati, no me dieron la sensación de verlo contento. Con la enorme ayuda y apoyo de Adri, puedo decir que probamos todo lo que estuvo en nuestras manos: intentamos comprarle juguetes, cambiarle de alimento, le enseñamos a pasear con correa, le dimos tratamientos naturales y hasta de acupuntura para bajar la ansiedad, intentamos acondicionar la casa, hasta tuvimos un intento fallido de darlo en adopción, y nada de eso pareció quitarle su estrés. Lo cierto es que Cerati adoptó el maullido constante como su nueva forma de relacionarse con nosotros.
Finalmente, dos amigos del alma que conocían bien la historia de mi gato maullador, nos abrieron las puertas de su casa para adoptarlo y darle las condiciones de bosque + chineo de casa, que intuimos él tanto añoraba. Con lágrimas nos despedimos de él después de 5 años de tenerlo, pero con la tranquilidad de saber que estaría con amigos donde lo podríamos visitar, y él tendría su ansiada libertad. Dolorosamente, solo duró 1 semana en su nueva casa, pues en uno de sus viajes por su nuevo bosque de las montañas de Escazú, no regresó más.
Nunca voy a saber qué pasó con mi Macho. Lo amaré por siempre y es muy probable que sea el único gato en mi vida, pero hoy me queda la lección de que puedo elegir, usando mi atención, qué historia me quiero contar sobre el paso de este ser amado por mi vida. Y noto que voy variando en lo que me cuento. A veces conecto con el dolor de no verlo más, a veces con alivio de saberlo libre, con un poco de celos de imaginarlo encariñado con otra familia, o con miedo de pensarlo herido o muerto. Pero en todas las anteriores, soy consciente de que ante lo incierto, soy el dueño y único responsable de velar por la calidad de mis pensamientos. Y que a final de cuentas, si conecto con dolor, es porque sé que estoy vivo, que puedo amar hasta que duela, incluso a un gato.
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Chino Salom es facilitador en Comunicación No Violenta.. Es el papá de Marcelo, esposo de Adri, hijo de Ito y Alber. Su alebrije es una raza-única que se llama Lisa y también un gato, Cerati, que lo abandonó en esta vida para ejercer su libertad de alma. Tiene un título de Arquitectura y ama también a Cerati (el músico).