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­­La primera vez que escuché Pink Floyd me dolió la cabeza

Por Patiño
@patinomusica

­­La primera vez que escuché Pink Floyd me dolió la cabeza.

Pudo ser una ligera insolación que sufrí gracias a la mejenga obligatoria de fut en la clase de educación física o el hecho de haber pasado mucho rato sin comer ese día. Al rato fue el volumen en que lo escuché, o los audífonos de diadema amarillo galáctico que venían con mi discman, que también tenía diseño galáctico, al mejor estilo futurista del 2001. Independientemente de cuál fue la razón, esta es la historia de cómo pasó.

Mi reciente mejor amigo, Sebas, estaba OBSESIONADO con Pink Floyd. Sebas tocaba batería y piano y sus papás tenían (tienen) una escuela de música en Cartago. Yo recientemente había comenzado a tocar guitarra y sufría también de pequeñas obsesiones con otras bandas. No es de extrañar que nos hiciéramos amigos.

Durante una serie de interrogaciones musicales, Sebas me preguntó por mi música favorita y yo procedí a enumerarle una serie de bandas que él nunca había escuchado. Me preguntó por el tipo de música que tocaban dichas bandas y yo le dije que era Rock Indie. A lo que él me respondió: “¡QUÉ LOCO ROCK INDIO!” Luego de aclarar esa confusión, Sebas hizo un gesto de incredulidad hiperbólica cuando le respondí que no, a su pregunta: “¿VOS NUNCA HAS ESCUCHADO PINK FLOYD?”. En un acto de total generosidad muy característico, me dijo que le iba a pedir discos de “Floyd” a su hermano y me los iba a traer uno por uno para que yo degustara de ese placer exótico al cuál nunca había sido expuesto anteriormente. 

Dicho y hecho, el siguiente día de clases Sebas me trajo una copia original en disco compacto de Animals. Un disco lanzado en 1977 y que, lejos de ser el más reconocido de la banda, fue el elegido de Sebas para introducirme en el profundo universo de la música progresiva. Prestar discos en el cole era un ritual sagrado. Un acto que representaba total confianza entre las partes y llevaba implícitas las reglas de oro: cuidar que el disco no se rayara y que la cajita de plástico no se quebrara. Una misión delicada para un estudiante de noveno año del colegio, cuyo único medio de transporte para este tipo de mercancía era el mismo bulto en el cual cargaba libros de pasta gruesa, cuadernos de resortes, lapiceros y lápices varios, llaves, un termo, discman, audífonos, un compás asesino, chicles y monedas. 

Animals llegó sano y salvo a mi casa esa tarde. Después de hacer mi tarea de matemáticas me senté en el sillón de la sala, me puse mis audífonos galácticos y le di play al discman. La primera canción era una pequeña belleza introductoria llamada Pigs On The Wing que comenzaba con el sonido de la guitarra acústica más hermosa que había disfrutado en mi vida, acompañada por la voz más rara, tosca y encantadora que había escuchado hasta ese momento. Era la voz de Roger Waters, que en su estilo alucinante de conversación cantada decía:

“You know that I care

What happens to you

And I know that you care

For me too”

HI-JUE-PU-TA

Imagínense el maravilloso impacto que es para un adolescente aturdido por álgebra, hormonalmente inestable, esporádicamente puteado, explorando cada sentimiento nuevo que le explotaba en la cara a diario, semi-insolado por la mejenga obligatoria de educación física y semi-empalidado por no haber tomado agua en todo el día, escuchar esta frase así, de golpe, sin avisar.

No pude evitar pensar en mi nueva amistad con Sebas, y sentir que él era el que me estaba cantando esta frase al prestarme el disco. Sentí que seríamos amigos por siempre (Hasta hoy en día lo somos.) Sentí también amor profundo por el mundo, quería generar ese sentimiento a otras personas, decirles que ellos me importan y que yo se que les importo. Compasión y empatía absoluta en las cuatro primeras frases del disco. En ese momento, estaba totalmente apuntado y listo para irme a la guerra por Pink Floyd, Roger Waters o mi amigo Sebas.

Cuando terminó esa joya, que no dura ni minuto y medio, comienza la segunda pieza del disco. Inicia con una guitarra que lleva un ritmo que nunca había escuchado en mi vida, definitivamente inexistente en el rock indio. En medio del crecimiento progresivo de la guitarra, canta una nueva voz. Ya no era la misma voz rasposa y perturbada, si no una voz hermosa y pulida, la voz de David Gilmour. 

¿UN GRUPO PUEDE TENER DOS CANTANTES? Primera vez que me enfrentaba a esta pregunta. Yo siempre había asumido que el cantante, era pues, EL CANTANTE. Una responsabilidad masiva que había recaído sobre uno de los miembros, curiosamente el más apuesto y fotografiable de la banda. Si no uso lenguaje inclusivo es porque hasta ese momento nunca había escuchado una banda de mujeres, o con una mujer a la cabeza, pero esa es otra realidad a la que me enfrentaría más adelante en la vida. 

Esta segunda canción, llamada Dogs, seguía desarrollándose elaboradamente. Era como admirar gotas de tinta china caer en un vaso de agua. Cada cuatro compases sucedía algo nuevo, un elemento que se iba acumulando armoniosamente con el resto del universo musical que me estaban pintando. Y justo cuando pensé que la canción no podía crecer más, apareció el paisaje sonoro más hermoso que existe: un solo a dos guitarras. Más que un solo, era como escuchar guitarras cantando, armonizándose como si fueran gemelas virtuosas que nunca habían hecho otra cosa en la vida más que cantar juntas. ¿SE PUEDE HACER UN SOLO CON DOS GUITARRAS? Y antes de que pudiera contestarme esa pregunta aparecieron la tercera y cuarta guitarra.

 QUE-STA-PA-SAN-DO

Luego, comencé a sentir algo que hasta la fecha solo puedo describir como una explosión de mente. Un leve dolor de cabeza que comenzó en mi cien y se movía en ondas por toda mi cabeza. Decidí parar el disco ya que el dolor comenzó a ser más intenso y me asusté. Recordé algo que decía mi mamá con respecto al mar y de cómo debo tenerle respeto cuando me meto. Lo mismo sentí que debía hacer con este disco.

Sebas, o más bien su hermano, me dejaron quedarme con el disco por una semana, así es que lo dejé sobre un estante por unos días. Le pasaba de lejitos cada vez que volvía a la casa en las tardes. Le tenía un poquito de miedo. ¿Cómo algo tan hermoso podía hacerme daño? Cuatro días después tuve el valor de volver a ponerlo. Lo escuché de principio a fin. No me dio dolor de cabeza esa vez.

Llegué a la conclusión, o al menos eso me gusta pensar, que Animals abrió un portillo musical en mi cabeza. Fue como bajar el vidrio de la ventana de un tren en movimiento. Por eso me dolió la cabeza, todo sucedió muy rápido y no lo vi venir. Después de esto comencé a ver la música como un instrumento de expansión mental, un medio de transporte emocional y una fuente sin fin de inspiración. Ahora, cada vez que necesito recordar ese sentimiento pongo Animals y me transporto. Y aunque ya no tengo mis audífonos galácticos, el efecto sigue siendo el mismo.

Gracias Sebas, gracias Waters y Gilmour.

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Soy un cantautor costarricense con más de 10 años de experiencia. Distribuyo mis canciones por medio de la disquera independiente mexicana Lov/Recs en colaboración con The Orchard y tengo un contrato de composición con Sony ATV Latinoamérica.

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