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Prendas viejas y el soundtrack de la vida

Por Sasha Campbell
@sashamusic

Se abre el telón, aparezco yo bailando… se cierra el telón y sigo bailando. ¿Qué estoy escuchando?

¿Alguna vez les ha pasado que se reencuentran con un pantalón o una camisa que habían olvidado que tenían, pero que en algún momento de su vida amaron con loca pasión? De esas prendas que uno no se quitaba y de repente olvidó que existía… pero ahora, con nuevos ojos, es como volver a encontrarse con un viejo amor.

Uy, pero si esto me quedaba lindísimo… ¿por qué me lo había dejado de poner? Pues bueno; así soy yo.

Desde que tengo memoria la gente insiste en obligarme a elegir; que cuál es mi canción preferida, que cuál es el artista que más me ha marcado, y yo nunca sé.

Antes me obsesionaba con un disco y lo escuchaba mil veces; (sí, soy “de esas” que escuchaba discos y grababa casetes de la radio) hasta que se empezaba a pegar y esa era la señal para pasar la página y “superarlo”; solo para redescubrirlo en Internet años después y enamorarme de nuevo… hasta volverlo a olvidar y así sucesivamente.

Se abre el telón, aparezco yo cagada de la risa, se cierra el telón. ¿Que putas estoy haciendo?

Hay momentos en la vida donde uno se descubre rodeado de las personas “incorrectas” pero que son justamente las correctas, para ayudarlo a uno a plantearse dudas existenciales.

Una vez, en una de esas conversaciones macabras que uno sabe que no debe tener pero no logra evitar, conversaba con alguien sobre la muerte, y me dijo que como a mi me gusta tanto la música, si ella me sobrevivía pondría en mi entierro mi canción preferida.

Esto me sorprendió muchísimo; qué tan bien me conoce esta persona, que sabe cual es mi canción favorita, cuando ni yo tengo idea…

—“Claro; I Will Survive, de Gloria Gaynor”,  me dijo.

Yo no pude más que romper en carcajadas. Primero, por lo inapropiado del tema y segundo… no confundamos; que esté en la lista de las más solicitadas en los conciertos, no significa necesariamente que sea mi himno. Pero entonces… ¿qué pondrán en mi entierro?

Se abre el telón, aparezco con lágrimas en la cara, se cierra el telón. Se abre el telón de nuevo y sigo llorando, más fuerte, más duro, me falta el aire, me ahogo… se cierra el telón y sigo llorando. 

Crecí en casa de grandes y al ser la menor de 7, mi gusto musical siempre estuvo un poco desfasado. Mientras todos los de mi generación bailaban con Madonna, yo matizaba con Marvin Gaye, que ya llevaba años de muerto. La nostalgia siempre me ha acompañado; y con la música no es la excepción. Llorar se me hace fácil, lloro cuando me enojo, con la Navidad, con los perritos en la calle, y hasta con los anuncios de jabón azul. No es sorpresa entonces que el soul, con ese sentimiento desgarrador; me atrapara irremediablemente y se rehusara a dejarme ir.

La primera vez que escuché Lovely Day de Bill Withers, ya la había oído mil veces antes, pero nunca así, como desde adentro. Irónicamente no siempre le pongo la atención debida a la letra de las canciones, hasta que alguna palabra me hace clic y, de repente, es como si la escuchara por primera vez.

Ese momento de conexión me regaló una sonrisa. Ni recuerdo porqué estaba llorando (siempre parece haber razón justa), pero lo que sí recuerdo, es que sea lo que sea, dejó de ser importante en el momento en que Bill Withers se quedó pegado en esa nota de pecho eterna. 

“Cuando me despierto por la mañana,

y la luz del sol lastima mis ojos

algo sin previo aviso, hace a mi mente pesar…

Entonces te miro; y de repente el mundo está mejor

Solo con mirarte una vez, me da la certeza de saber que será

un día encantador”

                                                                    Lovely Day, Bill Whiters 

No sé que es, no sé de donde viene ni cuanto durará, porque mi gusto musical es como ese pantalón viejo del que hablábamos al inicio; “no me apeo” un sentimiento, un capricho o los benditos jeans (que juro me quedan como mandados a hacer), hasta que los olvido y paso a los siguientes. Dura lo que debe durar, ni un segundo menos. 

Hoy por hoy, esta cancioncita pegajosa y viejísima, es la que me saca de los momentos turbios y oscuros, la que, en medio de este año de encerrona continuada, ha evitado que termine de volverme loca.  La que destronó a Sun is Shining del gran Marley; que anteriormente me había ayudado a dejar atrás la oscura, pero al menos contemporánea; Sign of the Times, de Harry Styles. 

Es vacilón cómo las canciones nos eligen y cómo aparecen en ciertos momentos como llamadas por nuestra mente. No sé cuando fue la primera vez que la escuché, pero ahora la noto siempre. Suena en la radio, suena en películas y en series, y hasta podría jurar que anoche la escuché de fondo en un comercial en una televisora  mexicana… o quizás soy yo.  El “soundtrack de la vida”  le llamo yo.

Una vez, hace como 20 años, estaba terminando definitivamente y por quinta vez con el noviecillo de turno. La conversación estaba intensa, había lágrimas, reclamos, verdades que se decían por primera vez y mentiras que había sostenido por años; cuando de repente, en la radio empezó a sonar Kiss and Say Goodbye.

Lo primero que recuerdo, después de notar la canción en la radio, fue que la voz del mae se silenció absolutamente y por encima de su hombro, afuera del carro; los Manhattans hacían la coreografía. Si eso no es una señal del cielo, nada lo es. Agarré mis chunches y nunca más volví a saber del innombrable ese. Así, el soul me volvió a salvar la vida.

 A Lovely  Day le debo mi cordura en tiempos de Covid, porque sin razón aparente, cada vez que la escucho me pongo tan feliz como una chiquilla, corro a subirle el volumen y la canto a grito pelado. La bailo, le cuento a quien tenga cerca que esa es mi “power song”, cierro los ojos y hago lo que tenga que hacer para disfrutar el momento. Le saco el jugo con cada nota. No hay nada como tener de donde agarrarse cuando se siente una al borde del ahogo, cuando parece que nada lo sostiene a uno a flote y de repente, te lanzan una cuerda, un salvavidas y el sol vuelve a salir “y de repente el mundo está mejor de nuevo”. 

Yo lloro siempre, lloro cuando tengo hambre, como los guilas cuando tienen sueño y hasta cuando trato de explicar algo que me apasiona; quizás es, porque para algunos la felicidad no es tan natural como para otros. En mi caso; yo me enfrento en batalla a muerte con una sombría realidad desde hace años, algunos le llaman enfermedad, otros depresión; yo la llamo Grettel; y porque no, si me va a acompañar en el camino de la vida, lo mínimo que puedo hacer es darle nombre. 

Cada vez que suena Lovely Day; Grettel tambalea, yo le saco el dedo y a ella no le queda más remedio que morirse un rato. 

Nada es casualidad, es el universo hablando claro y fuerte. Cuando la canción se me atraviesa en el camino yo me detengo, porque estoy convencida de que llega para ayudarme a notar algo que estaba pasando por alto. Es como una llamada a gritos; como cuando mi mamá me dice “Sasha Carolyn” o cuando mi perrita raspa la puerta en la madrugada; es un “OJO, ATENCIÓN INMEDIATA, QUE ACÁ ALGUIEN VA A SALIR CAGADO” así; en negrita y en mayúscula. El cable a tierra que necesita uno cuando empieza a vivir como en automático, sin concentrarse en el hoy y el ahora, sin disfrutar el momento presente, como cuando yo olvido ponerle atención a los detalles;  poner pausa, respirar, agradecer y vivir.

Aún no sé por cuanto tiempo más la usaré, cuándo la cambiaré por otra o si será la que pondrán cuando me muera, pero hoy por hoy, logra sacarme una sonrisa automática y definitiva. Si alguien por acá necesita una palanca, una baranda, un flotador o lo que sea para salir adelante; se la presto un rato.

Se abre el telón, aparezco corriendo en caballito de la mano de mi hija. Ya no hay lágrimas. El sol brilla y ambas cantamos a grito pelado Lovely Day de Bill Withers. Todo lo bueno está pasando hoy y ahora. Se cierra el telón.

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Sasha Campbell, apasionada del soul y el jazz, la buena comida y el vino. Comunicadora y cantante porque así lo dictó el universo. Mamá de una quinceañera llamada Iana Ifé, de dos gatas y una perrita. Obsesionada con la felicidad propia y ajena, sumamente tímida, tanto; que nadie lo nota.


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