Por Valentina Maurel
@valentina_maurel
Me invitaron a escribir sobre cine y adolescencia. Me resultó un poco difícil, acabo de hacer una peli sobre la adolescencia, que me tomó años de vida, me sacó mis primeras canas y me terminó de cavar un par de arrugas profundas en la cima de la nariz. Es como si mi adolescente me estuviera comiendo viva. Se lo debo quizás. Al fin y al cabo esto empezó con ella. Un día me encontré un diario que había escrito a los 16, y decía esto:
“Valentina, tengo 16 años, quiero vivir para mí sola. (…) Enamorarme muchas veces, eso sí, pero vivir solo para mí. Lo que es de mis estudios o mi trabajo etc. no me preocupa, no quiero que sintás que tenés que rendirle cuentas a tu adolescente (…) Sino espero que leas esto muerta de risa cuando estés vieja y fea y creas saber mejor que yo lo que es la felicidad y la dicha”.
Cuando descubrí ese texto recordé toda esa rabia, o auto-rabia, con la que me mantenía erguida. La rabia es venenosa, pero es un buen motor para hacer una película.
Lo que no me imaginé es que contar esa rabia adolescente me iba a precipitar ahora a las canas y a las ganas de adultez (adultez?) y de paz (si fuera miss diría “world peace”).
En fin, eso es todo. Ya hice una peli, no veo qué más podría aportar a la temática. Quizás podría contar que el cine lo descubrí en la adolescencia, y en la adolescencia se quedó. Creo que debe ser así para mucha gente.
Nunca más he sentido cosas tan fuertes como las que sentí a esa edad delante de una película. Al cine llegué muy niña, gracias a la influencia paterna. Pero si llegué al cine propio, no fue por la gran puerta. Sino en tele, a media noche, porque en el cole me habían dicho que en el canal Cinemax pasaban porno. Y bueno tenía curiosidad, pero no encontré el porno. Lo que encontré fue una programación que se llamaba “Vanguard” y en que pasaban pelis totalmente bizarras. Algo nunca visto para mí: Pink Flamingos de John Waters, Kids, de Larry Clark, Stroszek de Herzog. Y bueno, fue genial. Pensé que era la única viendo esas pelis rarísimas a esa hora, en ese canal perdido. Que a algún gringo loco le habían dado las llaves del canal durante la noche. Y que no podía imaginarse que una adolescente en San José de Costa Rica las estaba viendo a escondidas de sus papás. Al tipo me lo imaginé bien guapo, bien despeinado. Puedo decir que las hormonas me llevaron al cine.
Novias de mi tata también, que me caían injustamente mal porque la palabra sororidad no la conocía en esa época, me hicieron descubrir buenas pelis. Cuando íbamos a su casa me ponían frente a algún vhs (oh yes, VHS amigues gen z), para deshacerme de mí: Minnie & Moskowitz de Casavettes, Trust de Hal Hartley. El divorcio de mis tatas y sus intentos para distraerme del cataclismo que generó, también me llevaron al cine.
Y bueno a los 16 descubrí una película que estoy cansada de citar, entonces no lo voy a hacer aquí, pero cambió mi vida. Cuando la vi pensé: wow esta película sabe algo de mí. Esta película me está desnudando.
Cuando llegué a Francia y uno descubre a los grandes intelectuales del cine como a Serge Daney, él dice que uno no mira las películas, pero que las películas te miran. Y bueno es verdad, pasa. Y es muy bello. Y quizás solo pasa realmente una vez en la vida de esa forma. Espero que los adolescentes sigan llegando al cine para ser mirados, aunque sea por accidente.
Oops, también quería hablar de poesía. Pero me intimida más el tema. Territorio materno, bello territorio. Aquí un poema de adolescencia, que no sé dónde perdí el pudor de compartir, pero ya fue.
océano de adultos que hay que atravesar para deshacerse,
y convertirse
en uno de ellos
Y con eso los dejo.