Por Diana Monney
@_lesserate._
Con el tiempo perdió el deseo que despegaba desde el estómago cada vez que había citas con desconocidos. Perdió el gusto por el aroma del sudor ajeno en los bares y discotecas. La grasa dulce de la nuez de los cabellos de su pareja. La piel sabrosa con esencia de albaricoque. Perdió las ganas de enterrar la cabeza entre unas piernas que huelen a un fino rastro de almizcle. En la pelusa negra que cosquillea sus labios. Lamer la piel salada yenardecida. Engullirla hasta muy dentro de la boca.
Acudió a otro placer: Empezó como una tenue masturbación y terminó con algo muy cercano al misticismo. Se desnuda y se masturba pensando en la muerte. Y entonces se pregunta por qué hasta pensando en la carne podrida perfumada de un trasfondo afrutado; en los órganos descompuestos que dejan salir un hedor rancio mezclado con un dulzón repugnante, por qué hasta en esa nebulosa cadaverina recurre a la masturbación.
Recuerda la primera vez que lo hizo, cuando tenía trece, tumbada en la cama relajó sus músculos despacio, se imaginó que sus órganos se disolvían en una sopa agria y que sus sesos se licuaban dentro de su cráneo. Se imaginó ahorcada, colgando pálida de una soga. La lengua hinchada. Los ojos salidos y ensangrentados. Mierda chorreando de sus pantalones inundando la habitación con una brisa fétida.
Luego lo hizo pensando, sin saber por qué, en el feto magullado de un pájaro. El feto que, mientras él dormía arrullado por el olor terroso entre la hierba y el fango, pareció haber saltado de su nido para terminar con su vida antes de que empezara. El líquido espeso brotado de las grietas del huevo la atrajo a ver, el feto sin plumas, arrastrarse fuera de su cáscara.
Tocó el cuerpo deforme, el pico suave y la piel viscosa de la cual fluía un olor metálico de la sangre y otro olor ácido del sebo blancuzco. Recogió el cuerpo, lo estrujó en su palma para sentir el crujir de los huesos. La cálida acuosidad chorrear por su brazo. Y luego esa consistencia pegajosa, irreconocible, deshecha, quiso metérsela a la boca para saber a qué sabe la muerte.
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Sobre la autora: “Tengo diecisiete años. Soy estudiante de física en la Universidad de Buenos Aires. Me ilusiona la literatura y darle un intento a la escritura.”