Cultura

cómo escupir fuego

Por Luis Chaves

nos juntábamos frente a la iglesia del carmen.
ocho en punto. hora tica.
a las diez y media los demás se habían ido.
los que trabajaban.

en los bolsos de cuero cabían linternas.
pintura en aerosol. cartas que sabíamos de memoria.

el verano nos recibía con noches
como una mesa lista para la cena.
y lo invadíamos con nuestras legiones de hambre:
dos pre-adultos muy tolerantes
hasta que alguien hablara mal de sábato.
o en favor de la policía.
que no entendió nunca que se rayan paredes

públicas y privadas por igual.
porque hay que decir algo
o dibujarlo.

toda mirada cómplice o broma repetida
era un bastón para que pudiéramos volver
cada uno a sus días labrados en piedra.
puesto que no era lo mismo ver el silencio
de la ciudad que apagaba una a una sus ventanas.
y quedarnos como los dueños de calles habitadas
por gatos y periódicos

que encarar el otro silencio
el que llevábamos dentro como una marca de fábrica.
esa sensación de llegada tardía.
de abrir la puerta equivocada.
de ponerse medias húmedas.

estábamos tan convencidos
de que en nuestro planeta dios cometía errores.
como con la muerte por ejemplo.
y que pedía perdón con bach. Modigliani.
o con la señora a quien comprábamos empanadas
a la salida de tanda de cuatro.

preferías el rojo y la tapia grande.
aquella con veraneras que la bordeaban como un fleco violeta.
allí escribías con trazo zurdo y fluido

citas de vallejo o un sol que era una flor sobre el mundo.
y parecía que las veraneras aplaudían
mientras yo vigilaba desde la acera del frente
seguro de que habías nacido
para que otros abrieran los ojos.

te buscaba luego a cualquier hora.
porque el día y la noche
eran solamente dos luces diferentes para verte.
como decir farol o claraboya.

y ya no había causas en las que creer. ni nos importaba.
protestar era una excusa para estar juntos.
y eso sí era lo esencial.
esa fuerza que une a dos bajo cualquier bandera
hasta que la muerte o algún daño menor los separe.

eras la única que no preguntaba
“¿por qué escribís cuentos tan tristes?”
porque sabías de dónde llegaban esas historias.
conocías el olor de sus zapatos.
la dolencia de cada una.
su comida predilecta.
te gustaba leerlas. Leérmelas.
tenías el don de convertirlas en otra cosa.
si alguien moría solitario en un cuarto
tu voz lo llenaba de coronas y duendes.
o si una mujer lloraba. donde caían sus lágrimas
nacía un árbol con nidos y todo.

no te hablaba mucho pero aprendí a espiar tus rituales.
tu manera de arreglar las cosas golpeándolas.
el orden cromático de tu ropero.
aunque esto de qué vale si no te percatabas.
tampoco te conté del nombre que había escogido para vos.
ni siquiera la noche del circo.

tu blusa hacía juego con las guirnaldas y vestuarios.
como si tu hogar fuera ese.
entre magos. acróbatas. y el olor a pasto seco.
y sonreías de la manera más blanca
y era casi como si yo no estuviera a tu lado.

fue allí cuando vi tus ojos crecer como globos
que se elevaron sobre el público
hasta el centro de la arena
donde un hombre escupía fuego.
lo mirabas boquiabierta.
como si fuera un animal fantástico
y para vos era precisamente eso.
una especie de hierofante.
la zarza ardiente. la piedra filosofal.
todo a la vez.

lo sentí en tu mano que se apretaba en la mía.
sentí cómo te me ibas por más que yo estrechara.
empezaste a faltar a las citas nocturnas.
y cuando venías. solo dibujabas una boca en llamas
en aquella tapia donde se secaron las veraneras.

sentada en la calle. abrazabas tus rodillas
como quien protege a dos niñas frágiles.
y decías quiero escupir fuego.
y por alguna razón inexplicable yo lo entendía.
pero hay lugares a los que no se puede entrar aunque se quiera.
te cansaste de la lluvia
y ahora me parece que en cada esquina del tercer mundo
estás vos gritando ésta es la vida.
con los dientes manchados.
pero con una luz en los ojos.
como una caverna en cuyo fondo alguien enciende una fogata.

entonces niña hermosa.
esta historia debe tener algún sentido.
y si hoy. que llueve por tercera semana en fila.
estoy gris y en suéter inventándote.
es porque sí.
sí es cierto que todo muere o acaba o lo acabamos.
pero igual no se puede negar
que la belleza es insistente como la hierba.
y crece donde menos se la espera.
como en tus letras rojas sobre un muro.
o en mi cepillo de dientes cuando lo usabas.
o en tus manos cuando se dormían
como dos llamitas
sobre tu pecho


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