Por Hazel Morúa Alpízar
@moruaalpizar @sobreblanco_sb
Nos tiramos de las sillas y corrimos a la sala. Al toparnos, nos volvimos a ver con cara de sorprendidas y dijimos lo mismo, simultáneamente…
Trabajé como nutricionista clínica por más de 15 años en una clínica integral de acupuntura, fisioterapia y nutrición. Desde un inicio me decían que en la clínica asustaban, que había fantasmas. Yo, como no le tengo miedo a esas cosas, simplemente hacía caso omiso.
Sin embargo, un día al terminar la jornada laboral, procedí a apagar los equipos médicos y televisores, que eran varios. Era algo que hacía de forma rutinaria cuando terminaba el día. Cuando finalicé esta tarea de apagar todos los televisores, se encendió el primero; me devolví, lo apagué y me fui. Pensé que podría haberse tratado de algún cambio de voltaje, así que no le puse mayor atención al incidente.
Este incidente, no obstante, no era el único. Otros días de repente sonaba un timbre en una de las salas donde no había nadie, o se encendía un televisor que nadie había tocado. Mis compañeras me enviaban a revisar porque no me daba miedo, y así pasaba una y otra vez.
Al empezar el día, en las mañanas, me correspondía quitar el candado de la puerta de emergencias que estaba justo en el salón de charlas. Ese salón tiene tres accesos: dos accesos internos y la puerta de emergencias; además cuenta con unas escaleras que llevan a la oficina del doctor.
En el salón había equipo médico, la computadora, el proyector y todos los modelos de alimentos que utilizaba para dar las charlas de alimentación saludable, a todos los pacientes de primer ingreso. Era un equipo muy caro y, por ello, se vigilaba con rigurosidad que nadie entrara a la sala sin autorización o sin la compañía de cualquiera de nosotros.
Una mañana en la que parecía que todo transcurría normal quité el candado al llegar. Me correspondía dar una charla y, al terminar, ordené todo para que quedara listo para la siguiente charla. Salí de la sala y continué mis labores en la oficina contigua; estaba con Rebeca, una de mis compañeras de trabajo. Cada una, sentada en un escritorio, charlábamos porque no había pacientes en ese momento. De repente escuchamos que alguien abría y cerraba la puerta de Emergencias.
Nos tiramos de las sillas y corrimos a la sala, Rebe por un lado y yo por el otro. Al toparnos, nos volvimos a ver con cara de sorprendidas y las dos, al mismo tiempo dijimos:
—”¿Vio lo mismo que yo vi?”
—”¡Siiiii!” respondimos ambas. Un señor alto grueso, con traje blanco que subió las escaleras.
—”Vaya usted a revisar; yo no subo”, me dijo Rebeca asustada.
Fui a revisar con un poco de susto. Cautelosa subí las escaleras y, al llegar arriba, estaba la puerta de la oficina del doctor abierta. Llamé al doctor, pero no me respondió. No entré, me devolví y de repente, me topo al doctor.
–”¿Quién subió?”, me preguntó. No sé, no entré, le dije.
—“Y, ¿quién abrió?”. Tampoco sé, le volví a responder. Él siguió subiendo y yo me devolví, iba detrás de él. Entramos a la oficina y no había nadie. Todo estaba en su lugar y no faltaba nada.
Ambas lo habíamos visto claramente…
Mi nombre es Hazel Morúa tengo 55 años y 25 de ser nutricionista. Además, me gustan las manualidades, hago scrapbooking y desde hace algunos años empecé a vender colillas y tarjetas.