Recibimos relatos que ponen la piel de gallina, nos enfrentan a preguntas sin respuestas y, con suerte, nos identifican con algún viejo temor o con un recuerdo espeluznante.
Entre los tantos disfrutes de la vida está la imposibilidad de explicar todo lo que ocurre a nuestro alrededor. ¿No es cierto que es rico que haya preguntas que queden abiertas, o que podamos atestiguar eventos que no se alinean a nuestra lógica?
Las historias de miedo tienen un poco de esa incógnita, parte de su gracia es que nos sorprenden y, otra, es que nos sobrepasen. Nos retan a entender cuando, de repente, no vamos a poder llegar a una comprensión que nos satisfaga.
Por supuesto que también el miedo es un reto grande, especialmente cuando nuestro umbral para soportarlo es bajo. Atemorizarnos puede inhibirnos de tomar decisiones, de volver a lugares a los que quisiéramos regresar o inclusive de confiar en nosotrxs mismxs.
Todas estas consideraciones ligadas al miedo, al terror, a lo hororrífico, se entremezclan para darle vida a las historias que, tomando en cuenta que estamos a finales de octubre, justifican nuestra edición actual. Recibimos varios relatos que ponen la piel de gallina, que nos enfrentan a preguntas sin respuestas y que, con suerte, nos identifican con algún viejo temor o con algún recuerdo espeluznante. Se trata de historias “cotidianas”, de esas que surgen en las conversaciones esporádicas y que terminan provocando reacciones como “no lo puedo creer” o “qué miedo”.
Dicho esto, la edición presente es una invitación a encontrarle un poco más de gracia al miedo, al derecho permanente que tenemos de asustarnos.
En esta edición:
El paciente del lunes a las 4:30 p.m. | Por Antonio Chamu
Aquí hay alguien más… o algo más | Por Nany Vindas
Estoy harta de tenerle miedo a los fantasmas | Por Melany Mora
El señor del sombrero y otras anécdotas de miedo | Por Catalina Hernández Chinchilla
Un señor del traje blanco| Por Hazel Morúa Alpízar
Columnas:
Ecología Profunda ll: La Diosa Verde| Por Idahyma Barrantes