Bienestar, Social

Protocolo emocional para la guerra de 8 de febrero

Por Carolina Monge

Es una mañana soleada y Doña Giselle está sobre un caballo blanco.

El caballo galopa de un lado al otro mientras ella -con mascarilla y megáfono- da el discurso motivador al pelotón de maestros, familias, adolescentes y niñxs, antes de dar el grito final y levantar el cuaderno; señal de que es hora de correr eufóricos (y muertos de miedo al mismo tiempo), a reencontrarse híbridamente en el campo de batalla lleno de señalizaciones, pupitres separados y baterías lavamanos.

Para mí, estos últimos días de vacaciones, con las compras de útiles, plástico adhesivo y mascarillas se sienten como si los estuviera acompañando para enlistarse en el ejército; contando las horas para que los llamen a presentarse en su respectivo pelotón. ¿Exagerada? Por supuesto. Mi ansiedad no me permite proyectar mis miedos de otra manera que no sea con una idea trágica y terrible.
A pesar del sinsabor de la pandemia y sus insípidos ingredientes -la incertidumbre y falta de control- hay una idea que sí tengo muy clara: esta guerra a la cual los estamos enviando (unas familias antes y otras después) la ganamos con algo más que un protocolo sanitario. Necesitamos ganarla con un protocolo emocional basado en la conciencia, la solidaridad y la empatía.

Si lo pensamos bien, los niños, niñas y adolescentes se adaptarán más rápido de lo que creemos a los lineamientos establecidos por ministerios e instituciones. Ya tienen dominado el lavado de manos y el estornudo en antebrazo pero, ¿hemos hablado lo suficiente de lo que van a encontrar emocionalmente al volver?

Expresemos y validemos lo difícil que va a ser no poder abrazar a los amigos. Hablemos acerca de lo extraño que va a ser ver sólo a la mitad de los compañeros (o de ver a algunos en vivo y otros en pantalla)… inclusive tener un recreo donde aún no está establecido cómo van a poder jugar. Practiquemos aprender a leer las expresiones de una cara a través de los ojos -nada más. Pero sobretodo hablemos de cómo a pesar del miedo que pueda causarnos volver a la escuela o colegio, podemos prepararnos en la casa y en la comunidad estudiantil con nuestro propio protocolo emocional, con algunas ideas básicas expuestas a continuación:

1. Eliminemos mitos
Cualquier persona, sin importar su religión, raza, edad o género, se puede contagiar de COVID 19 u otra enfermedad.
2. No siempre es por descuido
Contagiarse no significa (en la mayoría de los casos) que algo se hizo mal, significa que nuestro sistema inmune fue más propenso que otro a contraer la enfermedad y a desarrollar la sintomatología. Es de humanos enfermarse.
3. Ellxs son fuertes y resistentes
Los niños, niñas y adolescentes usualmente no se complican con esta enfermedad y si algún compañero o compañera se contagia en la escuela o colegio, tiene altísimas probabilidades de recuperarse rápidamente y pronto estar de vuelta.
4. Cada familia tiene el derecho a decidir
Algunas eligen que los chicos se queden en casa y otras deciden enviarlos a clases y las dos están bien. Cada familia toma la mejor decisión para su núcleo tomando en cuenta sus necesidades y no debemos juzgar ninguna de las posiciones.


5. Equivocarse es parte del proceso
Puede pasar que por la emoción o falta de costumbre se les olviden en algún momento las recomendaciones y abracen a un amigo o compartan una galleta. Es importante hablar sobre esta posibilidad porque realmente es muy probable y aún así ESTÁ TODO BIEN. Que eso pase significa que somos humanos y que nuestro cerebro necesita y está hecho para buscar intuitivamente el contacto social.
6. Nadie puede tirar la primera piedra
Compartamos como estos “safis” nos han pasado a los adultos, y comentemos lo especialmente difícil que es mantener los protocolos con las personas que más queremos, -como nuestros amigos y amigas- pero que igual, aunque cueste, tenemos que intentarlo.
7. Hagamos un pacto solidario
Si un amigo o amiga se contagia, como familia y como comunidad educativa haremos lo posible por no señalar o juzgar, sino más bien ayudar a la familia afectada. Desde una comida hasta una sesión de zoom con el compañero (a), pondremos nuestro esfuerzo en acompañar un proceso que da miedo y que necesita de solidaridad, más que de silencios.
8. No hay culpas: Hay pactos y responsabilidades.
Los niños y niñas NO serán señalados entre ellos mismos, por otras familias, por sus maestros o por la institución, como responsables de contagios. Los principales responsables de mantener burbujas, distancias y protocolos en pie somos los cuidadores y la institución educativa a la que asisten. Somos nosotros, los adultos, los que tenemos un pacto tácito entre los que decidimos enviar a nuestros hijos de vuelta a clases, entendiendo que siempre hay un riesgo de contagio al hacerlo y que nuestro compromiso es ser honestos y tomar la decisión consciente y solidaria de no enviar a los chicos y chicas a la escuela si alguien en el núcleo presenta síntomas o estuvo en contacto con un caso positivo, aún cuando el niño no presente síntomas aparentes.


9. Para los gustos, las emociones.
Finalmente, el protocolo emocional incluye hablar de cómo varios sentimientos convivirán juntos por un rato. Está bien estar feliz y está bien tener miedo. Esta bien ser precavido y está bien si en algún momento se les olvida lo que está pasando por sentirse relajados. Está bien sentirse confundidos a pesar de tener protocolos claros.

10. Volvamos al núcleo: Al volver de las clases y del modo alerta, del “recordá esto, cuidado con aquello”, volvamos a reencontrarnos en el núcleo, en nuestro vínculo más primitivo. Bajemos la revolución y la paranoia, y reparemos con abrazos y contención; todos lo necesitaremos.

En fin, este protocolo es mi catarsis personal. Aún nos faltan 72 horas (al momento de escribir este texto) para el grito de armas y está bien si estos primeros días se sienten como ir a la guerra. Ganémosla con, mascarillas, lavado de manos, alcohol, lápices de color y empatía.
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Carolina Monge es comunicadora, madre y emprendedora. Es la mente detrás de Panda Yuca, una marca que se dedica a hacer pancito de yuca con amor y sin gluten.
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