Por Camila Molina
@camilamolinamartin
Hay gente a la que le agobia andar así, nadar sin propioceptividades en las mareas profundas. Flotar en lo que parece ser desconocido, con una escenografía y a veces trama y elenco accidental.
Onírica es una palabra que siempre se me olvida y onírica he tendido a ser yo. Dice Luciano Lutereau, psicólogo y filósofo argentino que, después de las horas de descanso, se comienza a pensar inconscientemente y que eso son los sueños; experiencias psíquicas.
Hay gente a la que le agobia andar así, nadar sin propioceptividades en las mareas profundas. Flotar en lo que parece ser desconocido, con una escenografía y a veces trama y elenco accidental. La gran mayoría de las veces la aversión a esta “dimensión” es encarnada en el insomnio. Es vista como una resistencia a reconocer en las esquinas del sueño que parecen ser azarosas, una posible condición que va más allá de lo somático.
Se me viene a la mente el pasaje de las famosas “vacas flacas” que Freud revisa en una de sus tesis de interpretación de los sueños. Situado en el antiguo testamento, relata sobre el faraón que sueña con 7 vacas flacas contrapuestas a 7 vacas gordas. Las flacas se comen a las gordas y el faraón se lo cuenta a José. Este le traduce simbólicamente que vienen 7 años de riquezas en cosechas, seguidos a 7 años de sequías y hambrunas. Le aconseja entonces lo que considera más sensato: con las riquezas de los primeros 7 años, guardar parte de sus cosechas para los 7 años restantes en escasez. El faraón le hace caso y Egipto tuvo victoria en lo que pudo haber sido una hambruna.
De acá podemos poner en evidencia lo profético del Faraón y lo proféticamente cómplice que fue José al validar simbólicamente este acontecimiento onírico. Si bien Freud descarta la premonición como un acontecimiento incomprobable científicamente, los tratamientos científicos no son necesariamente validantes de la teoría psicoanalítica. Es decir, ese orden narrativo: el relato ordenado que se cuenta en función a lo que se cree desde el Yo que es relevante y coherente, es destruido por Freud.
Todo esto termina siendo conocido por representación-meta a través de un conjunto de asociaciones libres. Desde mi paladar sería homólogo esa descomposición umámica (umami) que tiene un alimento: la saliva desintegrando un sabor concentrado y cristalino por cuenta propia. Algo así se da con cada uno de los pedacitos de un sueño y de los sentires de este dentro de una sesión psicoanalítica. Es básicamente como la reconstrucción del inconsciente. O los deseos de un inconsciente. Algo que volviendo varios años en retrospectiva también alemana, Nietzche plantearía como inconsiderable; la fusión de los dos mundos apolíneos y dionisiacos. Que, si bien uno no puede ser sin el otro, no son una sola unidad. Algo en lo que a mi parecer, Freud hubiera discrepado. Para ser más clara, llevar la razón a lo inconsciente. Ir de lo disoluto del placer del sueño directamente a la validación racional de lo concreto.
Volviendo a mí, mis procesos de aprendizaje han sido catalogados psicopedagógicamente como “disincrónicos”. Y corporalmente como dispráxicos, que es la dislexia corpórea. Es un término que aprendí en un cúmulo degustativo de psicopedagogos siendo niña.
En ballet y otras disciplinas, me ponían a presentarme sola en solos, sin estructura coreográfica. Dice mi mamá que antes de eso, cuando mis compañeras iban para la derecha, yo iba convencida con una gran sonrisa para el otro. Un tipo de protagonismo disperso. Así que los solos comenzaron a ser la alternativa de mis profesoras de baile.
De todas las alternativas disciplinarias que me han dado, la que más me dolió fue la de preparatoria. Aún no había aprendido a leer ni tenía aprendidas ‘las cosas’ categóricamente. Me iban a retrasar por segunda vez; ya me habían hecho repetir una vez. Esta —la última— se dio por dos acontecimientos nuevos; uno de aprendizaje y otro conductual. Pero hoy vamos con el primero, que está relacionado por una asociación libre natural pero académicamente incompatible.
Sin tener una noción gráfica de lo que era la figura humana, tenía una afición por las rayas y la combinación-fusión cromática que entre ellas podían haber dependiendo de con cuánta distancia se observaban. (Azul glauco-teal azul-violeta índigo pictórico-cobalto oscuro-azul añil- violeta-fucsia-morado-magenta. Entrecerrar los ojos. A veces cerrarlos duro para ver estrellas en ellos.)
Todo esto en realidad se trata de lo que fue una asignación de “dibujo de la figura humana” en clase de preparatoria. Ya muchxs de mis compañerxs habrían terminado la tarea y se habrían ganado tiempo en una pequeña área victoriosa llamada “carpintería” (que era un pequeño “valhalla infantil” dentro de lo que era mi clase de preparatoria). Era el lugar de juego con madera, tornillos, clavos y martillos pequeños al que iban los pequeños estudiantes de esta educación alternativa cuando terminaban la asignación del día.
Yo estaba apenas descubriendo sobre perspectiva visual con alguna de las dos piernas medianamente flexionadas frente al papel que llevaba la supuesta asignación para cuando me llamaron a una reunión junto a mi mamá para darme la noticia de que no podía seguir cursando en esa escuela. Mi dibujo de sirena bípeda compuesta por tintes violetas y magentas —aún sin terminar— se convirtió en la evidencia de un proceso no procesable. De una continuación concluyente en la interrupción de estudios.
Me acuerdo que en mi primer año de teatro nos pidieron llevar una acción concreta a la clase de actuación. Se vino a mi memoria cuando tomé el objeto de estudio de aquel día, —mi dibujo—, dentro de la reunión de profesoras y mi madre. Me acuerdo perfectamente de mi coherencia motora; inhalé para ponerme de puntillas, tomé la hoja arrugándola un poco y cuando exhalé victoriosa de tenerlo en mi mano y mis pies dieron con el suelo salió de mí un “may I go to the bathroom?” seguido de una lágrima y el sabor a una derrota temprana.
A veces necesitamos rayas para salir de la línea y sueños para acercarnos a nuestro propio trazo lúcido.