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Alejandro Cruz: la invitación que se alargó

Por Arturo Pardo

“En este espacio uno está constantemente recibiendo retroalimentación del trabajo de uno y escuchando el de otros artistas aquí presentes”.

A Alejandro lo conocen también como Drito. Entender de dónde viene su pseudónimo no debería resultar difícil, así como tampoco debería ser complicado comprender cómo, de invitado pasó a ser un residente permanente.

Lo que originalmente sería de corta estancia se convirtió en permanencia. De su visita a la salita Temporal, “surgieron un montón de cosas”, dice él, en esta conversación en el espacio que ahora es su propio estudio.

Cuando Drito llegó ahí, el calendario de artistas inquilinos no estaba tan claro. Mientras tanto, el pequeño cuarto cuyas paredes ahora están cubiertas por sus obras en pinturas, collages y grabados era uno de los recintos menos prometedores de todo Temporal.  No había suelo y las paredes sudaban de la humedad. Nadie hubiera apostado porque llegaría a ser habitable y que en él llegaría a fluir la inspiración.

Alejandro se apropió de un rincón inesperado que ahora es un rincón que le ha permitido producir en mayor cantidad y a mejor ritmo que lo que venía trabajando anteriormente. En lo que fuera un escondrijo se retó a organizarse él, y a organizar también mejor su arte. Ahora trabaja en lo suyo y en él mismo, con más motivación y concentración.

“Uno está constantemente recibiendo retroalimentación del trabajo de uno y del de otros artistas ahí”, confiesa.  “Se generan vínculos muy interesantes, muchos aprendizajes por la variedad de puntos de vista”. 

Trabajar  en un lugar donde todas las personas están trabajando en arte, ayuda a motivarse y a concentrarse.

En la muestra actual su participación es una especie de repaso de sus diferentes vidas artísticas, las de ayer y las que lo habitan hoy. Es un recorrido general entre lo nuevo y lo viejo; diferenciarlo es un recuerdo de todo lo que pasa en el tiempo que se alarga.