Sin Categoría

Excursiones en la soledad

Por Gaby Umaña
@gaby.multiverse

Las mujeres trans tenemos la peculiaridad de que nacemos dos veces. Al principio somos un pequeño gusanito que se alimenta para después enroscarse y renacer.

La adultez joven supone alrededor de tres décadas de la vida en las cuales se desarrollan diferentes aspectos de nuestra vida. No hablo de las cosas que el status quo nos encaja desde que somos niñxs, como la casa, el carro, lxs hijxs, el trabajo y cuantos símbolos vanos de éxito babilónico se le ocurran al Sistema para tenernos en la rueda para hamsters, dínamo del aparato capitalista. Aparte de cualquier logro material, una persona saludable debería ser integral, entre otros aspectos, en cuanto a su autoestima, amor propio y su capacidad para formar relaciones afectivas de diversa índole.

“La vida es demasiado corta”. Este es uno de mis clichés favoritos. Pero ¿qué significa realmente esta frase? El proceso de pandemia del coronavirus nos ha impulsado a las generaciones jóvenes a poner en perspectiva las posibilidades de acción de las piezas en el tablero de ajedrez de la cotidianidad, donde somos más peones que reyes y reinas, mucho menos alfiles. La estrategia cambia, se adapta a cada paso que damos y se ramifica en infinidad de posibilidades para abrir el trecho que nos lleva hacia adelante.

Somos animales gregarios, es decir, vivimos en comunidad. No hay escapatoria de ello, pues inclusive detrás de un dispositivo electrónico, nos enfrentamos continuamente a la convivencia con otras personas. Además, ser hermitañx es un sueño cada vez más reservado para las clases adineradas. Dicho esto, medir el panorama se vuelve vital para sobrevivir de forma tal que, al mirar el presente, podamos decir “No voy tan mal, no estamos tan mal”.

Fui criada dentro de una familia pobre y masiva. En casa éramos mis papás, mi hermana y yo, rodeadas de un montón de casitas en condiciones similares, todas con el apellido de mi abuelo, llenas de niñxs bajo la tutela de mi abuela, en edades bastante homogéneas. Esta camada de chiquillxs fue una escuelita, una pequeña sociedad donde, sin saberlo, aprendí a forjar alianzas para escalar en la jerarquía del juego infantil, adoptando modelos a seguir como un caballito de carreta, ojos centrados en la obediencia y el temor al castigo de mis bullies por no poder, por decir “no quiero”.

Las relaciones de poder también se desarrollan en la niñez, y se forjan al calor de circunstancias muy particulares: la situación socioeconómica, las estructuras familiares, la educación a la que accedemos y la comunidad más allá de la casa. Si sumamos a esto el proceso de aprendizaje que atraviesan nuestrxs cuidadores, y la atención que ellxs son capaces de brindarnos mientras crecemos, estamos ante un experimento social, que se envuelve en sí mismo como un botón de rosa. Cada pétalo se llegará a abrir al florecer y, dependiendo del cuidado que se le haya dado a la plantita, lucirá con menor o mayor belleza, durante menos o más tiempo.

Las cosas como son. Si me miro desde afuera y saco cuentas, me pregunto: ¿Cuánto tiempo, dolor y esfuerzo me ha costado llegar al entendimiento de que mis procesos internos no son diferentes a los de lxs demás? Soy una mujer trans de clase media-baja y nací en los 80’s en zona rural, en Costa Rica. Esto significa que tuve condiciones básicas que me permitieron crecer dignamente gracias a la atención social y solidaria del Aparato Estatal, conformado por ministerios e instituciones autónomas cuya misión es velar por el bienestar de lxs habitantes.

Las mujeres trans tenemos la peculiaridad de que nacemos dos veces. Al principio somos un pequeño gusanito que se alimenta para después enroscarse y renacer. La primera trampa del renacimiento –al menos a mí me pasó así– es creer que salirse del clóset es la culminación de una etapa de desconocimiento del ser. Nada más errado: decirle al mundo que no sos cisgénero y heterosexual es una batalla cíclica que no para nunca, pero puede volverse cada vez menos dolorosa, si una aprende a aprovechar la dureza de los callos y las cicatrices del corazón.

Volverse más “dura”, según el contexto, puede significar crear una capa de ortiga para protegerse de las inclemencias de la sociedad. Los ataques de todo tipo hacia las personas trans siguen siendo muy comunes en todo el mundo. En América Latina, la discriminación hacia nuestra población profundiza la brecha en la accesibilidad a oportunidades de educación, salud integral, vivienda, trabajo reconocido legalmente, y prácticamente cualquier otro Derecho Humano, porque no todxs vivimos en las zonas urbanas.

Una aprende a reaccionar con fuerza cuando ve violentada su seguridad, y si esa lucha no da tregua y la rutina es pelear, el tiempo pasa factura. La mente y el corazón se enferman, y todo se torna gris. Por esta razón resulta tan importante la actualización de las políticas estatales en cuanto a desarrollo educativo, psicológico y cultural se refiere. Un enorme porcentaje de la población carece de las herramientas emocionales necesarias para afrontar el reto de vivir en esta etapa de la historia humana.

¿Quién iba a imaginarse que nuestras generaciones serían partícipes y testigos de una crisis sanitaria y económica de las proporciones actuales? Cuando tenés a la mayoría de la gente preocupándose por pagar y no morirse de hambre, el interés en el crecimiento emocional desaparece, y es sustituido por un montón de fórmulas facilistas para encontrar una paz blanca que no existe. La luz al final del túnel es un engaño, porque lo más importante no es la meta santificada, sino la espuela que te sale a punta de golpes. Sí, madurar supone sufrir.

Son distintas y muy variadas las perspectivas que una puede darle a la vida. Digo esto porque otro callo importante que me ha salido últimamente es una dureza en el alma y la piel, que me permite tener una visión menos detallada de cosas pasajeras, asperezas que se liman, y hacen que el roce con el mundo duela un poco menos. Así he logrado abrir mi corazón más que hace unos cuantos años. He descubierto que la gente no es buena o mala. Hay todo un arcoíris difuso por descubrir. Encasillar(nos) es un error, en tanto seremos encasilladxs de vuelta. Este es uno de mis principios básicos para crear relaciones saludables con personas nuevas.

El distanciamiento físico es un monstruo bastante hábil. Lidiar con sus artimañas no es fácil, pues con el tiempo supone lejanía espiritual. La rutina nos aparta de lxs demás, así como de nosotrxs mismxs, y, si no hacemos un esfuerzo consciente por cultivar la autocompasión y el autodescubrimiento, así como la empatía y la solidaridad hacia lxs demás, vamos a perder esos y otros valores que han sido parte positiva de nuestra identidad.

Valoremos a aquellxs que se interesan por saber cómo estamos, a la familia elegida, a lxs compas. Tener gente amorosa cerca puede salvarnos la vida, y ayudarnos a convertirla en una nave segura, equipada para navegar los mares de la soledad inefable que tenemos en el corazón. La oscuridad no es algo necesariamente malo. El tono más oscuro de negro también es tierra donde la semillita de la luz puede germinar. Nunca, aunque no parezca, estamos totalmente solxs.