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¿Y si me invento unos frenos?

Por Fer Salas
@fer_salas10

La verdad, si pudiera en serio reinventarme, me haría una persona que piense menos. Una persona que, de vez en cuando, pueda tener la mente en silencio.

La palabra reinventarme me genera mucho conflicto—más que todo por el sufijo. ¿Re? ¿Cuándo me inventé por primera vez? ¿Cuándo tomé la decisión consciente de ser quién soy?

Cuando lo pienso así, suena como que tuve una reunión ejecutiva a los nueve años. Me imagino con un pijama, un foco, un fuerte de sábanas y una pizarra blanca tomando decisiones muy importantes. Después de hacer los números y meditarlo profundamente, decidí que me iba a gustar bailar, leer, las siestas y hablar con extraños. Listo. Me inventé y seguiría cargando con esas características hasta el próximo aviso.

Aunque la premisa me suena ridícula, siento que a veces hay una expectativa de volverla realidad. Ahora que no somos niños, ¿deberíamos en serio tener una reunión ejecutiva con el espejo? ¿Deberíamos evaluar cada aspecto de nosotros mismos y decidir si descartarlo o mantenerlo según nuestros indicadores de eficiencia? ¿Deberíamos crear un alter ego nuevo—uno más atractivo, misterioso, sociable, culto, lo que sea—y hacer todo lo posible por habitarlo?

Crear una nueva personalidad de manera tan estéril se siente como pensarse a sí mismo como una marca y no una persona. ¿Quién sabe? Tal vez, si tomáramos una página del libro de Taylor Swift y cada dos años cambiáramos toda nuestra estática, nuestro sonido, nuestra imagen en general, seríamos más potables. Seríamos un producto más fresco sin ser nuevos. Casi como volver a pintar un carro para que se sienta como recién salido de agencia sin tener que cambiarle el motor. Pero en el proceso de reinventarnos —de rebrandearnos— perdemos genuinidad.

Si hurgamos un poquito más profundo, es probable que este término me genere una reacción tan visceral por su proximidad al concepto de masking. Para los que no saben, masking viene de la palabra máscara y se refiere a camuflar su personalidad natural o su comportamiento para conformarse o acoplarse a las expectativas sociales. Muchas personas pueden adoptar esta práctica, pero es particularmente ubicuo en la comunidad neurodivergente.

Para las personas autistas esto puede significar obligarse a hacer contacto visual, suprimir el stimming o bajarle la intensidad a sus intereses. Para personas con TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad), como yo, puede significar quedarse callados para no decir nada impulsivo o forzarse a frenar sus piernas inquietas para no poner a los demás ansiosos. El problema con esto es que verdaderamente es una forma de disimular y no de lidiar. No sirve para mejorar la vida de las personas neurodivergentes, sino para evitar incomodar a los demás.

Lo que lo hace aun peor es que el masking también está intersecado por las expectativas de género. Si pensamos específicamente en los casos de TDAH, los niños tienen más permiso que las niñas para ser ruidosos, hiperactivos e impulsivos. A las niñas se les dice “calladitas más bonitas” y ellas lo interiorizan. Palabras como estas no son un encantamiento todopoderoso que va a reconfigurar el cerebro de estas niñas para acoplarse al ideal neurotípico, pero sí les va a enseñar que su personalidad natural es algo indeseable que deberían ocultar. De esta manera, ellas empiezan a usar el masking antes de saber lo que significa la palabra.

Por esta razón, la edad promedio para diagnosticar un niño con TDAH es 7 años, pero para las niñas es 12 años. Incluso, es común que muchas se enteren hasta que salgan del colegio y pierdan la estructura que las ayudaba a funcionar. Esto significa que los niños tienen mucho más tiempo para adaptarse a su diagnóstico y desarrollar estrategias especializadas para lidiar con él.

Vale la pena aclarar que este no fue mi caso. Me diagnosticaron a los 9 años que, como ya establecimos, es bastante joven para una mujer. Últimamente he atribuido este hecho a que siempre me he rehusado a camuflarme. Desde pequeña soy ruidosa y hablo mucho, agarro lo que sea para tener las manos entretenidas y no paro de moverme.

Pero, aunque tal vez no fuera mi experiencia, la premisa del principio no es nada del otro mundo. Sí hay niñas que desde muy pequeñitas deciden que tienen que reinventarse porque les dijeron que su personalidad no encajaba con el resto. Las hicieron sentir como si tuvieran  que actuar el resto de sus vidas para ser aceptadas.

Si me parece tan cruel y agotador, ¿por qué decidiría reinventarme ahora? Me gusta como soy. ¿Verdad? Me ha funcionado hasta ahora. ¿Cierto?

¿O acaso todo esto ha sido un argumento muy elaborado para aferrarme a las partes de mí que me hacen daño? ¿Será más fácil pensar que toda mi personalidad surgió de la naturaleza y que yo no tengo agencia sobre ella? ¿Será tan impensable hacer un esfuerzo consciente por cambiar partes de mí?

La verdad, si pudiera en serio reinventarme, me haría una persona que piense menos. Una persona que, de vez en cuando, pueda tener la mente en silencio. Una persona que no se hiper-enfoque en mil escenarios hipotéticos hasta terminar en posición fetal en el piso.

Volviendo a la metáfora del carro, el Dr. Hallowell describe el TDAH así: un carro con un motor muy potente, pero con frenos de bicicleta. Así me siento muchas veces. Así me siento hoy. Cuando me monto en un tema no me puedo bajar. No puedo frenar. Solo puedo ver como mi imaginación corre por delante de mí hasta que me deja eléctrica de la ansiedad.  

¿Y si me invento unos frenos?

Para mi desgracia –y, francamente, la de mi psicóloga— no es tan fácil como solo manifestarlos. (Ya intenté.) Se necesita un proceso más difícil que solo reinventarse. Es una experiencia para uno y no para los demás, como lo es el masking.

Lo que verdaderamente hace falta es reconstruirse.

Me toca a mí deconstruirme para volver a empezar. Ya no basta visualizarlo como una reunión ejecutiva para la toma de decisiones. En cambio, estoy pasando unos días en el taller. Estoy revisando para qué funciona cada parte o si las partes funcionan del todo. Aún no he terminado, pero decidí que puedo seguir siendo yo misma. No hace falta ser una persona nueva. El motor lo podemos dejar. Nada más esta vez tengo que hacer el esfuerzo consciente de incluir frenos para no descarrilarme.