Sin Categoría

Viene hacia la ventana

Por Arturo Pardo

Es la primera vez que siento esa “paranoia de parqueo”. No sé si ese término existe. Tal vez lo acabo de inventar. 

Estoy en el parqueo de un centro comercial, solo y metido en mi carro a la espera de que me respondan una llamada. No será hasta que la otra persona me conteste en que podré bajarme. Las llamadas son capaces de agilizar la comunicación, pero mientras no se respondan, pues más bien lo que provocan es un atraso. Esta es una de esas llamadas; de las segundas.

Ring, ring, y nada que me atienden, pero el timbre del teléfono se va disipando hacia el fondo de mi oído, mientras mi atención se enfoca en un sujeto que está caminando directamente hacia mi vehículo.

 

Es un hombre de unos 50 años. La verdad no puedo determinar bien su edad porque me enfoco en su fatiga color amarillo y en el hecho de que sigue viniendo en mi dirección, con la mirada fija en mí.

 

Se dirige hacia la puerta del copiloto, decidido y a paso firme. Me intriga.

 

Primero pienso en que va a pedirme que me baje del vehículo, que no me puedo quedar en el parqueo si no voy a comprar nada en el lugar. No sé por qué pienso esto. Es la primera vez que siento esa “paranoia de parqueo”. No sé si ese término existe. Tal vez lo acabo de inventar. Tal vez la llamada que estoy por hacer es un poco comprometedora y por eso hay un poco de paranoia en mí.

 

Creo que a estas alturas ya colgué el teléfono. Di la llamada por perdida. El hombre está de pie justo al lado de la ventana. Mi culpa se incrementa. No sé culpa de qué, pero ahí está. Entonces me pongo a la defensiva, como si ya me hubieran dicho algo. Ya tengo lista mi respuesta o, más bien, mis alternativas de respuesta:

“¡Ya casi me voy a bajar, nada más tenía que hacer una llamada antes!”.

“Estoy bien parqueado, no entiendo cuál es el problema”.

“No tengo ni cinco minutos de haber llegado”.

 

Mis pensamientos autónomos se ponen violentos y el hombre no deja de verme fijamente… o eso es lo que parece. 

 

Se quita una gorra con sus manos cubiertas con guantes de tela. Siento que he visto un villano hacer esto mismo, con esa misma indumentaria en más de una película. 

 

Se inclina levemente y siento que ya viene, que ahora sí me va a encarar. Podría bajar la ventana pero no sé si quiero. Veo venir su regaño pero, sin decir palabra, lo que hace es peinarse de izquierda a derecha, con su mano aguantada. Se peina y me ve directamente. O eso es lo que parece.

 

Es hasta ese momento en que entiendo que no me está viendo a mí, sino que se está viendo a él y mi ventana le da reflejo.

Él no me ha visto, probablemente no me ha notado. Ahora que soy yo quien lo ve fijamente, con la ventana de por medio, me pregunto si debería incomodarme el hecho de que no me haya visto dentro del carro. O si es así de vacíos e invisibles que se sienten los espejos, cuando nadie los ve, sino que, en ellos, solo ven un reflejo de sí mismo. 

 

Me voy calmando, porque ya sé que no hay motivo alguno para la tensión. Sin embargo, sin bajar la ventana, me surge la duda de, ¿por qué alguien que está usando gorra, quiere estar bien peinado?