Por Ana Elena Castillo
@nomada.wearable.art
Luego de que vi ese destello; seguido me quedó un signo de pregunta en mi cabeza…
Cuando el año 2000 estaba por empezar, el mundo se iba a acabar. Eso era lo que se decía que ocurriría con el cambio de calendario del siglo.
El final de 1999 fue un momento esperado con mucha anticipación. Estaban muy vivas las teorías del fin del mundo, con un poco de miedo, tal vez con expectativa y mucha curiosidad. Venía el Y2K, venía el cumplimiento de la profecía maya y, con un estruendo, nos íbamos a ir.
Hoy sabemos que en aquel momento no se acabó nuestra existencia pero, unos minutos antes del 3, 2, 1, que marcaba el final del siglo, no teníamos tanta certeza.
El 31 por la noche yo estaba con mi familia en el cucurucho de una montaña en Atenas, en un jardín con una vista 360 hacia las ciudades vecinas. Faltaban pocos minutos cuando, súbitamente, se fue la luz. ¡Hubo un apagón que llenó a Atenas de oscuridad!
Un punto como del tamaño en el que uno ve la luna se levantó del vacío dejando una estela. Provenía desde del centro de la ciudad, casi de donde se ubica el parque frente a la iglesia. Iba en dirección hacia las montañas. Luego de que vi ese destello; seguido me quedó un signo de pregunta en mi cabeza…
“Iih mae, ¿qué fue eso? ¿Alguien más lo vio?”, pregunté para ver si alguien más de las casi 10 personas de mi familia lo había notado. No recuerdo haber escuchado a nadie más diciendo algo; más bien parecían estar completamente despistados, sin querer salirse de la fiesta. Reaccionaron porque, inmediatamente después de eso, la electricidad regresó.
Sentí incredulidad.
Parecía una estrella fugaz, pero imposible que fuera de ese tamaño y, además, iba hacia arriba; la dirección generaba dudas de qué podía ser aquello.
En ese momento sentí piel de gallina hasta en los cachetes. Me quedé atónita, no pude ni siquiera decir mucho. Aquello fue en un abrir y cerrar de ojos. El resplandor no era confundible con algo más que yo hubiera visto pero también estaba confundida con la naturaleza. La naturaleza puede ser inexplicable.
En ese momento me sentí absolutamente minúscula. Entendí que el universo es muy grande como para que no haya más vida que la nuestra.
¿Por qué la vi yo y no quien estaba a la par mía? Se sintió como ganarse un premio.
Parte dos
Con el tiempo, el recuerdo se me fue borrando, como si no fuera mío… Hasta que, en diciembre pasado, pesqué a mi tío contando la misma historia, con los mismos detalles, en el mismo momento. Un relato que ya había contado en otras partes y que nunca, nadie, le creía. Igual que como me había pasado a mí…
A los dos se nos había olvidado que habíamos sido testigos de lo mismo. O, ¿será que él me robó mi historia? A fin de cuentas, oírlo narrándola, de alguna forma reconfirmó mi recuerdo.
Cuando escucho a alguien contando una anécdota así, me pregunto qué habrá sido lo que permitió que unas personas tengamos una oportunidad como esta y que otras no…
¿Será que es una respuesta que hemos estado buscando? ¿O más bien es desde un momento así en que la pregunta se nos despierta? Tal vez puedo llegar a sentirme un poco incrédula, pero a la vez abierta a creer más en lo desconocido. Aquella ocasión me dio a entender que la percepción de uno puede cambiar en un segundo, a veces para corroborar algo, o, como en mi caso, para abrirme a más interrogantes.
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Ana Elena tiene una marca de paños donde abundan los tonos y formas, precisamente porque le gusta la vida llena de colores. De profesión es publicista y diseñadora, aunque, cada vez que puede, dice que le gustaría ser espía.