Sin Categoría

Soy un disidente del fútbol

Por Ulises Mendicutty
@ulises.mendicutty

Creo que no es culpa de nadie, no hay un señor patriarcado o un señor fútbol al que se le pueda reclamar, un ente que lo orquesta todo sentado en la parte más alta de su castillo.

La gente hundida en la normalidad pretende que todos nos quejemos igual y de lo mismo. 

Nunca pensé que fuera el único, aunque lo más cómodo es esconderte y vivir en el anonimato, es fácil reconocer a los disidentes. Lo que nadie se cuestiona es que ese rechazo sea originado por el patriarcado, el enemigo número uno, quien te expulsa y crea una maquinaria que te rechaza, pero que al mismo tiempo te quiere dentro, el fútbol es su más grande creación. Porque seamos sinceros,¿qué deporte es más heterosexual que ese? No tengo que hablar de sangre y peleas para poder afirmar que el fútbol es violencia. Para un niño como yo, que fue educado como una persona cis heterosexual, que no te escogieran para jugar en un equipo era violencia y exclusión. También lo era que te dejaran al último. 

Y entonces me pregunto: ¿por qué se me niega el derecho a odiar una cosa que ha creado un sistema que me/nos rechaza? A este punto mis motivos son igual de válidos que los tuyos para amarlo. 

No es porque de niño me rechazaran, no me dejaran jugar o me obligaran a hacerlo, aunque si fuera por eso, el solo hecho de que yo decidiera que quiero odiarlo tendría que ser válido para simplemente dejarme en paz.  Pero con el fútbol no funciona así,  el error no está en el deporte o en la práctica del mismo, es un problema de empatía.

Sinceramente, creo que no es culpa de nadie, no hay un señor patriarcado o un señor fútbol al que se le pueda reclamar, un ente que lo orquesta todo sentado en la parte más alta de su castillo. El fútbol forma parte de una estructura que por desgracia se ha quedado anticuada, que pretende normalidad y estandarización. Te tiene que gustar y lo tienes que jugar. Nadie se pregunta por tus cualidades, por tus habilidades, por tus decisiones, por tu historia, por tus gustos. El fútbol te tiene que gustar. 

Mi papá siempre ha tenido una pasión muy grande por el fútbol, en algunos casos es y ha sido fanático. O sea, podría llegar a enojarse, a gritarse y a pegarse con gente por esto. Mi mamá recuerda que las primeras veces que fue a la casa de mi familia paterna pensaba que se pegarían en la mesa de cuánto se gritaban discutiendo partidos. Partiendo del supuesto de que yo crecí en esa familia, voy a contarles unas cuantas anécdotas, las más light, las que tienen que ver directamente conmigo y con las que no le causo problemas a nadie.

  • Mi papá nos llevaba todos los fines de semana a verlo jugar fútbol y pelearse. Los partidos eran temprano, y nosotros, a pesar de que durante toda la semana nos despertábamos temprano porque teníamos que hacer viajes largos hacia la escuela, teníamos que acompañarlo porque era cuando él no trabajaba y podíamos estar “juntos”. No niego que algunas veces me divertí con mi hermano, comiendo naranjas o cazando insectos, pero era un martirio. Papá, lo siento, era un martirio ir a ver cómo te divertías. Esto se acabó en la adolescencia, sus gritos ya no nos despertaban y él no podía llegar tarde a los partidos por esperarnos. 
  • Obviamente, al ser hijos de un futbolista, desde pequeños estuvimos inscritos en equipos a los que íbamos por las tardes. Después de un tiempo entendí que si no llevaba tenis, no jugaba, así que los sacaba de la maleta a escondidas. Odiaba ir a los entrenamientos y llenarme de tierra. Disfrutaba sentarme con las señoras y escuchar sus chismes. También las papas que mi mamá nos compraba terminando.
  • Mi abuelo tenía un amigo que era dueño de un palco en el Estadio Azteca. Una vez nos llevó a un partido a mí y a mi prima, hubo una pelea y comenzaron a lanzar cosas desde arriba, al tipo que estaba parado viendo el partido frente a nosotros le cayó un cristal que le cortó el cuello. El no sintió nada a pesar de que la sangre salía como una fuente.
  • Mi primo Lalo y yo éramos uno solo. La diferencia: a él le encantaba el fútbol. Como yo no era bueno jugando él se propuso entrenarme, como no veía futuro en mis torpes piernas optó por mis manos: “¡Tu serás portero!”. Y así me entrenaba a pelotazos en el patio, pelotazos de cariño y frustración. Su primo no sabía jugar fútbol, no le interesaba. La pasión se interponía en el juego, la suya por el fútbol, la mía por no jugarlo.
  • En la preparatoria estuve en una escuela que odiaba, fue una experiencia traumática a la que podemos sumarle el hecho de que obligatoriamente teníamos que ir los sábados (los benditos sábados) por la mañana a jugar fútbol. Había que comprar todo el armamento: shorts, camisetas, calcetas, protectores, zapatos. Como yo no tenía pensado jugar, lo primero que se me ocurrió fue alquilar el equipo, nunca faltaba el despistado que llegaba sin zapatos o sin camiseta. Después, encontré a otro en la misma situación que yo y para evitarle disgustos a nuestros compañeros, negociamos ser los jardineros de la escuela en lugar de mal patear pelotas.
  • Cuando llegábamos a ir al campo o a la playa se jugaba fútbol, era un paso obligado. Mi hermano y yo rogábamos que no nos escogiera mi papá porque eso era, como ya dije, un martirio. Jugábamos entre gritos y regaños, estábamos obligados a ser buenos jugadores, obligados a triunfar aunque el contrincante fueran mis primas. Al final, por desgracia, perder y ser el culpable. 
  • Un domingo regresábamos a casa por calzada de Tlalpan, pues vivíamos muy cerca del Estadio Azteca. Al dar vuelta hacia casa vimos a dos niños de unos 12 o 13 años corriendo desesperados, llevaban la camiseta de los Pumas y atrás de ellos se acercaba una hola de enfurecidas camisetas amarillas del América. Le grité a mi papá que se parara, pero fue inteligente al negarse. Nos habrían pegado a nosotros también. Los vi hundirse en ese amarillo mientras nos alejábamos. 

¿Puedo tener una opinión favorable sobre el fútbol sí partimos del hecho de que personalmente no me ha dado nada positivo? Pienso que hay diferentes formas de verlo, pero siempre, en cualquier ámbito, se tiene que considerar la experiencia personal a la hora de emitir un juicio y saber de antemano que este no será parcial. 

Nunca he jugado tenis así que de eso no opino, ni para bien ni para mal. Fútbol sí. Pero la diferencia no está en el conocimiento o la ignorancia. La diferencia, como en las religiones, está en los fans, en ese grupo de personas embarradas de testosterona que se matan por un equipo para el que no son más que una persona más en las gradas, que lloran porque una pelota entró más en una red que en otra, que obligan a sus hijos a crear un vínculo sentimental unidireccional a través de un gusto. En ese nacionalismo que se esconde en apoyar a un país y alegrarse hasta las lágrimas por la derrota del otro.

El fútbol es un campo de símbolos y significados. Es todo aquello que no me gusta, representa todo aquello de lo que siempre he escapado. Mi pasado, mis traumas, mis rechazos, mis inseguridades, mi país. 

Ayer vi una noticia. Un futbolista ebrio chocó su mustang contra el coche de una pareja de recién casados y los mató. En la noticia también decían que era absurdo que las personas en redes sociales comentaran y estuvieran más angustiados por la carrera del futbolista que por la tragedia de la pareja que falleció. Y yo creo que eso es un buen resumen, eso lo dice todo.