Por Manuel Sancho
Nadie debería sentirse obligado a tener esa conversación con madres o hermanos necesariamente.
“Claro, por eso tenés los dientes hechos leña, todos manchados y amarillos.”
Estuve unos días de regreso en la casa materna, luego de algunos años de haberme ido a vivir solo. Me iba de viaje sin fecha de retorno. Con el día de partida cerca, mi amada y a partir de aquí sufrida madre encontró restos de la galeta en un abrigo. El sufrimiento se exacerbó al borde de sus ojos y se ahogó en su boca, pues solo pudo expresarlo a mi papá. Él, angustiado pero sin mayor preocupación por mi hábito (de joven la probó y de grande lo desea), me lo comentó.
Esperé a que ella me dijera algo. Me resigné a que iba a ser un tabú familiar, hasta que empacando antes de agarrar el avión sacó su desdén contra las drogas: el comentario sobre mis dientes presuntamente manchados por la mota.
Le pareció un hecho, un dato científico. ¡Si me lavo los dientes como cinco veces al día! Y además la marihuana no mancha como el cigarro. Pero mi mamá fusionó todos sus temores —el pasado de su Guanacaste arrasado por drogas y las reglas sociales impuesta por leyes absurdas— para comunicarse. No la culpo realmente.
Fue el intento de regaño/súplica de mi mamá, cuando conversamos sobre mi consumo de marihuana por primera vez. Tras la decepción de su insulto a mis dientes, intenté que lo habláramos en el almuerzo con mi papá. Lo hicimos a la carrera, antes de que me llevaran al aeropuerto. Tenía 31 años (hoy tengo 34). No quería dejar el cabo suelto antes de irme, pero no fueron palabras de calma.
Salir bien
Tras los meses de viaje, volví fresco y con pacíficos vapores suramericanos en mis pulmones. A las pocas semanas convoqué a mis hermanas y papás a una reunión. Tenía que hacerlo bien. Luego de profundizar algunos puntos, caí al último del guión: mi consumo de cannabis.
Lo expliqué; lo repasé históricamente desde que la probé por primera vez en el colegio; lo ligué con una consciente defensa política de que el carácter ilegal de su comercialización es un absurdo del sistema jurídico y socioeconómico; y abrí la mesa a toda duda.
La tensión en mi mamá creció, su mirada se alejó y se convirtió a veces en reclamo, a veces en un simple no entender el porqué: luego a llanto; por momentos a un autoflagelado ‘¿Qué hice mal?’; y por un segundo en resignación.
No tuvo respuesta a los hechos que enumeré —tener trabajo estable desde hace una década; pagar un apartamento sin problema; no haberle pedido un cinco sino más bien prestarle desde hace 10 años…— todos incompatibles con una adicción.
Ese es su mayor temor. La adicción. Y por eso quería hablar de mi consumo de marihuana; las formas; la frecuencia; las sensaciones; las razones…y dejarle muy claro que no tengo una enfermedad o una adicción que condiciona e incapacita el resto de áreas de mi vida.
Los que están adentro
Nadie debería sentirse obligado a tener esa conversación con madres o hermanos necesariamente (a menos que lo encaren o lo agarren a uno caído). Yo lo sentí necesario, por lo que siento por el cannabis; por lo que disfruto consumirlo; por lo que creo fervientemente sobre la ridícula ilegalidad que se impuso a su comercio (en otro texto podemos hablarlo); y porque, cada vez que hay mención a esa palabra, hay velos de secretismo y tabú aún, y peor se liga a ideas que no son ciertas en todos los casos.
Me doy cuenta que mucha gente consume marihuana, algunos en la calle, otros en la esquina afuera del bar, en una fiesta o reunión en una casa prenden al sentirse en confianza. O quizás consumen, fuman, vapean o forjan un bong de una botella plástica de refresco en soledad, a escondidas o cada vez que se ven con Fer o Mari. Muchos están “enclosetados”, cómodos en su su burbuja social con amigos, novios, compañeros del brete, excompas del colegio, pero lejos de discutirlo con familia o compañeros de trabajo.
No Mamá, no tengo los dientes hechos leña, no soy adicto ni robo para comprar droga, no perdí mi trabajo, no vendo ollas de la casa, no cometí maldades, ni sufrí con algún golpe de la vida por mi consumo de cannabis. Simplemente es un elemento de la naturaleza que suma alegría, claridad y calma a mi vida. Lo tengo presupuestado incluso en mi contabilidad.
Se lo dije porque la entiendo y quiero que esté tranquila por mí, pero también porque cada oportunidad que tengamos para romper la burbuja social del cannabis —impuesta muchas décadas antes de la pandemia— puede ser valiosa.