Por Adriana Gutiérrez Camacho
@adrigu31 @metamentalcr
La salud psicológica también depende de acciones políticas, institucionales, organizacionales, comunitarias y de ámbitos más allá del personal.
En los últimos años hablar de salud mental se ha convertido en un tema cotidiano, banal y mediático sobre el que todas las personas tenemos algo qué decir. Esto no es de extrañar, por supuesto, ya que la salud mental es una dimensión esencial que nos compone como seres humanos en sociedad. Sin embargo, ¿realmente sabemos lo que es la salud mental y cómo promoverla?
La Organización Mundial de la Salud la define como un fundamento del bienestar individual y del funcionamiento en sociedad, partiendo de la premisa de que la salud integral es más que la ausencia de enfermedad. En otras palabras, no somos seres sanos únicamente por no presentar condiciones fisiológicas que afectan nuestro bienestar, ya que nuestra salud está definida por muchos otros factores de carácter psicosocial que promueven (o no) ese bienestar.
Aquí nos enfrentamos a un primer gran reto: redefinir la concepción sobre salud mental. Situarnos desde un enfoque de bienestar integral pareciera resultar más óptimo, dado que la salud mental no es un complemento o algo externo a la salud física, sino un todo. Comprender que el bienestar físico y emocional dependen uno del otro es la clave para poder otorgar a la salud mental la misma importancia que se le da al bienestar físico. De esta manera, se rompe con la visión de que el bienestar psicológico es algo que solo las personas con problemas deben atender, cuando lo cierto es que ninguna persona puede desarrollarse óptimamente sin salud emocional.
Esta visión peyorativa, mitificada y prejuiciosa sobre la salud psicológica es una de las razones por las que es vista como un tabú, como si se tratase de una otredad en la que se piensa que yo nunca necesitaré ayuda; porque además, tenemos la costumbre de atender la salud mental cuando ya está en riesgo, y no con prácticas preventivas como parte de un continuum de vida. Esto nos lleva a un segundo reto: trascender del enfoque individualista de la salud mental. Es importante entender que las personas no están mal por decisión propia, pero tampoco pueden sentirse bien con solo tener ganas de estarlo. La salud psicológica va más allá de una decisión propia de querer estar bien o mal, porque existen factores biopsicosociales que facilitan o dificultan el bienestar integral.
Aunado a lo anterior, y contrario a lo que popularmente se concibe, la salud mental tampoco depende de la psicología y psiquiatría únicamente. Comprenderlo representa un tercer reto de salud mental en el país. El acceso a servicios de atención psicológica y psiquiátrica es esencial, pero representa la punta del iceberg únicamente.
La salud mental se puede fomentar con procesos terapéuticos, pero también con acceso a educación, a servicios de salud, a bienestar financiero, a condiciones de vida dignas, a vivir sin violencia, y al eliminar las brechas sociales aún existentes que no se solucionan con terapia únicamente, sino con intervenciones comunitarias y políticas públicas de salud mental. En otras palabras, la salud psicológica también depende de acciones políticas, institucionales, organizacionales, comunitarias y de ámbitos más allá del personal.
Por esta razón, culpar a las personas de no querer estar bien es revictimizante, y es una noción desarticulada de la realidad. Esto va de la mano con la calidad y oferta de servicios de atención y redes de apoyo con los que cuentan las personas. En lo que respecta a servicios profesionales, trascender del enfoque de medicación de la salud mental es un cuarto reto que presentamos como país.
En el 2019, solo dentro de la CCSS se reportaron 96.590 diagnósticos de crisis de ansiedad, principalmente en personas entre los 20 y 44 años de edad. En la mayoría de estos casos la salida suele ser la prescripción de medicamentos porque el sistema de salud pública no tiene recursos suficientes destinados a la Psicología: no hay estudios epidemiológicos, no hay plazas suficientes, lo que hay son profesionales con una demanda exorbitante de casos por atender y personas en lista de espera. Muchas de ellas requieren atención psicológica que les ayude a solventar diversas crisis que enfrentan, pero al haber una saturación de casos y de servicios, esa atención no se les puede brindar y la medicación pasa a ser la primera y única línea de atención que reciben. Esto no quiere decir que el uso de psicotrópicos está mal, porque realmente son necesarios. El problema es cuando se recetan a todas las personas sin distinción de casos ni su gravedad, y sin complementarlo con atención psicológica. Pareciera ser más sencillo recetar un medicamento a la persona en crisis que brindarle un proceso terapéutico.
De la mano con lo anterior, el quinto reto le corresponde a la psicología, en relación con el tipo de servicios que brindamos más allá de la terapia. La psicología clínica-terapéutica es solamente una de las más de 50 áreas de trabajo que tiene la profesión, por lo que es necesario que se nos preste mayor atención y nos abran oportunidades para poder fomentar la salud mental desde diversos espacios que van más allá de un proceso terapéutico. Sin embargo, todo esto debe ir de la mano con buenas prácticas profesionales, basadas en la evidencia y ética deontológica, ya que lamentablemente nuestra profesión está plagada de prácticas, enfoques y profesionales cuestionables que dañan la imagen de la psicología como una ciencia.
Somos el séptimo país de Latinoamérica que presenta más años perdidos por trastornos mentales y condiciones de salud psicológica, el suicidio es la tercera causa de muerte en personas jóvenes del país, y los trastornos depresivos y de ansiedad son la primera causa de incapacidad en Costa Rica.
¿Qué hacemos frente a esta coyuntura?. Por esto, un sexto y último reto, y el más valioso para mí, es educar. En palabras de Nelson Mandela, la educación es el arma más poderosa para cambiar al mundo. La educación sobre salud mental debe iniciar desde el hogar y extrapolarse al ámbito educativo, profesional, laboral, institucional y político. Es necesario psicoeducar para entender que el autocuidado emocional es una necesidad primaria de supervivencia y de vida digna; que no hay trabajo, éxito o meta personal que podamos disfrutar plenamente sin salud mental, y que cuidar nuestro bienestar no debe dar vergüenza, ni debe ser un privilegio de pocas personas, sino un derecho de todas.
Estas son soluciones y reflexiones muy ambiciosas de mi parte posiblemente, porque reconozco que no está en mi poder individual el poder mejorar el panorama en el país, y que retos hay muchísimos más. Tenemos una deuda histórica con la salud mental que debemos subsanar mediante esfuerzos compartidos. Mientras tanto, todo continúa en lista de espera sin priorizar, y seguiremos promoviendo la salud mental desde lo mediático y banalizado, no desde lo real.
Fuentes consultadas:
- Mora, A. (2019). 385 costarricenses se quitan la vida al año mientras la salud mental sigue en lista de espera. Delfino CR.
- Organización Panamericana de la Salud. (2018). La carga de los trastornos mentales en la Región de las Américas.
- Resumen de Salud. (2019). CCSS diagnostica 298 casos por día de ataques de ansiedad en jóvenes y adultos. PROMED: Cámara Costarricense de la Salud. Recuperado de: https://www.resumendesalud.net/236-costa-rica/18044-ccss-diagnostica-298-casos-por-dia-de-ataques-de-ansiedad-en-jovenes-y-adultos-2