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Redescubrir el asombro

Por Tamara Gómez
@tamararamat

Me gusta construir esos momentos, llevar a las personas a experiencias que sé que les van a conmover, alegrar, sorprender. Me lo tomo muy en serio.

Tal vez nunca se los dije, pero cada vez que una persona confió en mí para mostrarle una ciudad, esa persona me permitió vivir algo invaluable: ser parte de su asombro.

Siento que colecciono breves instantes; es un regalo para mí poder disfrutar el momento de asombro de alguien, como se abre ligeramente su boca mientras busca las palabras para expresar lo que piensa o siente de ese momento.

Tengo unos cuantos meses de llamar a Roma mi hogar, mi trabajo me ha traído acá, una ciudad con una historia, tradición y mitología que desbordan. Conocer nuevas personas es siempre un reto cuando se trabaja en otro país, pero mientras muy activamente busco nuevas amistades, la ciudad, en cada esquina, no me ha dejado de hablar.

Es aquí, en la “ciudad eterna”, que he llegado a ser más consciente de lo profundo que me conmueve poder ver la ilusión que se dibuja en el rostro de una persona a quien el asombro le toma por completa sorpresa.

Siento que por un momento me convierto en maga. Tengo en mis manos la capacidad de develar el telón a emociones en otras personas, y eso me resulta hermoso. Me gusta construir esos momentos, llevar a las personas a experiencias que sé que les van a conmover, alegrar, sorprender. Me lo tomo muy en serio.

Por eso no dejo la experiencia al azar. Planifico la ruta, tengo presente que calle tomar para generar el ambiente y el ángulo correcto; y en el momento adecuado doy un paso hacia atrás para no invadir ese silencio íntimo de descubrimiento.

Me da satisfacción ser parte y colectar ese asombro que baja las defensas de las personas, que les ilumina el rostro; ahí siento que surgen chispazos de una energía que rompe con el egoísmo individualista que nos agota, porque para poder vivir esa experiencia tuvieron primero que dejarse llevar y confiar.

La capacidad de asombro a veces se pierde en un mundo donde “debemos mantener el control y aparentar saberlo todo”, pero esos momentos portan una inocencia y humanidad que nos rescata brevemente de lo superficial y plástico que resulta muchas veces el teatro en que estamos inmersas las personas.

Descubrir, viajar, perderse, encontrarse, sorprenderse, confiar, así se trate de nuestro pueblo o de un lugar que hemos añorado conocer, es permitirnos vivir esa magia que espero no perdamos nunca.

Quizás lo que más me emociona es que ese asombro, vulnerable y genuino, representa parte de un sentido de humanidad que ha permitido la empatía y la capacidad creadora más hermosas. En tiempos donde nuestros vínculos parecen más frágiles, donde todo se trata de apariencias, me permito seguir coleccionando, como pequeñas dosis de energía, esas sensaciones compartidas, de confianza, con personas a quien quiero y que me dan sin saberlo ese regalo maravilloso.

Siempre he admirado al explorador Alexander von Humboldt, su curiosidad, su sentido de aventura, su sensibilidad. Él no solo se quedó para sí sus descubrimientos y pensamientos, fue alguien que escribió y compartió aquello que le movía y preocupaba del mundo. Parafraseando a Andrea Wulf (2015), en la biografía de Humboldt “La invención de la naturaleza”, él se veía impulsado por una sensación de asombro del mundo natural, un sentido de asombro que quizás hoy nos podría recordar que solo protegemos lo que amamos.

Pienso que al compartir sus descubrimientos y su asombro por aquello que le rodeaba, Humboldt lograba cautivar la imaginación de las personas. Les hacía parte de un mundo por sí mismo sorprendente, y les sumaba al deseo de resguardarlo.

Quizás es por eso que me ilusiona tanto ver el asombro en los ojos de las demás personas, porque me transmite la esperanza de que todavía no hemos perdido esta capacidad transformadora. Reconozco el valor del asombro, y he descubierto en Roma que atesoro ser testigo en primera fila de esos segundos en que todavía somos capaces de sentir sorpresa por el mundo que nos rodea, un mundo que, aunque a veces nos resulte demasiado abrumador, nos ofrece en los momentos menos esperados, esa convicción de que la vida es en sí misma la más maravillosa aventura.