Sin Categoría

Navidad sin mí

Andrés Murillo
@andrsmd

Si uno estudió Medicina, cuando a uno le dicen que tiene que trabajar en Navidad o Año Nuevo no es una noticia particularmente bien recibida, pero tampoco es una sorpresa.

Nunca he sido particularmente fan de las fiestas navideñas, generalmente la sensación que me genera suele ser un poco estresante. Me acuerdo, cuando era niño, de una Navidad en particular en la que mis papás se enojaron y mi mamá no pasó con nosotros. En otra ocasión, uno de mis primos y yo nos peleamos; cuando fueron las 12 medianoche del 24 de diciembre me tocó estar en un cuarto mientras toda mi familia abría regalos en la sala. Así, solitario, a lo Home Alone, pero sin el lujo de la privacidad. Sin embargo a pesar de todo ese trauma, entiendo que es una fecha para pasarla en familia.

Si uno estudia Medicina, la Navidad no siempre logra ser familiar. Cuando estaba estudiando recuerdo que, cada oportunidad que tenían, los profesores siempre hablaban del nivel de compromiso que es necesario para ejercer y ahí iba involucrada la Navidad.

Las necesidades del hospital van primero, mas allá de lo que uno desea o espera. Cuando a uno le dicen que tiene que trabajar en Navidad o Año Nuevo no es una noticia particularmente bien recibida, pero tampoco es una sorpresa. 

Hace dos años, por una situación fuera de mi control me pusieron a cubrir las noches de la segunda quincena de diciembre en el hospital en el que trabajo. Pese que le pedí a mi jefe que me diera algún día feriado como me correspondía, me dijo que no era posible. Eso implicó que me tocara trabajar las noches del 24, 25 y 31 de diciembre. Se me hizo particularmente difícil, pues estaba pasando por un túnel emocional difícil. Sin duda, si hubiera podido elegir, definitivamente hubiera preferido pasar esas fiestas en familia o con amigos. 

El día menos deseado 

Ese 24 de diciembre me levanté con un poco de ansiedad por ir a trabajar. Ya había comprado todos los regalos que pensaba dar, no tenía que hacer compras para la cena ni nada más, porque había quedado de cenar con la gente del hospital. Básicamente lo único que tenia que hacer ese día era contemplar las decisiones que me habían llevado a ese punto. La vibra del día era particularmente deprimente y yo pensaba que no había nada ni nadie que me pudiera sacar de ese sentimiento. 

Por ahí de las 9 de la noche me fui al trabajo, iba escuchando canciones navideñas y, como siempre, el carro era el espacio elegido para una lloradita antes de la jornada laboral. Creo que ese día llore un poco más de la cuenta, pero cuando llegué al hospital decidí enjuagarme los ojos, simular una sonrisa y aparentar estar bien.

Navidad y Año Nuevo son noches relativamente tranquilas en el hospital en el que trabajo, por lo que siempre se planea una cena y algunas actividades para ese día.  Pavo, ensalada de papa con manzana, pie… la comida estaba riquísima. Después de la cena hubo una rifa para unos regalos que habían. Un amigo se vistió de Santa y andábamos repartiendo regalos entre los pacientes internados.

Trabajar en un hospital ayuda a que uno obtenga cierta perspectiva, ¿cuánto se puede quejar uno cuando hay personas que pasan esas fechas sin sus seres queridos por razones de fuerza mayor?

Tener eso en cuenta me ayudó a cambiar de perspectiva. Al final, pese a que no estaba con mi familia, terminé pasando con gente que aprecio muchísimo. Hubo risas, villancicos, regalos y abrazos. Al año siguiente terminé trabajando hasta las 10 p.m. el 24 de diciembre porque mi familia estaba en la playa y yo no tenía vacaciones. Con el paso de los años siempre habrán Navidades especiales y otras no tanto.

Este año, cuando por fin la pase con mi familia, va ser extra especial por todas las otras navidades que tocó pasar distanciados. A menos de que me vuelva a pelear con mi primo.

Felices fiestas…