Por Gloriana Pacheco
@glopacheco
Vivir con alguien para quien muchas cosas son nuevas o desconocidas, te hace sentir la sorpresa de volver a descubrirlo todo y ver el mundo desde cero.
A finales del 2014 mi papá se llevó la sorpresa de que iba a ser papá por cuarta vez, que entre su hija mayor (yo) y su nueva bebé habría una diferencia de veinte años. Aún más importante: yo me enteré que finalmente iba a ser hermana de una chiquita, algo que pedí toda mi vida, especialmente cuando él se volvió a casar.
En agosto del año siguiente llegó Larisa, una bebé tan querida y esperada que en la sala de la clínica éramos una comitiva de unas treinta personas. Llegó en sus propios términos, por supuesto, impaciente y atarantada. Una semana antes de lo planeado nos puso a correr de madrugada.
Los primeros meses fueron sospechosamente tranquilos. Excesivamente tranquilos. No lloraba, era todo lo contrario al bebé robot-diabólico que me habían dado en algún momento en el colegio. No sé si cometimos el error de decir tantas veces en voz alta que era como un ángel, que más tarde, por su natural instinto a llevarnos la contraria, Larisa se nos volcó.
Cuando nos dimos cuenta, era una niña de carácter fuerte, franca y directa, con una personalidad claramente definida. Todavía hoy ella siempre nos dice quién es. Con tan solo seis años tiene una seguridad que se desearían muchos adultos, porque es capaz de señalarnos todas las inconsistencias o cosas ilógicas que encuentra en nuestro discurso, sin mayor análisis.
– “Larisa, a dormir”, le dice la mamá.
– “No quiero dormir sola, ¿hoy puedo dormir con vos y papi?”, pregunta Larisa.
– “No Lari, cada uno tiene que dormir en su cama”, explica mi papá.
– “Nada más me parece injusto que yo sí tengo que dormir sola y ustedes dos no”, termina reclamando ella.
Tal vez es por crecer en una casa de mayores, donde la persona más cercana en edad le lleva 16 años, que eso la ha obligado a ser creativa y a entretenerse muchas veces sola mientras los demás trabajamos. Esa habilidad se volvió realmente necesaria en momentos en los que, por meses, no pudo ir al kínder, y jugar con personas de su edad no era una posibilidad.
Esta situación de aislamiento nos volvió más cercanas. En los días lentos de la pandemia hemos tenido las conversaciones más graciosas y profundas. Vivir con alguien para quien muchas cosas son nuevas o desconocidas, te hace sentir la sorpresa de volver a descubrirlo todo y ver el mundo desde cero. Así fue el otro día, que me vio abriendo un mamón chino y me preguntó que por qué me estaba comiendo un coronavirus.
Me voy a tomar el atrevimiento de compartir la gran sabiduría de Larisa en estos meses, con tres cosas que me ha dicho que me han ayudado a tener mejor perspectiva de cómo ella ve su mundo, y la magia que a veces se me escapa para apreciar más el mío:
- En una de estas tantas mañanas grises, en las que al día nos despertó con agua y frío, llegué a la cocina a desayunar y me topé a Larisa: “¿Viste Lari? Qué día más feo y triste”, le dije con toda la pereza del mundo. Ella, en su infinito optimismo me contestó: “No Glo, es un día feliz para las plantas”.
Siento que a veces tenemos tanto empeño en creer que el mundo conspira contra nosotros, que nos limita y nos impide ver cómo más bien le está dando a otros. Que las cosas que pasan no siempre son un ataque personal del universo, simplemente debemos ser un poco más pacientes para tener nuestra mañana soleada.
- Los libros de actividades se volvieron nuestros aliados máximos en pandemia. No solo Larisa los encuentra entretenidísimos, sino que además me permiten estar acostada y metida en las cobijas. Dios bendiga a los autores.
Nos pusimos a resolver uno de preguntas y en una de las páginas le pedían que señalara cuáles animales ponían huevos: “Cerdo, vaca, pájaro o conejo”, le leí. En eso sacó las dos manos y escogió al pájaro y al conejo. Y yo como: “¿Qué?, Lari el conejo no pone huevos”. “Claro que sí”, me dice, “los huevos de pascua”.
Las verdades no son absolutas. Lo que vos ves como cierto puede no acercarse del todo a la experiencia de otra persona, y eso está bien y entre antes lo aceptemos mejor. Por eso, los conejos también ponen huevos. Todo depende de a quién se lo preguntés.
- Nos hemos puesto creativas con los filtros y la opción de preguntas en Instagram. Larisa, sabiendo que en mi cuenta tiene un club de fans (por los stories que he subido con ella), se apunta de vez en cuando a responder consultas como pasatiempo.
“¿Cuál es la clave del éxito, Lari?”, le pregunta uno de mis amigos. Mientras ella pinta, le leo la pregunta y sin pensarlo mucho vuelve a ver a la cámara y responde con total transparencia: “amar”. Ese video lo guardo como un tesoro.
No solo me dejó fría la respuesta, también me hizo sentir un profundo orgullo sobre lo que, aparentemente, ha aprendido en nuestra casa. Tiene razón. Amar nos ayuda a concentrarnos en lo positivo, en lo bueno y lo importante que tenemos en nuestras vidas. Tendemos a perder tanto tiempo pensando en lo que nos falta, que no sabemos apreciar lo que está. No importa qué pase, porque amamos y alguien nos ama, y así es imposible perder.
Por Larisa me he dado cuenta de lo contagiosa que es la gratitud. Emocionarse por las cosas más simples y disfrutar lo que nos parece ordinario. “¡El cielo está pink!”, grita por toda la casa cada vez que hay un atardecer bonito. No tiene paz hasta que todos salimos a verlo con ella.
Gracias a ella estoy constantemente expuesta a ver el mundo con sorpresa e ilusión; viviendo una segunda infancia. Ojalá tratáramos más seguido de ver el mundo detrás de los ojos de los niños que alguna vez fuimos.