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Caro; estamos bien

Por Carolina Monge
@caromonge

Como parte de aprender a quererte más Caro, es necesario que me devuelva en la vida y la revisitemos.

En esta foto tenés 4 años y es 1986. Probablemente  te dijeron que sonrieras grande para la foto y vos, que siempre fuiste complaciente, lo hiciste.

Esa sonrisota, esos dientitos de leche, esas colas que te dejaban con dolor de cabeza en la noche… ¿Qué sabías de la vida?

Hoy te quiero hablar porque tengo una deuda con vos, con todo lo que hemos vivido. A vos siempre te ha preocupado el poder controlar los eventos de tu vida; por eso te quiero poner al tanto de la historia.

Entonces me arrodillo, me pongo a tu altura, te agarro las manos, te veo a los ojos y te pregunto: ¿Estás lista?

Desde siempre fuiste una niña tranquila y feliz. Eras llevadera, ágil y bien portada. Te enseñaron a quedarte donde te dejaban y a no hacer berrinches. Fuiste criada en gran parte por tus abuelos, porque tu mamá tenía que trabajar mucho. Aún así, ella era la ley (y también ahora entendés y admirás el esfuerzo realizado durante su ausencia equivalente).

Tus abuelos te consintieron al extremo. No eras su favorita, pero te sentías así con ellos. Aún a los 6 años tu abuelo te daba el chupón a escondidas de tu mamá y tu abuela te hacía el bistec con papas fritas más rico que has comido en la vida. También te enseñó a dibujar rosas y a recitar un poema sobre la Virgen María que ya no te acordás. Pero sí recordás el olor de tu abuelo y la textura de su pelito blanco y fino.

Siempre quisiste romperte un brazo para tener un yeso y que te lo firmaran, pero nunca lo lograste. Tu mayor acto de audacia y resiliencia en la niñez fue aprender a andar en bici con los pedales de metal que te dejaban  las piernas moreteadas, en carne viva y te dolían demasiado,  pero perseveraste y aprendiste. La única vez que tuviste el pelo corto fue a los 6, por piojos y,  desde  entonces, tenés un gran apego a tu pelo. A los 7 aceptaste un reto de meter una mano en un hormiguero enorme en el kínder y aún recordás la sensación de dolor y orgullo por haber sido tan ‘badass’.

 

Con tus primos creaste mundos imaginarios que iban por episodios y todos los días trabajaban en hacerlo un poco más complejo. Con ellos también te peleabas; en una de esas, lograste capearte un lanzamiento directo a la cabeza de un chanchito de cerámica, pero no lograste escapar de un puñetazo al estómago.

A los 8 empezaste a arrancarte el labio como un síntoma temprano de tu ansiedad. En este año también llegó tu hermana tal vez por eso lo del labio y en ese momento no podías entender lo importante que iba a ser ella para vos. Diez años después casi la perdés en un accidente de tránsito, y desde entonces ella es tu ángel en esta tierra.

A los 10 te diste cuenta de que tenías aún más hermanas, y esa fue la primera vez que entendiste que los adultos tienen que esconder cosas pero que esa información clasificada tiene impactos que nos afectan aunque no tengamos el más mínimo control sobre lo que aconteció.

A esa edad también empezaste a bailar y Caro: lo amabas. Nunca entendí por qué paraste.

A los 13 tuviste tu primer beso y no fue lo que esperabas, casi-casi dejás de dar besos.

La  adolescencia tampoco fue fácil para vos. Te sentías conflictuada y desconectada de tus papás, que te llevaron a vivir a un lugar extraño, te arrancándote de tu lugar seguro y ansiado. Ahora ese acontecimiento es como una medalla de valentía que contás con orgullo y te dejó amigas entrañables y proyectos comestibles.

A los 17 tuviste el mejor beso de tu vida y, si bien es muy cursi y no ha sido fácil, 22 años después, seguís dándole besos a la misma persona.

Lo primero que querías ser cuando fueras “grande” era una patinadora en hielo profesional. Terminaste estudiando publicidad a falta de una pista de patinaje, mejor definición y más tiempo para pensar quién eras y qué querías. Fuiste recepcionista, mesera, creativa publicitaria, educadora, panadera(ish), y ahora coordinadora de oficina. Seguís sintiendo náuseas cada vez que pasás frente a la puerta de entrada de aquel call center del Mall San Pedro donde también trabajaste. Aún así, en tu cerebro no has apagado la vela del patinaje y hasta la fecha, cada vez que escuchás (I’ve Had) The Time Of My Life podés imaginarte en un mundo alterno haciendo un salto multi rotacional triple en el aire y cayendo perfectamente en el hielo.

En tu infancia creaste un kínder con tu primo y con todos los muñequitos que tenían. Les hiciste materiales escolares, los sentaban y les daban clases. Este juego era de tus favoritos. A los 23 estudiaste educación; a los 27 creaste tu propio proyecto educativo y volviste a jugar con bebés por 11 años, pero esta vez eran de verdad.

Bebés… No habías dejado de ser una cuando a los 25, con tu cerebro prefrontal recién terminando de madurar, te convertiste en mamá. Tu hijo tiene tu nariz y tus ojos almendrados, aunque también tiene mucho de su papá; sobre todo tiene mucho de él mismo. Exactamente el día que celebrabas tus 31 años llegó tu otro bebé. Él es dinamita y emoción extrema. Ellos son tu fuente inagotable de magia, creatividad, ansiedad, cuestionamiento, satisfacción y juicios hechos carne humana de delicioso y adictivo aroma para vos.

Para ir cerrando, seguís trabajando en sentirte feliz con sólo tu auto-percepción y seguís arrancándote el labio. Por suerte para recaídas y validaciones externas  contás con tu familia y amigxs que te hacen sentir realmente amada y cuidada; sos importante para ellos. Lo sentís en la emoción con la que te reciben cada vez que te ven, en su confianza y en su apoyo incondicional. Recíprocamente, tu gente cercana sabe cuánto los amás también. Tus amigas saben cuánto las admirás y tus hijos saben que los amás aún cuando se equivocan.

¿Por qué te cuento todo eso? Porque, como parte de aprender a quererte más Caro, es necesario que me devuelva en la vida y la revisitemos; que cerremos los ojos, escuchemos la canción de Dirty Dancing y te diga —cada vez más seguido— Caro, estamos bien.


Carolina Monge es comunicadora, madre y emprendedora. Es la mente detrás de Panda Yuca, una marca que se dedica a hacer pancito de yuca con amor y sin gluten.