Bienestar

Mi cuerpo

Por Erina Libertad

Me gusta apreciar el cuerpo como una fuente infinita de danza.

El cuerpo es todo y contiene todo lo que tengo dentro, mis ideas, sueños y pensamientos, la mayoría secretos y privados para siempre, hasta que decida, si decido compartirlos, siempre por medio de mi cuerpo: del habla, de mis labios, lengua, cuerdas vocales, respiración, o por escrito, mis ojos, mis dedos apretando el lapicero con una técnica bien dominada, entrenada, precisa, con un estilo y una forma particular.

Mi letra. Una forma única de movimiento que me define: los trazos, la rapidez, la atención al detalle, una forma única, como una huella digital, como una danza que solo yo sé hacer perfecta, no porque no contenga errores, sino porque es así, nada más así, como yo la hago, perfecta.

Pensando en el cuerpo mientras caminaba, me agaché y recogí, como quien encuentra un tesoro, una ramita del piso. Son unas ramitas que se le caen a los pinos, tienen un centro, de donde salen 4 tiritas, así:

Frente a mi casa había un pino, jugué con estas escobitas por años y de todas las formas posibles. Si se recogen bastantes se puede hacer un plumero, o una escobita, NO FUNCIONA COMO BROCHA para los cachetes, pica mucho en la cara. Si se toma del centro con el pulgar y el índice y se frotan, las ramitas dan vueltas rapidísimo, como una bailarina, si se hace más rápido todavía, la bailarina levanta los brazos y gira sobre los pies.

Poner el cuerpo para ser alguien más, para presentar un momento, una historia. El minuto antes, el susto en la panza, la emoción, la felicidad, el miedo y echarse al agua, completa, mis piernas, mi cara, mis manos, mis ojos, todo se transforma y, al mismo tiempo, sigue igual. Soy yo, no puedo dejar de serlo, pero soy yo entregada a otra realidad, una inventada pero, no por eso, menos real, porque existe; es. Estoy en dos mundos, soy yo, y soy ella. 

— ”Como cuando usted venía en la noche y no era usted, eso fue muy raro, como que era usted, pero no era usted”, me dijo Pablo, cuando le pregunté qué podría escribir pensando en el cuerpo.

Se apagan las luces, das la última respiración en soledad, se encienden las luces y te acompañan por los próximos minutos, los ojos, las mentes y la mirada de todo el mundo alrededor. Conozco la música, sé lo que tengo que hacer, sé lo que me hace sentir, pero se siente diferente, la gente ahí, los otros cuerpos, la mirada… 

Y cuando me doy cuenta, ya estoy en el limbo, en este lugar al que me llevó mi cuerpo y arrastró a mi mente, ya estoy en el segundo ocho de la música, ya empezó, ya estoy bailando, pero no pienso eso, solo estoy, hago, pienso en mi acción, en la repetición, el cansancio, la precisión, el cansancio, la música, el sudor, el calor de las luces, el cansancio, estoy sudando, estoy llorando, ¿estoy llorando? 

Los músculos tensos, cansados, a punto de colapsar, mi mayor esfuerzo, mi última gota de sudor, mi llanto y al fin, se apaga la música, se apaga la luz, me escucho jadeando, mi cuerpo tiembla, agotado, cansado, lo di todo. Luces, aplausos, saludo, gracias; salir y no poder creer lo que se siente, lo que pasó.

Jamás me imaginé, cuando jugaba con estos palitos, lo que había más allá, lo complejo que se venía para convertir ese juego en una parte tan importante de mi vida, lo que había fuera de la imagen de la bailarina girando, que para ser ese cuerpo había que ser con todo. Lo haría mil veces más, tal vez porque empecé sola sin saberlo, empecé jugando, practicando en un espejo de la sala la forma perfecta de crear la ilusión de hacer un ola con la mano, para delante y para atrás que es más difícil. La ola, como un entrenamiento de mi cuerpo para ser una especialista, por gusto, por curiosidad, por placer. También bailaba en la sala música clásica cuando creía que nadie me veía, me liberaba, era yo misma. En otros momentos jugaba de hacerme la muerta de la forma más creíble posible, después de ver en la tele interpretaciones de muertos muy buenas, o muy malas, y trataba de controlar la respiración para que no se notara cuando se movían mis costillas involuntariamente al inhalar.

Tal vez por eso ya no soy tanto una bailarina, en mi práctica me gusta alejarme de lo que he aprendido, de lo que creí algún día, que era lo más importante o lo único importante, saber girar, saber caer, saber ir al tiempo de la música, saber levantar la pierna, y lo que ya tenía, lo que mi cuerpo era y ofrecía nunca era suficiente.

Me gusta apreciar el cuerpo como una fuente infinita de danza. Me gusta ver y experimentar con el cuerpo de no bailarinas o bailarines porque tiene una cualidad honesta en tanto no se considera digno de observar y cumple un fin. Como una señora que envuelve un ramo de flores en papel, como lo ha hecho mil veces, por años, y como nadie jamás podría, tiene una gracia infinita y hay un valor profundo en el no mostrarse ni lucirse, solo hacer con naturalidad, y esa danza es mi favorita, la danza que está ahí, callada, secreta, ignorante de ella misma.

Quiero bailar como las que no están bailando, es lo que se repite y regresa a mi mente cuando pienso en lo que quiero hacer, lo que quiero ver, lo que quiero descubrir. Descubrirlo con curiosidad infantil, no desde el conocimiento, sino desde el interés real de ver, de recibir, de aprender y si es posible compartir, lo que hacen y saben hacer todos los cuerpos, distintos, particulares, únicos y su forma especial de crear una danza que puede ser igualmente válida, conmovedora, rica. Tal vez busco en otros cuerpos lo que hubiera querido que vieran en mi. Si estás leyendo esto, me encantaría verte bailar.

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Artista multidisciplinaria, diseñadora de vestuario. Me gusta lo lindo, lo raro y lo feo.