Por Nath Acuña
@nathjelly
Mi abuela decía que si le hubieran dado la oportunidad de ir al colegio, no hubiera optado por ser maestra, más bien hubiera ido a la universidad para convertirse en médico cirujana.
Mi abuela nació en 1928 en San José. Lourdes o doña Lourdes, como me gustaba decirle para hacerla reír, venía de una familia capitalina, asentada y en cuya genealogía se pueden encontrar expresidentes, pensadores, escritores, políticos, músicos y artistas. Eso sí, todos ellos hombres.
En las reuniones familiares se oía hablar con frecuencia de los primos, de los tíos y de cuanto legado nos dejaron. A muchos los conocí tácitamente por monumentos o libros que escribieron, pero nunca dejó de extrañarme la ausencia de las figuras femeninas.
La familia nuclear de doña Lourdes estaba compuesta por su papá Higinio, su mamá Isabel y 16 hermanos: 9 mujeres (incluyéndola) y 7 hombres. Me es imposible nombrarlos a todos ellos, pero sí evoco muy bien los nombres de las mujeres: Bienvenida (quien nació en 1918), Benilda, Antolina, Lourdes, Adita, Auxilio, Cyra, Elizabeth y Olga (nacida en 1937). A Auxilio (Xilio, de cariño) nunca la conocí porque murió de escarlatina en la década de 1930.
Sí, escarlatina como lo que padecía Beth del libro Mujercitas. Puede ser que haya muerto de alguna complicación por otra cosa, como sarampión, pero creo que el recuerdo de la escarlatina me quedó grabadísimo porque, cuando me contaron la historia de este deceso, yo estaba obsesionada con Mujercitas. Mi abuelita me dijo que Xilio estuvo muy enferma y prefirieron atenderla en la casa, y un día por la tarde quiso dormir, durmió y no despertó más.
“Éramos muy unidas”. Eso me decía mi abuelita cuando recordaba a sus hermanas y me enseñaba sus fotos o me contaba alguna anécdota, y a pesar de que había diferencias etarias importantes, se notaba mucho el amor entre ellas. Mi abuela cuidaba de las menores (Adita, Cyra, Elizabeth y Olga), a quienes les ayudaba con las tareas de la escuela y las atendía durante las tardes, cuando su mamá se encargaba de hacer otras cosas en la casa o de atender los negocios familiares.
La oportunidad de ir al colegio no se dio de la misma manera para las hermanas como para los hombres. De hecho, solo a algunas de las tías les concedieron ese gran privilegio. Esto era algo que Lourdes siempre se cuestionó: “Yo nunca entendí por qué a mis hermanos hombres los dejaron ir al colegio. ¡Eran unos desordenados y ni estudiaban! Para nosotras las mujeres fue más difícil, pero tampoco íbamos a desobedecer a papá que no quería que fuéramos al colegio”.
La desobediencia es algo que resuena en mi cabeza. Para mí la desobediencia es algo que hace daño y definitivamente ir al colegio no era algo que generara algún mal pero, para mi abuela, desobedecer era un pecado. Mi abuela no fue al colegio, respondiendo a una muy mala suerte y una mala jugada del tiempo. Lourdes se graduó del sexto grado y empezó a ayudar más en la casa y atender más a sus hermanos, siempre ayudándoles con las tareas de la escuela, o haciendo obras en la iglesia.
Resulta que doña Lourdes era muy buena estudiante, pero su hermana Adita, quien era un año menor que ella, parecía ser superdotada. Las maestras de Adita durante años persuadieron a Higinio para que le permitiera asistir al famosísimo Colegio Superior de Señoritas y que se formara como maestra.
Finalmente, cuando Adita se graduó de sexto grado esto sucedió: Higinio cedió y ella fue al colegio. El terreno ya estaba arado y, aprovechando la lucidez del padre, sus hermanas menores (Cyra, Elizabeth y Olga) también se matricularon en el colegio una vez que se graduaron de la escuela, pero esto ya era muy tarde para doña Lourdes. Según sus papás, no le correspondía y ella debería quedarse en la casa ayudándoles o debería buscar marido.
Mi abuela no se quedó tranquila ni con los brazos cruzados, pero siempre obedeció las reglas de la casa. Ella se sentaba a estudiar con sus hermanas menores y tomaba notas, memorizaba con ellas, y así, aprendió de muchos temas que trascendieron su educación formal. Lourdes tomaba los libros de sus hermanas y los examinaba con mucha paciencia. Aprendió sobre anatomía, el reino animal, geopolítica, matemáticas avanzadas y hasta un poco de inglés, entre otro sin fin de temas. Decía que su materia favorita era ciencias, porque le gustaba entender cómo funcionaban los aparatos y cuáles eran los procesos biológicos y químicos del cuerpo humano.
Pasaron más de 10 años y Lourdes se casó, según ella, muy tarde. Tenía 24 años. Para la década de 1950 eso era ya mayorcita. Sin embargo, nunca dejó de leer ni de aprender. En su casa de podían encontrar libros de toda clase, desde literatura clásica hasta ciencias básicas e ingeniería. Ella los había leído casi todos y podía decir de memoria de qué trataba cada libro.
Ella, convencida, siempre decía que si le hubieran dado la oportunidad de ir al colegio, no hubiera optado por ser maestra, más bien hubiera ido a la universidad para convertirse en médico cirujana. Ella constantemente estaba hablando de cánceres, de enfermedades y sus tratamientos, de tipos de sangre y de cuanto remedio conocido pudiera recomendar. Todo esto lo aprendió leyendo libros que conseguía o revistas con artículos científicos.
Lo irónico es que mi abuela tuvo 3 hijos, todos varones. Uno es un científico, otro es un político y el último es médico. Dice mi propio tío, el doctor, que cuando estudiaba medicina, mi abuela le pedía los libros para leerlos y ver las láminas y dibujos que tenían. Ella afirmaba que entendía casi todo, excepto cuando incluían explicaciones de química orgánica, porque eso, en sus palabras “ya no lo estudió”.
La situación que vivió Lourdes cambió un poco en Costa Rica. Es decir, a todo nivel educativo, las aulas de los centros de aprendizaje, en general, tienen tantos hombres como mujeres. Incluso a la universidad asisten más mujeres que hombres, y esto es un avance enorme, si comparamos con lo que pasaba en la época de mi abuela.
Esa oportunidad casi automática de asistir al colegio o la universidad no fue ni es así para la mayoría de las mujeres costarricenses. Es un privilegio. A lo mejor mi abuela hubiera sido alguna doctora famosa, como su sobrina, la hija de Elizabeth, quien es la jefa de cirugía plástica del Hospital Nacional de Niños y ahora es parte de los orgullos familiares, de los que uno en las fiestas de primos escucha historias sorprendentes. Mi abuela es parte de los orgullos familiares también, de los más grandes, aunque ella no lo supiera.
***Mi abuelita falleció en 2013, de una enfermedad muy rara que se llama mieloma múltiple, una especie de leucemia. Sin embargo los recuerdos de mis conversaciones con ella me guiaron en este retrato escrito.
***Imagen de Elizabeth Argüello, ilustración realizada originalmente para el Campamento audiovisual de Mujeres y Territorios.