Bienestar

La causa, el efecto y la predicción

Por Fabián Monge
@fabian_monge_au

Carros corriendo desordenadamente mientras, desde mi acera, contemplo lo imposible de cruzar—.

Recordé la conversación que tuve con mi pareja unos días atrás. Hablábamos de que el Big Bang cada segundo sigue pasando y que todo lo que hacemos y vivimos nunca antes, en toda la historia del universo, había pasado jamás, que todo es nuevo en cada momento y que eso es fenomenal.

Además, hablábamos de que esa idea era muy diferente a pensar en lo infinito de vivir en un multiverso y lo predeterminante que implica pensar de esa manera. El multiverso son realidades infinitas donde todo lo que pasa, pasa infinita cantidad de veces, pero con ciertas diferencias que se dan solo por lo predeterminada que es esa realidad, realidad que no me brinda mucha salud mental.

Es imposible saber cual de esas dos realidades es en la que vivimos, pero al ver el desorden característico de nuestras carreteras y la cantidad incontable de accidentes de tránsito, me hacen pensar que, si esta realidad fuera parte del multiverso infinito, donde todo pasa infinitas veces, entonces estas calles desordenadas se le habrían implantado predeterminadamente a nuestra realidad. Esto debido a que, si existe un universo donde esto no pasa, donde todo es ordenado y bonito, no sería el nuestro y esa línea de pensamiento nos obliga a considerar a cualquier otra alternativa como algo que está fuera de nuestro alcance.

Poder llegar a ser como ese o cualquier otro universo “mejor” sería imposible, porque el nuestro estaría limitado a ser como es, tan diferente a los demás como determinado a sí mismo, en el que solamente nos puede pasar lo que está definido que nos pase. Donde todo esto además de parecer poco parsimonial, suena a algo súper depresivo que huele medio a fermentado

Por suerte para mí, decidí pensar que el universo sigue explotando cada segundo, que es finito, pero se esta expandiendo al unísono con la realidad. Todo es nuevo y muy difícil de predecir, aunque ya hemos encontrado algunos métodos muy eficaces para estudiar la inercia universal en la que surfeamos sobre la madre de todas las explosiones, donde reina el caos y donde esta pregunta parece casi milagrosa, sin entrar en religiosísmos:

¿Por qué los automóviles no chocan y se estrellan por todo lado, cada segundo, en todo momento a la vez?

Es una pregunta que siempre me ha abrumado-admirado.

Es increíble que exista Vida en medio de una explosión universal, pero lo increíble no termina ahí: esa vida tiene la capacidad de generar algún orden, el que sea, en medio del caos total

Mientras voy cruzando el puente ya corroído por las inclemencias del vecindario, pienso en decisiones, en cómo es imposible no tomar alguna cada segundo. Pienso en que toda decisión viene acompañada de un resultado y cómo talvez estudiar el proceso que lleva a decidir, nos podría brindar algunos resultados predictivos.

Y comienzo a caminar, pero como diferente, como jugando con pequeñas decisiones en medio de esta explosión universal. Tenía rato de no divertirme caminando. Por la época, todo parece más un trabajo que otra cosa, entre todo, caminar ya no es divertido. Pero yo decidí que sí, y cambié de acera. Pude ver que cada acera tiene sus oportunidades diferentes; escogí caminar por las sombras, porque me da confianza o no tocar raya, porque.. ¿qué sé yo? Soy nuevo en esto, entonces comienzo por lo básico.

Me acerco al segundo puente de mi camino; este es un puente especial, no sé si tiene nombre, pero pensé en él antes de salir de mi estudio mientras hacía mi itinerario mental que, ahora, para contar la historia de la manera más fluida que puedo, decidí primero describir algunas características físicas y cívicas del puente como para generar contexto.

La calle del puente es ancha: unos seis carriles en ambas direcciones, tiene a ambos lados aceras a desnivel que se pierden bajo el puente, por lo cual arriba es exclusivo para vehículos, no para peatones.

El problema con tal diseño es que las aceras a desnivel colindan con un barrio bastante peligroso; por eso lo tenía bien presente en mi itinerario mental. Mientras me acerco al puente ya sé que mi pellejo lo voy a arriesgar en la súper transitada calle no peatonal y mediocremente ordenada pero con muro de contención, al cual me voy a aferrar mientras camino por ahí. Voy a hacerlo muy junto a él, ya que en todo momento todo está explotando y es casi un milagro que existan siquiera puentes vehiculares con aceras a desnivel.

Ya en la encrucijada, donde uno decide si calle o acera a desnivel, de frente a esas gradas nada pintorescas observo cómo del camino que viene desde más abajo aún, una señora magnífica aparece. Se nota fuerte, imponente, segura y (después noté) molesta. 

Ella sube las gradas hacia la acera donde yo camino en dirección opuesta a la suya y dudo. No sé si por cortesía, como para decirle sin palabras, “mirá, somos de los mismos” camino por tu misma acera; o más bien dudé por culpa de algo más oscuro, algo como algún tipo de condescendencia. No sé por qué pero dudé si ir por la calle y cumplir lo que ya desde antes había planeado o ir por la acera a desnivel, faltando así a todo protocolo de seguridad que he venido perfeccionando toda mi vida. 

Pensé que caminar por la calle le diría que esa acera no es para mí, que soy superior a eso, no sé. A veces mi personaje interior que se encarga de predecir como soy percibido por el entorno se va de raid y termino pensando estas tonteras. Como sea: dudé y (spoiler alert) después sentí escalofríos de pensar en que pude haber decidido diferente a como lo hice.

Cuando salí de mi estudio lo hice pensando en hacer una compra importante, pero, además, tenía tiempo de no salir, así que decidí caminar de ida y volver con mi compra hecha ya en un UBER solo para así no exponerla a ningún drama citadino.

Terminé mi café/cigarrillo y comencé mis protocolos de salida, revisé mis bolsillos, tengo las llaves, dos encendedores, la billetera y la bolsita para la mascarilla, ¡pero sin la mascarilla! Entonces le digo a mi pareja que su encendedor queda sobre la barra; saco una mascarilla nueva y la guardo en su respectiva bolsita empapada en alcohol. Me pongo los anteojos de sol y salgo con el celular en la mano.

Cuando veo a la señora, ya tengo mi itinerario hecho. Esta es una estrategia que aprendí a mentalizar, para tratar de no ponerme en situaciones no solo peligrosas, sino también contraproducentes. Y esto es súper útil porque vivimos en medio de una explosión universal. Uno no puede andar así por la calle, como si nada, como si no estuviera todo explotando todo el tiempo. 

Esa señora me hizo dudar de mi itinerario y, aunque no sé porque, la ignoré y terminé dando ese correcto paso hacia la calle. Alejándome de ella decidí ignorar mi duda y caminé unos pasos más, bien pegado al muro de contención dejando atrás a la señora y a mi duda. 

Un segundo después, como si todo estuviera explotando, de las mismas gradas por donde ella subió antes, ese camino que lleva al peligro, ahora emerge este formidable espécimen, un nuevo personaje, cualquier súper sayayin admiraría semejante figura. En donde crecí también teníamos monstruos de esa misma especie, ese tipo de bestia que vive a flor de piel y que, con toda su sinceridad, nos quiere joder a todos, bestia incluida.

De inmediato siento como un logro satisfactorio haber seguido mi itinerario, no haber bajado por la acera a desnivel y, más bien, estar ahora arquitectónicamente, en un nivel superior al nivel en que ese maravilloso personaje se encuentra.

Pero me grita, me llama la atención con un apelativo bastante amigable que sentí familiar, por lo que, sin querer, volteo. De inmediato me pide fuego; meto la mano en mi bolsillo, saco el encendedor y me inclino sobre el muro de contención para dárselo. Mientras, dentro mío mucha gente me dice que no volveremos a ver ese encendedor. 

Pude estar de acuerdo, pero más bien, estiré la mano. Entonces puedo notar que su monstruoso mentón se comienza a transformar y antes de siquiera parpadear, ¡juazz! Me arrebata el encendedor con un movimiento tan veloz que pareció tele-kinetico. 

En una mano tenía el encendedor ya encendiendo un cigarrillo, con la otra me mostraba el mango blanco de un cuchillo y ahí, de pie en la acera a desnivel, mirándome para arriba, seguramente odiando ese muro de contención al que yo me aferro y que nos divide, me dice:

Ta quemao y camine mejor.

Y aunque no me dio tiempo ni de cambiar mi expresión de tonto amigable, no fue ninguna sorpresa que se lo dejara, pero lo que si me sorprendió fue, más bien, mi reacción automática:

“Mientras emprendía mi camino, como este personaje muy amablemente me sugirió con elegancia que emprendiera, la mano a la que le arrebatara el encendedor le hizo automáticamente la señal metalera por excelencia: Dos dedos, el índice y el meñique levantados y el resto del puño cerrado. Nada raro, pero cualquier señal no agresiva hubiera servido igual, solo que mientras la hice, noté el anillo de plata 925, pinky, regalo de mi pareja, en mi meñique, destellando con el sol de la mañana y que exagerando diré que nos encandiló a ambos”.

Adiviné dos cosas: 

__por alguna razón no trataría de saltarse el muro 

__pero se molestaría 

Pensé tambien: 

__Él = tengo tu encendedor barato 

__Yo = pero no mi anillo de diseñador mucho más costoso, y que, además, brilla como el sol.

Fueron dos muy buenas predicciones, sus gritos e improperios hacia mí solo eran opacados por la arquitectura a desnivel del puente y por la ola gigante de automóviles corriendo desordenadamente después de ser liberados por el semáforo a unos cien metros de donde estoy. 

Yo estoy muy junto al muro de contención, con la piel de gallina por pensar que pude haber decidido ir por la acera a desnivel. Me dejo llevar por algún tipo de progresión abstracta que terminó formando una imagen en mi mente, una foto buenísima como con cierto movimiento en el fondo, tomada desde dentro de un automóvil en movimiento y muy cerca el rostro enrojecido de esa impecable bestia, me mira directo a los ojos. ¡Mirá!, si hasta suena romántico, como una historia de mosqueteros.

Como sea, el resto del camino lo hice dando constantes miradas para atrás, solo para asegurarme que el míster no anduviera de casería. No sé; se siente como sentido automático de auto defensa. Siempre desconfianza; nunca no desconfianza.

Llego a mi destino y el tiempo de la compra se tiene que alargar una hora más, así que me voy a tomar un café en un lugar que me recomchendaron, para hacer tiempo. 

Mientras, me comía uno de los más deliciosos sándwiches de salmón con aguacate que he comido, acompañado de papas a la francesa con cáscara, que decidí escoger entre el infinitamente laberintico menú de elecciones, que nunca antes había probado, pero que (con ayuda de la mesera) concluimos que hasta por el calor era mejor con un café frío. 

Por un mensaje le pregunté a mi pareja si había comido, porque podía predecir que le encantaría y le encantó. Ya pagando en la caja del Café, mi cabeza comenzó a adormecerse y mis pensamientos se ralentizaron, seguramente por la marea alcalina, mi mente se fue apaciguando hasta solo dejar un par de detalles más para añadir a esta historia antes de volver a la realidad.

Salgo del Café, le sonrío al guarda y a la tendera vecina con los que tuve otra interacción que no tiene nada que ver con esta historia. Meto una mano a mi bolsa y saco un cigarrillo de la cajetilla; con la otra mano busco el encendedor, recordando al mismo tiempo que con esa misma mano coloqué, hace un ratito, dos encendedores en lugares tan lejanos a mí, que la risa que me provoca es mucho más fuerte de lo que hubiera querido.

Hago mi compra y mientras espero mi UBER, conozco a alguien con el que tal vez si hubiéramos tomado muy diferentes decisiones, podríamos haber sido muy buenos amigos.

Ya en el UBER mi chofer Dania me contaba lo duro que la estaba viendo con la situación actual y yo por la marea alcalina no podía poner mucha atención, además que la pensadera y el sol tenían mi cerebro agotado.

Cuando el UBER gira a la izquierda el fondo de la imagen se distorsiona y desde dentro del automóvil puedo ver la figura nítida de un ser humano, semi/inclinado, recogiendo algo de la calle que no puedo ver. Se levanta, mira el automóvil pasar muy cerca de él y me mira a los ojos; su rostro enrojecido hablaba mal de su mañana. 

Yo, muy seguro en mi UBER y él tal vez con mi encendedor en su mano. Yo con la piel de gallina de pensar que pude haber tomado la decisión de caminar por la acera a desnivel y él pensando muy seguramente que la próxima vez se saltaría ese muro de contención, como se lo habrá dicho a sí mismo otras miles de veces antes.

Al final en el UBER llegué a reconocer otras predicciones que parecerán ínfimas, pero diay, por algo se empieza:

  1. Mi pareja va a amar este sándwich. 
  2. Mientras se lo come le voy a contar esta historia. 
  3. Decir que pensé escribir esto seria mentira, pero todo lo demás es verdad.

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Influenciado tanto por las técnicas y los temas, los símbolos y lo que no es pictórico, esto que está siempre presente en toda la obra artística de la humanidad, este intento pretencioso de crear un lenguaje universal comprensible a través de las imágenes, una especie de telepatía, una evolución al superhombre, ahí donde toda la historia del arte nos lleva, un movimiento del que todos formamos parte, el lenguaje el que sea como lo más propio, como ese todos que cada uno es, pero solo muy dentro puedes percibirlo.