Editorial

Good Feed #66: Guilty Pleasures

 Por Chino Salom

            Termino de escribir el título que leen arriba, no he ni comenzado a redactar la primera línea “oficial” de este artículo, y ya me asalta un pensamiento de auto-juicio que decido compartirles, y dice: “Qué varas las mías, con esta maña de querer curarme en salud cada vez que pienso en expresar una idea que puede retar el status quo, o dejarme mal parado”. Pero en vez de reprimir o minimizar todo lo anterior, aquí voy revelándoles mi el rollo: me cuento la historia de que, si bien el título de este artículo quiere apuntar a compartirles algo muy genuino en mi experiencia de vida, es tal vez bastante impopular y hasta políticamente incorrecto. Y bueno aquí voy sin saber mucho hacia dónde, como simple ejercicio de expresar honestidad radical, asumiendo los peligros de caer en ligerezas y aseveraciones faltas de sensibilidad hacia contextos diferentes al mío. Escribo sobre la procrastinación según mi experiencia personal, sin intentos de ayudar, ni basarme en ningún tipo de disciplina, metodología, o conocimiento que al menos yo, reconozca como oficial. ¡Ahí vamos! Dijo Cerati.

            En bastante medida, soy consciente de que esta capacidad que tenemos los seres humanos de procrastinar cosas en nuestra vida, deviene en dolor y hasta en sufrimiento para muchas personas (yo mismo a veces) que se piensan presxs de sí mismxs, al percibirse atrapadxs en “no poder cambiar este comportamiento”. Según mi experiencia, procrastinar decisiones, conversaciones importantes, tareas, tesis, mandados, trámites, pagos, trabajo, avance de proyectos, dietas, planes de ejercicios, citas o chequeos médicos, por supuesto que ha representado un universo de consecuencias indeseables para mis intereses, y a pesar de reconocerme como alguien (por momentos) bastante procrastinador, hoy estoy convencido de que en todo auto-boicot, por más pérdida y situaciones acongojantes que experimentemos, hay una importante cuota de placer implícita. ¡Nada que ver con el masoquismo! No voy por ahí. Es un tipo de placer, según yo, bastante inconsciente.

            Como nos hemos acostumbrado al doloroso juego mental de “echar la culpa” cada vez que experimentamos emociones incómodas, producto de una situación que calificamos como mala o negativa, la procrastinación de cosas que etiquetamos como urgentes, importantes, necesarias, es por excelencia el mecanismo ideal para que dicha culpabilización vaya con dedicatoria: de nosotrxs, para nosotrxs mismxs. Y notando que el párrafo anterior lo cerré hablando del placer, y el actual lo abrí hablando de la culpa, trataré de compartirles cómo creo que recurrimos a estos 2 gestos mentales que creamos como las 2 caras de una misma moneda, para poder jugar al ping-pong solitario de la procrastinación. De nuevo, siempre desde mi vivencia personal, sin pretender plantear teoría de un fenómeno social, ni mucho menos una verdad.

            Basándome en lo poco o mucho que he podido aprender en mis 43 años de vida, no parece haber un acuerdo general sobre si el placer debe entenderse como una sensación, una cualidad de experiencias, una actitud hacia éstas, o de alguna otra manera. Pero todxs parecemos intuir que hablamos del mismo concepto, el cual sabemos eso sí, que involucra procesos químicos en nuestro cerebro que nos atraen a su encuentro como el polen a la abeja, en donde aparecen las buscadas endorfinas, serotonina, dopamina y oxitocina. Éstas nos podrían hacer experimentar un placer muy inconsciente, simultáneo al estrés que notoriamente percibimos al procrastinar, eligiendo (de nuevo) inconscientemente, hacer cualquier otra cosa, excepto “lo que pensamos que deberíamos estar haciendo”. Desobedecer semejante mandato interno, al cual solemos llamar “lo correcto” y proviene del corrosivo universo de “los debería”, se da porque solemos intentar satisfacer alguna necesidad vital para nosotrxs, a través de una estrategia que etiquetamos como no-urgente, poco importante o innecesaria. Más aún, en los momentos en que nos descubrimos atrapados en “estar perdiendo el tiempo, no haciendo nada productivo”, incluso ahí, estamos satisfaciendo una necesidad, solo que de una manera muy inconsciente, y no muy consensuada a lo interno.

Como no se nos ha enseñado desde niñxs a comunicarnos de forma empática y asertiva, ni con otrxs, ni con nosotrxs mismxs, en vez de tomar responsabilidad por nuestro libre albedrío, y cobrar consciencia de nuestras elecciones para ver “¿Por qué hacemos lo que hacemos, y por qué no hacemos lo que no hacemos, en momento presente?”, recurrimos a la culpa como una especie de policía interno, para darnos la sensación de que no hemos perdido control de la situación. ¡Tremendo auto-engaño! La culpa es solo un pensamiento, insoportablemente doloroso y poco útil pues nos dice “algo que estás haciendo está incorrecto”, sin brindarnos demasiadas pistas de por qué lo hacemos, o de cómo salir de ese patrón. Este pensamiento es primo hermano de otro que llamamos vergüenza, y con ambos son auto-juicios, con los que queremos generarnos la idea de que así cambiaremos actitudes no deseadas. Rara vez son efectivos en cumplir nuestro deseo. Exactamente igual que la crítica. Dolorosa y poco eficaz.

Las sensaciones corporales que experimentamos como efecto de pensarnos culpables o dignos de vergüenza, son sumamente desagradables, y esto es en buena parte producto de la adrenalina y el cortisol entre otras hormonas que secreta nuestro sistema, cuando sentimos ansiedad, estrés, preocupación, congoja y hasta miedo, por no poder diferenciar lo que nos cuenta nuestra mente, de la realidad. Esto no quiere decir que sea factible contarnos ilusoriamente la historia de que aquello que estamos procrastinando, en el fondo carece de importancia o es producto de exageración de nuestra mente, y todo malestar se disolverá. Quiere decir que somos libres de elegir sentir lo que sentimos en momento presente como ejercicio de honestidad, pero que eso no convierte nuestros pensamientos y nuestros auto-juicios en reales. Dicha honestidad con nosotrxs, nos suele llevar por cierto a estados de mayor consciencia y creatividad para resolver nuestros dilemas, basándonos en la auto-conexión como motor, y no en el auto-juicio.

            ¿Cómo deshacer este nudo? ¿Cómo podemos encontrar ese coherencia interna para dejar de usar el auto-boicot y la procrastinación como mecanismos inconscientes (que nos generan culpa) y que buscan usualmente nuestra realización profesional, sentir que progresamos y que vamos logrando cumplir metas que nos trazamos, y al mismo tiempo cuidar el satisfacer necesidades emocionales también importantes como el disfrute, el descanso, el juego, la distención y la relajación?

Desde mi concepción, es posible encontrar ese espacio de acuerdo interno, donde cumplamos nuestras metas sin sentirnos prisionerxs de nuestros “deberías”. Pero se encuentra con consciencia, con aceptación, con toma de responsabilidad y con honestidad radical hacia nosotrxs mismxs. No lo encontraremos necesariamente con muchísima práctica, ni con métodos, ni con esfuerzo, ni con discursos de auto-disciplinamiento, pues eso solo causará que en futuros momentos de distracción, pérdida de foco o de fluidez, nos frustremos por creer que no ha sido suficiente, y tratamos de llenar de contenido un contenedor que no tiene fondo.

Culpa, vergüenza, rigidez, disciplina militar, rechazo a lo indeseado, no son el camino. Consciencia, apertura, diálogo interno, aceptación y honestidad radical, sí lo son. Y todo lo anterior, que quede sujeto a la verificación y experiencia de cada quien.

En esta edición:

Escuchar música sin remordimientos | Por Alessandro Solís

Sin culpa y con placer | Por María Jesús Rodríguez Valladares

Ni tan “guilty” | Por Gabriela Valladares

Guilty pleasures o el temor de cómo nos perciben los demás | Por Ericka Rojas R.

Extraña culpa imaginaria | Por Melannie Leal Ruiz

Botox, diamantes y rosé. | Por Sergio Leiva Gallardo

PLAYLIST: Un playlist de guilty pleasures | Por José María Alfaro

Columna:

A favor de las sopitas y la salud mental | Por Larissa Soto