Columna

Cuando todo esto pase, podés venir a la casa

Por Larissa Soto

Por todo lo que tiene el ser humano de ser humano, ha tenido espacios para construir lazos a través de compartir, no importa el estrato económico.

La pandemia nos ha llevado a darnos cuenta de cuánto tiempo le dedicábamos a los demás mediante visitas, recibimientos y reuniones. Personas extrovertidas o introvertidas por igual, hemos echado de menos compartir la sala o la cocina de nuestras casas con seres queridos, servir un café, pedir comida, o cocinar en una fiesta.

¿Y qué le ofrecíamos de comer a nuestras visitas?, ¿cuántas veces comimos cosas que no nos agradaban para no ser tomados como malos huéspedes?, ¿tenía sentido una fiesta sin comida?

En nuestra cultura, lo más probable es que, al recibir una visita, le ofrezcamos algo que consideremos como apreciable y seguro dentro de nuestra cultura: café y repostería, por ejemplo. No es necesario cada vez inventar un código nuevo, porque el café se ha construido históricamente como una bebida que expresa convivencia.

O bien, servimos algo valioso, algo que no sea ordinario. Por ejemplo, preparamos una receta especial o un platillo que involucre ingredientes que no se consuman todos los días. Claro que no servimos cereal con leche en un almuerzo para conocer a los suegros, por mucho que sea nuestro favorito.

Ese momento de hospitalidad tiene una relevancia atemporal. Es decir, por todo lo que tiene el ser humano de ser humano, ha tenido espacios para construir lazos a través de compartir, no importa el estrato económico. Aceptar comida es demostrar confianza: comunico que es seguro ingerir lo mismo que vos, compartir el mismo espacio y tener las mismas sensaciones.

Hablamos además del concepto de reciprocidad, y de lo que se ha llamado “reciprocidad positiva”: aquellas interacciones donde la retribución no tiene que ocurrir en el corto plazo, o inclusive nunca llega a darse. Lo que es importante es la relación, y no el aspecto material del intercambio. Cada cultura define las expectativas y la legitimidad en relación con la hospitalidad y la reciprocidad que se expresan en los alimentos.

Por un lado, compartir comida es un guiño al pasado. Cocinar y comer juntxs ha tenido un rol importante en la transformación de nuestras sociedades, porque sacar más provecho de los alimentos, cocinándolos, nos ha dejado tiempo y energía para desarrollar las artes, la tecnología y los lazos con los demás.

Y por otro lado, compartir comida es construir futuros alternativos. Aunque la reciprocidad es parte de la economía en un sentido amplio, el valor está justamente en que nos permite experimentar interacciones al margen de la economía extractiva y mercantil. Cómodamente aceptamos alimentos por los cuales no hemos trabajado, intercambiamos productos con valores no equivalentes y regalamos parte de lo que tenemos destinado para nuestro propio consumo.

Quizá por eso nos urge tanto “que todo esto pase”: para volver a encontrar seguridad en el vínculo social. El “distanciamiento social” aún sigue siendo necesario, pero nos motiva que el otro no sea más una amenaza sanitaria sino, nuevamente, un comensal en nuestra misma mesa. Como siempre lo ha sido, siglo a siglo desde que somos lo que somos.