Columna

¿Dónde están los chiverres el resto del tiempo?

Por Larissa Soto
@lari_iral

Podemos recapitular el chiverre como acontecimiento, ya sea en la práctica, o como un recuerdo.

Marzo o abril. Otra casa no-tan-católica promedio. Yo metiendo los pedazos de chiverre crudo en una funda de almohada, haciéndole un nudo y metiéndola a la centrífuga. De la lavadora.

No me encanta el chiverre, pero recuerdo con mucho cariño aquellos días cuando lo preparábamos en el patio. Había que buscar palos para hacer una fogata, oler el gran espectáculo de la bola quemada, partirla con segueta, quitar las semillas y escurrir los pedazos lo más posible. En mi casa, acá entraba la lavadora. Luego, desmenuzar las hebras, que iban a la olla más grande, la que casi no se usaba.

Había que ir a pedirle a doña Mirna unas hojas de higuera. Voy contenta con mi extraña misión unas casas abajo. Vuelvo corriendo, a ver cómo se le pone a la olla una tonelada de dulce, algunas especias, y mucho más fuego. Todo para obtener esa miel con la que, para más trabajo, algunas familias hacen empanadas.

Podemos recapitular el chiverre como acontecimiento, ya sea en la práctica, o como un recuerdo. Pero difícilmente en otro momento que no sea Semana Santa. El resto del año, ¿dónde está?

El chiverre es una cucurbitácea. Familia estrella de la domesticación americana, tiene en su árbol genealógico al ayote, los zucchinis, los zapallos, los melones, la sandía, el pepino; y a otros menos obvios como el chayote, el tacaco, el paste o la jaiba.

Veamos aquí lo mestizo de esta práctica. Tenemos nuestro fruto americano preparado a lo medieval. Sí, por la influencia árabe de los dulces, más antigua que lo que hoy es España. Este consumo moderno se sostiene además, en relación con un rito religioso católico de orígenes coloniales.

Eso, por secular que se esté volviendo la sociedad costarricense, le ha dado forma a la demanda, y así, ha influenciado decisiones meramente agrícolas. Los chiverres son sembrados al tiempo justo, en los lugares indicados, para que estén disponibles entre marzo y abril.

La gente hace comidas como esa, de la que, nutricionalmente hablando, no parece haber “necesidad”, porque las fiestas son momentos para disfrutar bienes escasos. Pero nuestra sociedad post-industrial, de frente al régimen alimentario corporativo, cuenta ya con poquísimos bienes que pueda llamar escasos. Los postres elaborados ya no son una rareza estacional. 

El chiverre podría estar en nuestra mesa el año entero, pero eso arruinaría el ritual. Necesitamos algo que nos aporte la satisfacción de estar comiendo el producto de un elaborado y extraño proceso.

Escapada como por milagro de la uniformización global de las dietas, entre marzo y abril emerge esta verdura rara, pesada, que aparentemente no sirve para otra cosa. Hace su aparición en la casa y nos genera alegría, así no vayamos ni a media procesión para justificarla.