Lucía Molina
@lucymolina08
Hay personas que creen que los sueños muestran el alma y otros que en lo profundo del sueño están mis deseos frustrados. Mi abuela usaba los sueños para comprar la lotería. Los místicos dicen que si soñamos con muertos es que pronto nos casamos y los religiosos sueñan con el fin del mundo.
Yo no manejo mucha información sobre los sueños. En mi caso, nunca he logrado recordarlos y todo lo que trajo (y se llevó) la pandemia gradualmente me volvió apática hacia la vida y dejé de soñar despierta, pero no me hace falta soñar porque nunca, como durante el último año y medio, los límites entre el sueño, la realidad y la ficción se habían desdibujado tanto.
El Covid-19 llegó en la década en que la ‘post verdad’, las verdades alternativas y realidades paralelas dominaron los discursos políticos, las tardes de café con las tías y las películas de superhéroes.
Si han tenido sueños raros durante el confinamiento, no se preocupen, los estudiosos dicen que es una forma de lidiar con nuestro trauma colectivo y la falta de memorias y emociones significativas durante el último año y medio.
Advertencia: Este es uno de esos textos pretenciosos que asegura que la ‘realidad superó la ficción’ y que la humanidad no había pasado por nada parecido a lo que vivimos en el 2020, pero suave ¡Piénselo bien! ¿Cuál pandemia? *se pone el sombrero de aluminio*
El sueño
Tras meditarlo responsablemente, entre shots de cacique, decidí que si Elon Musk puede alucinar con la Matrix (y ser llamado genio) yo también tengo derecho a compartir mi propia conspiración y argumentarles, para beneficio de la salud mental de todos nosotros, que la pandemia es una mentira y que estamos viviendo un sueño.
En este sueño (o pesadilla) el presidente de los Estados Unidos -cansado de invadir países tercermundistas- se invadió a sí mismo, las vacunas son magnéticas y Gollo las vende en cuotas a 24 meses, José María Figueres es presidenciable y los fetos son personas.
En la asamblea Villalta y Paola Vega se disputan el campeonato en Fortnite y el diputado Dragos Donalescu patentó la ‘mascarilla caliente’. Esto último, como todos sabemos, lo convirtió en el primer diputado abiertamente sadomasoquista en Costa Rica.
La realidad
Todos (con excepción de Jeff Bezos y otros reptilianos de Wall Street) hemos perdido más de lo que hemos ganado durante la pandemia.
Eso no va a cambiar comprando una lengua de suegra para la sala o pintando mandalas. Logramos mantener la cordura gracias a los compañeros y/o compañías virtuales o peludas en el camino, pero eso tampoco puede compensar la pérdida incalculable en emociones y recuerdos. Lo más difícil es que no sabemos que perdimos.
Tampoco podemos olvidar que en el último año murieron muchas personas, muchas familias lidiaron con dificultades económicas, miles de niños perdieron su infancia y que entre las personas que vivieron -y sobrevivieron- el virus una gran parte vivirá con consecuencias en su salud por el resto de su vida. En el futuro post pandémico vamos a conocer a esas personas y esos encuentros nos van a recordar que esta pandemia también nos pasó por el cuerpo y la mente.
De vuelta a mi realidad: el último viernes de mayo me emborraché, después de casi dos meses de no salir de mi apartamento (aunque eso último ya a nadie le sorprende) y me reí de lo torpe que era, canté, sentí pánico y luego alivio. De regreso a mi apartamento, cuando alcancé un nivel de sobriedad distinguible, me desperté dormida en la alfombra de mi cuarto y vi la hora en mi teléfono: solo había pasado una tarde y había vivido más que en el último año. Sollocé durante mucho tiempo.
Yo les recomiendo aceptar que la pandemia no es un sueño (y de paso que las vacunas funcionan). Empecemos a vivir el duelo acompañados y entre conversaciones reales y honestas (el cacique no es requisito, también puede ser un whiskito).
Yo me siento más liviana y apenas estoy empezando.
Lucía Molina (alias Pancha). Periodista y bruja ansiosa (pero feliz).