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¿Cómo Catán me salvó la vida en pandemia?

Por Valeria Navas
@vnavas_

Me remonta a tiempos en familia, a momentos alegres y a fiestas. A manos artesanas, a desayunos y a tardes de café.

Para empezar a contarles esta historia tengo que devolverme a marzo del 2020, el momento exacto donde el mundo se fue al carajo por culpa de la pandemia. Desde esa fecha hubo un antes y un después en todos los aspectos de mi vida, pero particularmente en la forma en la que me podía divertir y entretener. Poco a poco los cines fueron cerrando, los conciertos empezaron a cancelarse y a los bares le pusieron candado.

 En medio del caos, el miedo y la desolación que puede provocar una crisis sanitaria como la que nos tocó vivir, nos arrebataron nuestros principales espacios de catarsis y convivencia, no teníamos escapatoria y, como diría Mando, “this is the way”.

Cuando fui consciente de esta realidad, y que el asunto de la pandemia iba para largo, lo primero que pensé fue que me iba a volver loca, y para desgracia o consuelo, no era la única que temía por su salud mental. Mi grupo de amigos, al igual que yo, estábamos sufriendo y mucho.

Para contrarrestar los efectos de la crisis, decidimos abrir un grupo de acompañamiento en WhatsApp, al inicio lo usábamos para comentar las conferencias de prensa del Ministerio de Salud, pero eso no ayudaba mucho, hasta que uno de ellos (el más ñoño) nos compartió un enlace para jugar Catán en línea. No les miento que al inicio la idea no me llamó mucho la atención por un motivo, y es que nunca he sido muy competitiva. En ese momento creí que el juego iba a sacar el peor lado de cada uno, pero igual me apunté al plan.

Nuestra primera partida fue un viernes a las 8 de la noche, todos nos conectamos puntuales por Discord, porque según mi amigo (el más ñoño y gamer) con esta aplicación la experiencia de juego iba a ser más entretenida e interactiva… y no se equivocó. Fue justo a partir de ese momento que mi concepción de los juegos de mesa –especialmente de Catán– empezó a cambiar y para bien. ¿Por qué?

Empecemos por la temática, en síntesis, nos enfrentamos a la gran misión de conquistar la Isla de Catán que está compuesta por diversos tipos de terreno: desiertos, pastos, bosques, cerros y montañas. El principal reto es hacer una colonia con las materias primas que nos vamos ganando en cada casilla por la que pasemos. En este punto, uno podría decir que se trata de un juego como cualquier otro, tipo Monopoly, pero créanme que Catán va más allá.

Como les conté al inicio, lo que más me desalentaba de jugar, era la idea de ponernos muy competitivos y que se generara entre nosotros un conflicto. Ya todos teníamos suficientes problemas en la cabeza como para sumar otro más a partir de un juego.

Iniciamos la partida con las reglas clarísimas (puntos extra por su sencillez), y conforme fuimos avanzando nos dimos cuenta de que era necesario ayudarnos entre todos para construir carreteras, asentamientos y las rutas de comercio. O sea que, si queríamos llegar a los 10 puntos y ganar, era inevitable procurar la prosperidad de mis amigos.

Después de llegar a esa conclusión, Catán no solo se convirtió en mi juego favorito, también se transformó en el salvavidas emocional de un grupo de amigos que estaban al borde de la locura en medio de la pandemia. Tras esa primera partida, en nuestro chat de acompañamiento pasamos de comentar las conferencias de prensa del Ministerio de Salud, a idear estrategias y a pasarnos trucos para sacarle mayor provecho al juego.

Los cuatro encontramos en nuestras partidas de viernes de Catán una nueva motivación para salir a flote de lo que estamos viviendo, consolidamos nuestra amistad y, sobre todo, recuperamos la alegría y las risas que nos arrebataron en la pandemia.