Columna

Agricultura y confusión: un breve manual de auxilio

Por Larissa Soto

Agricultura orgánica, ecológica, sostenible, regenerativa, climáticamente inteligente, agroecología. ¿Es todo lo mismo?

Podríamos hablar también sobre la agricultura sintrópica, Permacultura, y seguramente otras más, pero hablemos de las que se suelen confundir como sinónimos en Costa Rica.

Primero, podríamos definir lo que no son. Cada uno de estos términos hace referencia, de una u otra forma, a alternativas a la agricultura convencional, aquella que cuenta con los adelantos de la “revolución verde”: agroquímicos, monocultivos, maquinaria. Este tipo de producción ha demostrado aumentar los rendimientos, pero también agravar la desigualdad, aniquilar el suelo, atizar el cambio climático, y despreciar la diversidad biocultural.

Los pueblos indígenas, afrodescendientes, o campesinos inclusive, han sostenido y reinventado muchas prácticas al margen de esa revolución verde, como el policultivo o la agroforestería. De ahí que una parte importantísima de estas alternativas se ha basado en paradigmas tradicionales. Para decirlo en resumen: no están inventando el agua tibia.

Aún con eso, cada propuesta se diferencia en algunos aspectos, en su origen histórico, en quienes las promueven y en la profundidad de las transformaciones que buscan. Pero no necesitamos ahondar tanto aquí para despertar la curiosidad.

Agricultura sostenible puede ser cualquiera que cumpla con buenas prácticas de sostenibilidad, pero no supone ninguna propuesta articulada. Lamentablemente, el concepto de sostenibilidad en algunos ámbitos se ha vaciado de su significado y de sus implicaciones originales.

En nuestro país la agricultura orgánica es ampliamente conocida. Consiste en gestionar de una forma holística la biodiversidad, los ciclos biológicos y prescindir de los insumos sintéticos. Siendo así, es posible configurar monocultivos orgánicos, lo que podría tener consecuencias ecológicas no deseadas. Además, no necesariamente elimina la dependencia de insumos externos a la finca, y en ocasiones los procesos de certificación suponen dificultades para las personas productoras. Esta forma de cultivar es regulada en Europa bajo el término de agricultura ecológica.

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La agroecología es a su vez una ciencia (que estudia los agroecosistemas), una práctica (la aplicación de conceptos y principios ecológicos al diseño y manejo de agroecosistemas) y un amplio movimiento social. Desde sus inicios, en Latinoamérica, incorpora no sólo el conocimiento tradicional, sino también las demandas de justicia social de los pueblos indígenas, afrodescendientes y campesinos. Actualmente, la agroecología tiene amplio sustento científico y articula un proyecto político de transformación profunda de los sistemas alimentarios.

Un poco más recientes son las propuestas de la agricultura regenerativa y la agricultura climáticamente inteligente. La primera ofrece métodos que se enfocan en reponer agua, nutrientes y suelo, no solamente extraerlos. Esta aproximación no plantea nada nuevo con respecto a las prácticas de la agroecología, y podría, en algunos contextos, considerarse una cooptación, dado que hay una apropiación parcial de los principios que ya la agroecología ha venido desarrollando en los territorios. Lo mismo sucede con la segunda, que hace un énfasis en las nuevas tecnologías, y nace de agrupaciones con fuertes intereses económicos.

Las alternativas se fortalecen cada día, a la vez que el interés y la responsabilidad de lxs consumidorxs aumenta. Cuando el objetivo es el mismo, no existen fronteras sobre las posibilidades de aprendizaje. Por hoy, lo más esperanzador es que el dominio y la legitimidad de la agricultura convencional se han resquebrajado sin remedio.