Adriana Santacruz

La mentira de reinventarse

Por Adriana Santacruz

Reinventarse. La palabra que hoy es casi el eco del coronavirus. Todos la repiten como un mantra, como si en ella estuviera la vacuna o el secreto para afrontar la pandemia. Yo no la resisto. Pronunciar esas cinco sílabas me causa enorme repelús. RE IN VEN TAR SE. Inventar tiene inherente algo que se crea. Descubrir algo. La creación viene de hacer algo en donde antes no existía nada, o al menos eso no existía. Re- Inventarse ¿es entonces hacer este proceso dos veces? ¿Repetirlo?

Vuelvo a la raíz. Crear algo donde antes no existía nada.

Escribo este artículo porque a ojos de muchos me he “reinventado” varias veces. Es mentira. Esta es la verdad, esta es mi versión:

Viví mas de una década, disfrazada de gran ejecutiva, en pasillos de oficina, con tacones, vestidos y carteras de diseñador, escondida detrás de tres pantallas, siguiendo segundo a segundo las noticias de la economía mundial como si fuera mi propio ecocardiograma. Cumpliendo presupuestos, recibiendo bonificaciones, en una carrera acelerada por ascender en la organización donde trabajaba, en el sector financiero, en el mundo.

Me casé, a mi esposo le ofrecieron trasladarlo de ciudad, renuncié a mi trabajo, y ¡BAM! primera supuesta reinvención. En menos de un año pasé de ser gerente de tesorería en una multinacional, a ser profesora de cocina saludable en un restaurante local. 

¿Me reinventé? ¿Creé algo de la nada? ¿Algo desconocido? ¡NO! La realidad es que no inventé nada. La realidad es que me conecté con mis temores, con mis pasiones, con la niña que siempre cocinó en un banco en la cocina y que cargaba recetarios de arriba a abajo por la escalera que separaba la cocina de su cuarto. 

La realidad es que cuando llegó la incertidumbre, solo existía la certidumbre de haber querido dedicarse siempre a la cocina y haber cedido por la inmadurez típica de la edad a la que debemos tomar esas decisiones y al ejemplo de una familia de banqueros. Yo no me inventé nada. Mucho menos me reinventé. La verdad no me quedó más alternativa, gracias a Dios, que hacer algo que sé y que me encanta: Cocinar.

Pasan los años, estudios, me consolido como health coach, me hago pseudo famosa en un mundo de instagramers, desayuno, almuerzo, como, respiro recetas y cocina sana, viajo fuera de mi país a dictar cursos y llega el segundo ¡BAM! Quedo embarazada. 

No es secreto que, aunque mi embarazo llegó en el tercer año de un matrimonio feliz, tuvo psicológicamente en mí, el mismo efecto que un embarazo adolescente. Sorpresa, asombro, negación. Nunca planeé quedar embarazada. A decir verdad, en mi década de financiera voraz, ser mamá no era compatible con una carrera exitosa en un ambiente laboral tan masculino. Nunca lo consideré. 

Y viene la segunda supuesta reinvención. En menos de nueve meses, cambio los sartenes y los “live” por la teta y los pañales. ¿Reinvención? ¡Absolutamente NO! ¡Es de lejos el momento más instintivo de mi vida! Así esté planeado, a ciencia cierta, nadie tiene idea qué tipo de mamá será cuando tiene a un recién nacido en sus brazos. Yo no fui la excepción y resulté ser una mamá leona que aún hoy le cuesta delegar tareas maternales por más tediosas que sean. Nuevamente, no creé, no inventé absolutamente nada. Simplemente volví a la raíz. A lo básico. Apagué el ruido de todo y dejé que mi corazón reinara.

Y bueno, ahora llega la pandemia. El encierro. Cuando por fin había encontrado algún balance entre la vida laboral y maternal, llega esta realidad inimaginada a tocar a nuestras puertas. ¿tercera reinversión? Llevo más de setenta días en casa, y aunque es mi último deseo estoy en plena capacidad de abrir un jardín infantil. Mis horas, días y minutos, han pasado detrás de pinturas, plastilina, muñecas y ollitas de juguete. ¿Me lo inventé? Esta es la parte más linda: No.  Lo recordé.

Entonces toda esta contagiosísima reinvención para mí no es otra cosa que recordar, de nuestra infancia, de otro plano espiritual, de otra vida para los menos incrédulos, algo que resuena cada vez más fuerte en nuestra mente, en nuestro instinto. Esta mal llamada reinversión, desde mi punto de vista, no es más que una invitación a desnudarnos, a oírnos, sin juicios, sin expectativas, encerrados en nuestro propio cuerpo con nuestros propios demonios. Esta bendita reinventada, es, sin rodeos, el hervor de nuestra esencia incendiando nuestra vida cuando no aguanta un segundo más estar contenido. 

Es el llamado a ser, quienes desde siempre, hemos debido ser. Tal cual nos inventaron.