Por Karina Salguero Moya
@salgueromoya
Hace dos años empezó el fin. Y con el fin, inauguró Temporal. Lo que hay es lo que cabe en el tiempo y lo que se ve es lo que se instala en sus salas.
Vistos desde un microscopio, en los muros de Temporal se adhieren partículas tóxicas de las emisiones que migran con el viento y se explican por el alto tránsito del que son cautivos y testigos esos muros.
La alta velocidad de, por ejemplo, el bus de Tirrases es proporcional al cambio de luz del semáforo de Los Yoses, que a la vez viene precedido de un buen impulso que toman todos en el alto del KFC. Cualquier carro, cualquier bici, cualquier acto de ciudad se lee en esos muros. Todo en paz con eso, porque dentro de esas paredes sucede lo contrario y la realidad que conocemos se compone de fuerzas opuestas.
Temporal se toma su tiempo, lo cuenta, lo revisa, lo cuestiona, pero especialmente lo fracciona. Hace apenas unos días se cumplió el tiempo en el que el coleccionista de arte Judko Rosenstock proyectó el préstamo de la casa, para que se generara un multiespacio creativo, antes de tirarla y construir un nuevo proyecto.
Es esto lo que explica la muestra 321_0_123. Esto también explica por qué 44 días, 18 horas, 2 minutos y 18 segundos después sigue la cartelera y no hay garantía de que continúe el fenómeno natural.
Hace dos años empezó el fin. Y con el fin, inauguró Temporal, que llena de contenido una construcción laberíntica, que además de tener dos cocinas y muchos baños compuestos de al menos cuatro décadas de azulejos se despide en su ruta hacia la demolición. Lo que hay es lo que cabe en el tiempo y lo que se ve es lo que se instala en sus salas. Por nombre son: Sergio Leiva y Luciano Goizueta, quienes la dirigen y a la vez son fundadores junto con Agustín Fallas y Thomas Tupper. Luego se suma el extraordinario talento de Juliette Fonseca con sus textos y el registro fotográfico frenético de Juan Tribaldos.
Hoy los talleres los habitan Alejandro Cruz, Agustín Fallas, Diego van der Laat, Sergio Leiva, Carlos Llobet, Andrés Ramírez, Mariano Espinoza y Thomas Tupper, pero mañana pueden ser otros nombres. La sala temporal tiene residencias que se abren por convocatoria y como espacio de reflexión puede mostrar obras curadas o simplemente, como durante estos dos meses, lo que sucedió y sucede en un proceso iterativo.
El fotógrafo Juan Tribaldos lleva una línea de tiempo anterior a la ocupación de la casa. Su trabajo atestigua el momento en que Sergio Leiva habla con Judko Rosenstock y que desgrana el reloj de arena. Temporal es una casa que corre la suerte de ese reloj y el espacio. Una casa que dejó de ser casa. En un tiempo que se detiene.
La muestra que se inauguró en agosto y que descuenta hasta octubre es heterogénea, como cada aposento de la casa interminable, y es el resultado de una compilación de trabajos que en su mayoría se generaron en una zona específica. Los trabajos de Luciano Goizueta y Juan Tribaldos, que junto con otros y otras artistas conforman el cuerpo que se exhibe, están más vinculados con la sentencia de muerte del inmueble. Representan los últimos pensamientos, las últimas imágenes, el color de la caducidad. Las y los artistas contemporáneos corren contra ese mismo reloj, por eso Temporal busca discursos que den un giro a la percepción lineal de nuestra época.
321_0_123 es un conjunto de reflexiones y también representa el riesgo inminente de la edificación, pero el enemigo real es la dificultad de mantener y gestionar proyectos culturales en una economía golpeada y lacerada por lo inmediato. Temporal se mantiene por muchos esfuerzos colectivos que deben continuar, que se niegan a cerrar y que existen en la plataforma posible, en esa cuerda floja que conocen quienes la caminan y no están dispuestos a acordar un final. Los espacios de reflexión siempre van a existir por condición humana, pero una democracia joven necesita más.