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Terraplanismo, sentido común y realidades paralelas

Por Jaime Gamboa

El sentido común nos impone ser precavidos con las ideas que nos obligan a cambiar, a reeducarnos, a sacrificar lujos o placeres adquiridos.

Hace unos días, una diputada se dejó decir en el congreso que el presidente Alvarado mentía al decir que las inundaciones de julio eran consecuencia del cambio climático. La madre de la patria afirmó, completamente convencida de la solidez de su razonamiento, que había documentos históricos desde el siglo XVIII, que daban cuenta de grandes inundaciones en Costa Rica desde entonces, y que eso demostraba que las penurias invernales no eran nada nuevo. Que siempre ha llovido, carajo.

Según ella, las declaraciones del presidente no se basaban en ciencia alguna, sino simplemente en una estrategia para quedarle bien a algunos de sus seguidores. Supongo que se refería a ese poco de chancletudos que tienen por cierto ese mito urbano del cambio climático y que insisten en poner trabas a negocios tan rentables, generadores de empleo, como la explotación petrolera y la producción de plásticos de un solo uso.

La anécdota podría ser graciosa en otro mundo: en uno que no se estuviera yendo a la mierda, precisamente por la inmensa cantidad de personas que aquí, en Rusia, en China o los EEUU, toman por válidos argumentos como los esgrimidos por la diputada, los aplauden, los repiten y los consagran como verdades más allá de todo cuestionamiento. Los dan por más reales que la realidad.

Ciertamente, es más fácil y menos inquietante creerle a nuestros ojos, confiar en nuestros amigos y amigas de WhatsApp y tomar por cierto lo que vimos en un convincente video de YouTube, que tomarse en serio algo tan ajeno como el deshielo de los polos o la muerte y blanqueamiento de los corales en algún arrecife australiano (¿no eran blancos los corales, desde siempre?).

El sentido común nos impone ser precavidos con las ideas que nos obligan a cambiar, a reeducarnos, a sacrificar lujos o placeres adquiridos.  Nos resistimos a la idea de que unos cuantos grados de temperatura de más puedan ocasionar la extinción de cientos de especies y amenazar la existencia misma de la vida en la tierra.

¿No ha habido siempre calor y frío, lluvia y sol, inundación y sequía? ¿Por qué ahora es distinto? ¿Qué tienen estos incendios forestales diferente de los que yo veía de güila en Guanacaste?

Puestos a elegir, muchos eligen que la realidad es la que sus sentidos le entregan, la que su sentido común les permite comprender, y no la que pinta la comunidad científica.

La tradición nos dice que no hay nada nuevo bajo el sol, que hay un tiempo para todo y que después de las vacas flacas vendrán, inexorablemente, los tiempos de abundancia. 

Tal vez llevamos en el ADN cierta resistencia a creerle a quienes pregonan el Apocalipsis. Después de todo, nunca han tenido razón, ni cuando se acercaba el año 1000, ni cuando el 2000, ni en el 2012…  ¿Por qué creerle ahora a Greenpeace y sus fans, que ni siquiera le ponen fecha y hora al Fin del Mundo? El hecho de que sean científicos no los hace más creíbles…

Que la tierra es plana es un hecho evidente, no necesitamos leer ningún libro para saberlo. ¡Demostrame que es redonda! No podés, ¿verdad?

Y quizás ese es el verdadero apocalipsis.