Por Josué Arévalo
@joarvi
Creo que este país tiene mucho talento, y si a ese talento le diéramos los recursos que necesitan, podríamos tener mejores resultados, pero sobre todo un país mejor.
Uno de mis primeros recuerdos infantiles se remite al año de 1980, concretamente al 3 de agosto, cuando estaba a punto de cumplir tres años. Obviamente no tenía noción de que fuera 3 de agosto, ni de que me faltara una semana para cumplir años, tampoco sabía que ese día le habían entregado a mis papás mi primer pasaporte.
En agosto de 1980 apenas sabía hablar o bueno, mi mamá me dice que a los dos años empecé a decir cosas. Ese día lo recuerdo perfectamente, porque el 3 de agosto de 1980 fue la Ceremonia de Clausura de Juegos Olímpicos de Moscú, y un enorme Oso Misha salió volando del estadio olímpico. Recuerdo perfectamente la tristeza que sentí cuando el Misha plástico gigante abandonaba el estadio, sabía que algo se acababa, no entendía bien el qué, pero lo sabía.
Desde ese lejano 3 de agosto de 1980, las Olimpiadas me llenan de emoción, más bien, emociones, porque son muchas y muy diferentes. Por ejemplo cuando veo la ceremonia inaugural tengo una irremediable emoción infantil y me pongo a llorar, no lo puedo controlar. Cuando se acerca la Maratón ya empiezo a sentir nostalgia y una enorme tristeza parecida a ver volar al osito Misha. Las Olimpiadas de 1984, ya consciente de lo que eran unas olimpiadas, fueron muy emocionantes, y ni qué decir las de Seúl, ya con once años. Las de Barcelona hicieron que idealizara a una ciudad hasta el punto de querer aprender el idioma catalán, ese fue el inicio de mi interés por Cataluña.
No puedo describir la admiración que siento por los y las atletas que llegan a una Olimpiada, y ni qué decir por quienes ganan una medalla, o por quienes logran hacerlo en varias justas.
Llegar a una Olimpiada no es poca cosa, es estar en la élite deportiva. No es cualquiera que lo logra. Por eso me dio mucha rabia ver comentarios contra atletas costarricenses que llegaron a Tokio pero no ganaron medalla, hay que ser muy mezquino para lanzar insultos y tacharlos de mediocres. Quienes critican desde la comodidad, y la impunidad, que les dan las redes, no tienen ni idea de lo bueno que hay que ser para llegar hasta donde ha llegado cada atleta. Esto no es una oda al conformismo, es reconocer que están entre los mejores del mundo, y para estar ahí, hay que hacer mucho esfuerzo, tener muchísima disciplina y fuerza de voluntad, pero sobre todo en un país en el que no hay condiciones y en el que los recortes al presupuesto público significan recortes al deporte nacional.
La mayoría de nuestros atletas no cuentan con los recursos económicos, ni con instalaciones adecuadas en sus pueblos, y cuando las hay, no se las prestan. Cada cuatro años decimos lo mismo: “hay que apoyarlos; es necesario que haya más recursos”. Cada cuatro años los políticos salen a felicitar a nuestros atletas, para al mes siguiente proponer un nuevo recorte en los presupuestos nacionales.
Este año ha sido más evidente la hipocresía: diputados que impulsaron mociones para recortar el presupuesto de cultura, deportes y educación, fueron los primeros que, cínicamente, felicitaron a los atletas. No sé cómo tienen cara para hacerlo. En redes, quienes apoyan las medidas de austeridad presupuestaria curiosamente luego son quienes exigen resultados, y quienes ejecutan los recortes son los primeros en felicitar. No sé muy bien cómo llamarle a esto…
Es una pena que, además de reclamar la austeridad y destruir lo público, normalmente sean esas mismas personas quienes también se rasgan las vestiduras porque la “juventud está perdida” y son también quienes piden mano dura, y quieren las cárceles llenas, que claramente es más caro que invertir en educación y deporte.
Creo que este país tiene mucho talento, y si a ese talento le diéramos los recursos que necesitan, podríamos tener mejores resultados, pero sobre todo un país mejor. Lo que se necesita es sensatez, visión a largo plazo, porque recursos hay (aunque nos digan que no). Como país deberíamos tomar una decisión de lo que queremos, y deberíamos hacerlo sin dogmatismos ideológicos. Debemos decidir qué queremos realmente, cuál es la vía. Si queremos que nuestros atletas representen a nuestro país, que compitan, hay que invertir en ello, para eso hay que dejar de lado las “decisiones austericidas”, y reforzar seriamente el programa de Juegos Nacionales, formar y contratar entrenadores de calidad, fortalecer (dotando de infraestructura) la educación física en las escuelas y colegios, visibilizando y financiando deportes más allá del fútbol, y porqué no, creando liceos deportivos en todas las provincias. Todo eso se podría hacer si hubiese voluntad, orden, planificación, y sobre todo, si políticos, funcionarios y empresarios dejan de robar.
De aquel lejano 3 de agosto de 1980 ya solo me queda ese recuerdo del osito Misha volando en los cielos de Moscú, pero esa emoción infantil por las olimpiadas la sigo sintiendo, estoy seguro de que muchas personas también la sienten, y creo que habrá muchas que consideran que vale la pena hacer un esfuerzo colectivo para que nuestros niños y jóvenes hagan deporte, y sobre todo sueñen como alguna vez lo hicimos nosotros.