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​​Sobre-análisis de amor

Por Valeria Murillo

El trabajo de redefinir el concepto de amor con el que crecí fue la invitación abierta para que todos mis “fails amorosos” viajaran al presente tal y como si fueran una combinación entre gente sombra y los reyes magos.

Sentada en su carro, parqueado en algún lugar de Río Seco de Guanacaste, escucho a una distancia no tan lejana la voz de Camilo Sesto: “viviiiiir así es mooooriiiir de amoooor, por amoooor tengo el alma heridaaaaa”. En la construcción donde está la radio que transmite este gran himno al amor romántico, pienso que ninguno de los trabajadores debe estarse identificando con la canción tanto como yo. Además, encuentro irónica y muy precisa, la casualidad de escucharla ahí, cuando en mi mente mi muy nueva interpretación del amor está en alerta roja, reajustándose una vez más.

 

Mi muy nueva interpretación del amor es apenas un feto. Viene gestándose desde hace 3 años. Concebido en un profundo proceso de duelo que ha mutado con el pasar del tiempo. La muerte de mi mamá y mis interpretaciones sobre ella, su vida y como la vivía, me llevaron a una asustadora pero esperanzadora conclusión: yo necesito, de manera urgente, redefinir lo que es amor para mí.

Su muerte se sintió como un viaje sicodélico que siento acaba de concluir, un ciclo que finalmente tuvo cierre. En el viaje, la analicé tanto que terminé viendo mis heridas originales y anhelos modelados que han dado forma a cómo me he relacionado con aquellos a quienes he elegido amar. Verme perpetuar varios de sus patrones fue tener que aceptar, con dolor y agradecimiento, que no habría tenido el chance de ver nada de esto, con la intensidad y claridad que lo vi, si mi madre no hubiese muerto como murió y yo no me hubiera ob-se-sio-na-do con “entender” lo que pasó.

A pesar de la apertura y la diferencia generacional, yo continuaba sutilmente abonándole energía al esquema del patriarcado más puro y nocivo: el miedo. Y es por eso que en la invisible arquitectura de mi ser –justo al lado de todas las canciones que me sé y de los recuerdos que no se van ni por intervención divina –reside el miedo. El inquilino más necio que tengo.

El trabajo de redefinir el concepto de amor con el que crecí fue la invitación abierta para que todos mis “fails amorosos” viajaran al presente tal y como si fueran una combinación entre gente sombra y los reyes magos. A lo lejos con aspecto sospechoso, pero de cerca son entes amables que traen regalos. Que quizá no los consideré regalos hasta después de un tiempo, cuando entendí que en esto de crecer, cada fail amoroso en realidad es un win. Un regalo, aunque no se asuma esa verdad de manera inmediata.

Cada vínculo fallido ha sido una improvisación en mi ciclo de crecimiento. Un estudio de campo capaz de arrojar datos sobre mi naturaleza, cómo me percibo, mi manera de dar amor o recibirlo, y lo que soy o no soy. Por qué me relaciono de la manera que lo hago, en qué partes fui rígida, donde flui con facilidad, qué necesité y cómo lo pedí, qué di, qué heridas se activaron o inclusive, cuáles se sanaron. Esto porque el vínculo viene dotado del poder de profundizar esos patrones, o de cambiarlos. Salimos lastimados de relaciones, pero también es en ellas que sanamos.

En la peligrosa investigación de explorar mis heridas encontré simpáticas evidencias para el trabajo de campo; las cartas de “amor” que recibí en la escuela, y que guardo con extraño apego. Algunas exponen el que habría sido mi primer fail romántico, que tuvo que haberme dolido porque, aunque no lo recuerdo del todo, esta carta dirigida a una Valeria de 11 años, por otra criatura de la misma edad, parece explicar lo que sucedió:

“Valeria: me agradas, me gustas mucho y te amo, por eso quiero que me disculpes por lo que te hice la vez pasada. Te prometo que en mi vida lo haré de nuevo. Me gustaría volver contigo, seguir como éramos antes, por eso te hago esta carta. Fui ciego la vez que te rechacé por otra, que al final no me gustó. Compréndeme, estoy loco por ti, sueño contigo, pienso contigo. No sé que escribir más, lo dejaré así. Me imagino que me comprenderás con esta carta como la dejé. Te amo. Te quiero. I love you”

Además de esta carta, que no sé si comprendí así como la dejó, en el proceso tuve que incluir todas las canciones de plancha que mi mamá escuchaba en Radio Musical. Morir de amor no se me antoja mucho pero entiendo a Camilo, también a Mijares cuando decía que amar es jugarse la vida, o incluso a Ángela Carrasco cantando: quererte a ti, quererte a ti, es callar y esperar.

Lo que si comprendí es que la herida que tengo apareció muchos años antes de 1997. Antes de haber empezado a existir, probablemente. No es mi culpa, y parece que la de nadie, pero si es mi responsabilidad sanarla. Asumir ese trabajo no desde la niña herida, pero sí desde una adulta con heridas de infancia, es la parte más difícil de todo. Sanar es sanar. Es ver dónde me duele, para al menos integrarlo y, así, encontrar nuevos recursos que me permitan vivir de una manera más ligera.

El resultado de investigar al amor y cómo lo navego, ha sido un cúmulo de revelaciones sobre absolutamente todo en mi vida. Al final todas las cosas convergen ahí, en el amor. Cómo lo vivo, es cómo me relaciono con la vida misma. Por eso en mi labor por desprogramar algunas de esas creencias y comportamientos que venían partiéndome las esquinitas de los huesos, tuve que reconocer que, para crear los cambios que quería, primero debía soltar el miedo a no ser vista o querida y lo que eso pueda significar.

En el proceso he sentido de todo menos comodidad. Ni estoy vibrando a frecuencias altísimas, ni tampoco se escucha un cuenco tibetano de fondo con cánticos que me elevan a otro plano astral donde todo es amor y luzco como una diosa. Sanar es agotador, porque cambiar es caótico. Hay mucha duda y sabotaje en el aprender a sentirme segura con la manera en como estoy gestionando las cosas. Ir en la búsqueda de esas heridas y entenderlas es un trabajo de paciencia y humanidad, pero leí por ahí que también es una emergencia planetaria. Una oportunidad más para meditar sobre la capacidad que tenemos como humanos, de crear, destruir y afectar.

Mis amores no han sido más que espejos. Donde me veo buena, mala, egoísta, generosa. Donde veo lo que anhelo o temo ser. Donde veo a mi sombra y las decenas de contradicciones que soy. Y donde después de un tiempo entiendo que quien me refleja está en la misma posición que yo; ansiando el amor, ansiando entender cómo funciona el mundo y pasando por la vida buscando ser comprendido mientras explora e interpreta la turbulencia de su propia existencia.


Kilómetros y toneladas de silencio después, en algún lugar entre Río Seco y Puntarenas; surgió el desencuentro con un inevitable punto de quiebre. El fin de algo, el inicio de otra cosa. Un nuevo reajuste, otro regalo.

Gracias espejo.