Por Alejandra Arburola Cabrera
Allí, en sueños, me estaba enfrentando a mi mayor miedo, ese miedo que tenemos todas, ese miedo que han sufrido muchas: ser víctima de violencia sexual.
Me desperté de pronto y de manera brusca. Al abrir los ojos sentí paz: era un sueño. Pude reconocer el miedo profundo que estaba sintiendo y me obligué a no dormirme de inmediato. Claro, podría volver a caer y ser atrapada unos momentos más en ese sueño. La pesadilla estaba aún muy fresca, angustia que sentí no la quería vivir ni un segundo más.
Entraba en un edificio, caminaba por los pasillos, llegaba a ese cuarto. Parecía una sala de reunión, estaba realmente oscuro. De pronto, sentí la presencia de alguien más en el salón.
Estaba cerca mío. Yo miraba hacia atrás, y ese hombre de anteojos, barba, dientes separados y sonrisa siniestra, se acercaba a mí, me sujetaba con fuerza y me restregaba contra su cuerpo.
Allí, en sueños, me estaba enfrentando a mi mayor miedo, ese miedo que tenemos todas, ese miedo que han sufrido muchas: ser víctima de violencia sexual.
Así, de pronto, una noche cualquiera de periodo electoral, comprendí que el miedo a la violencia sexual lo protagonizaba un candidato. Es así como comprendí también que una sola persona representa el ejercicio de poder que ejercen varios hombres sobre muchas de nosotras.
Esos hombres de candado, dientes separados y sonrisa siniestra los encontrás en todo lado. En tu familia, en el trabajo, en el bar donde te estabas tomando una cerveza. Son conocidos o desconocidos, los topás en la calle, observás su tranquilidad mientras van dando pasos y dejando un rastro de impunidad.
Ellos lo comprenden muy bien. Para ellos no pasa nada y piensan que, quizás, quizás, podrían ser presidente. Mientras tanto, yo sigo batallando para no volver a quedarme dormida. Nunca quiero sentir más ese miedo desesperado.