Columna, Idahyma Barrantes

Feminismos y cromatismos en aumento

Por Idahyma Barrantes
@idahyma

El violeta es el color feminista de la igualdad. En las multitudinarias manifestaciones los tonos violeta son protagonistas en las calles; quien quiere mostrar su apoyo a la causa los usa de múltiples maneras: en la ropa, en carteles o pañuelos.

Mujeres jóvenes procedentes de diversos países europeos habían cruzado el Atlántico hasta Estados Unidos en busca de más trabajo y una vida mejor. Sobrevivían con una jornada de 52 horas semanales que veían retribuida con un mísero sueldo y que las arrojaba a unas pésimas condiciones de vida como parte de la realidad de los movimientos de población del campo a las ciudades y se concentraban en las fábricas. Esos movimientos fueron masivos y se extendieron también al siglo XX, cuando además las migraciones cruzaban fronteras internacionales, continentes y océanos.

En 1911, en la fábrica textil Triangle Waist Co. Nueva York, la mayoría de las trabajadoras, de entre 15 y 23 años, laboraban sin ninguna medida de seguridad. La fábrica mantenía los accesos al edificio cerrados para evitar robos y, en aquellas condiciones un incendio acabó con la vida de 146 obreras y dejó gravemente heridas a 70 personas más.

Este es uno de los episodios más duros vividos en clave femenina. Se dice que el humo que expedía el edificio y que podía verse desde casi toda la ciudad era de color lila debido a los tejidos que se usaban en esta fábrica de camisas.

Este acontecimiento hizo que, desde aquel momento, el color lila estuviera asociado a la lucha feminista. La alemana Clara Zetkin propuso durante la Segunda Asamblea Internacional de Mujeres Socialistas, rendir homenaje a las trabajadoras textiles. Emmeline Pethick-Lawrence, una de las más destacadas sufragistas lo explicaba así: “El violeta, color de los soberanos, simboliza la sangre real que corre por las venas de cada luchadora por el derecho al voto, simboliza su conciencia de la libertad y la dignidad”.

Según la teoría feminista, las gafas con las que se debe mirar al mundo son de color violeta, porque llevarlas puestas significa mirar el mundo y darse cuenta de las situaciones injustas que padecen las mujeres de todo el mundo son por el simple hecho de serlo. Un signo distintivo de la época fue el broche de tres colores (verde, blanco y violeta). El blanco simboliza la honradez en la vida privada y en la vida política. El verde simboliza la esperanza en un nuevo comienzo.  El broche servía para reconocer rápidamente a otras camaradas. Al igual que en la Revolución Francesa, las banderas tricolores son el símbolo de todos los movimientos liberadores.

Los colores deben parecer cotidianos para reconocerse sin confusión posible como los colores del movimiento femenino y este efecto identificador no puede conseguirse con un solo color. Hay quienes simplemente creen que si es feminismo es igualdad de hombres y mujeres, se juntan los colores azul y rosa y sale el violeta, el color feminista de la igualdad. En las multitudinarias manifestaciones de los últimos años los tonos únicos de violeta son los protagonistas en las calles; quien quiere mostrar su apoyo a la causa los usa de múltiples maneras: en la ropa, en carteles o pañuelos que hacen más visible un mensaje, la reivindicación de la igualdad de derechos sin importancia del género, en definitiva, el feminismo.

Se abre la puerta al color naranja

Según datos de las Naciones Unidad una de cada tres mujeres ha soportado violencia física o sexual, principalmente por un compañero sentimental; cerca de 120 millones de niñas han sufrido el coito forzado u otro tipo de relaciones sexuales forzadas en algún momento de sus vidas; y 133 millones de mujeres y niñas se han visto sometidas a la mutilación genital femenina. Phumzile Mlambo-Ngcuka, la directora ejecutiva de ONU Mujeres sostiene que el color naranja se asocia con la paz mundial, es decir, lo opuesto a violencia: “Tenemos que inundar todos los lugares con este color tan llamativo para transmitir el mensaje de forma alta y clara: todas y todos debemos unir nuestros esfuerzos para poner fin a la violencia contra las mujeres y las niñas, ahora”, defiende.

La Enmienda por la Igualdad de Derechos de la ONU de 1978 es  una campaña de concienciación llamada ‘Días naranjas’-‘Orange Days’. La entidad anima a llevar lazos de color naranja en las actividades que se organizaron en todo el mundo el 25 de noviembre, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer y vestir de este color en la sede de Naciones Unidas en Nueva York y Times Square.

La campaña del lazo blanco

La campaña del lazo blanco nace en Canadá. A finales de los años 80, fueron asesinadas 14 adolescentes por el solo hecho de cursar una carrera destinada a hombres. El asesino las mató al grito de “feministas”. A partir de esa fecha un grupo de varones pensó que tenían la responsabilidad de implicarse, e implicar a otros hombres, en hacer algo para que cosas así no sucediesen más, y lo primero que hicieron fue dejar de permanecer en silencio. La campaña propugna que hay que denunciar y desafiar a otros hombres a examinar sus actitudes hacia las mujeres. Llevar el lazo blanco significa aceptar el compromiso personal de no cometer, permitir, ni silenciar la violencia contra las mujeres.

Los pañuelos blancos también homenajean a las Madres de la Plaza de Mayo de Buenos Aires, que utilizaban para visibilizar los secuestros y asesinatos ocurridos durante la dictadura de Jorge Rafael Videla. Además, las protestas y marchas, en todo América y Costa Rica se acompañan por los himnos “Un violador en tu camino” y “Mi muñeca me habló”, performances creados por colectivos como Las Tesis y Callejeras Autoconvocadas Bio Bio.  

Una opción tricolor

La nueva bandera feminista creada por la activista Fernanda Dudette ha sido compartida por miles de usuarias en redes sociales como Facebook, Twitter e Instagram. Hace un llamado a utilizar esta nueva propuesta llamada la “bandera interseccional sorora y aliada”, que une los colores violeta, verde y rosa con significados específicos.

Es una bandera que ha sido tomado para la alianza las mujeres feministas y el movimiento LGBTQIA+, asegurando que, en el feminismo, la violencia deja de existir. En palabras de la escritora Chimamanda Ngozi  escritora de We should all be feminists: “las mujeres están llamadas a salir a las calles, a movilizarse. Porque si ellas paran, el mundo también lo hace”.

De acuerdo con Magali Terrazas, integrante del colectivo feminista Rosas Rojas, el color morado ha sido el color que utiliza el movimiento de mujeres a nivel internacional. También corresponde a la postura abolicionista dentro del movimiento feminista porque repudia el patriarcado y la violencia como formas de control social de la mujeres.  

El verde busca que las mujeres tengan control y decisión sobre su propio cuerpo, incluido el cuándo y cómo ser madres y la legalización del aborto. El rosa representa una forma de asumirse como “aliada” a otros movimientos, específicamente a las mujeres trans. La pañoleta verde en el rostro o en el brazo simboliza la reivindicación de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres.

Terrazas expuso que la primera vez que se utilizó el verde fue el 2003, cuando las integrantes de la campaña nacional del aborto de Argentina se preparaban para el décimo octavo encuentro de mujeres. Este color ha permitido aglutinar a muchas mujeres en América Latina y en el resto del mundo como una fuerza política para defender el aborto seguro, legal y gratuito”, recordó. El verde se incorporó al feminismo en 2017 a raíz de la llamada Marea Verde argentina, cuando se comenzó a legislar a favor de este derecho en aquel país,  ahora su uso se ha extendido a lo largo del continente.

Con el paso del tiempo y la desarticulación del sistema de la moda se está logrando  que la indumentaria sea más amigable con la usuaria, formando parte de su relato cotidiano y de sus luchas. El cromatismo feminista es fiel a sus valores y a un estilo de vida sin violencia. El cuerpo –territorio de las mujeres– está siendo despojado de sus múltiples máscaras sociales; comienza a devolver al vestido-objeto el dato correcto, real y preciso que demandan sus derechos y no el mandato social de mujer-objeto. Con el fin de que esto ocurra de manera fluida, el vestido no se puede pensar como una prolongación automática de sí. En cambio, es preciso considerarlo una creación sensible, alerta y política y social del discurso de los feminismos.