Por Gabriela Valladares
@gabrielavalladaresnavas
Solo sentir el elemento sabroso derritiéndose entre mis dedos tibios es el inicio de un disfrute solemne.
Por traducción y definición me refiero a placeres culpables. El mío es muy fácil de identificar: ¡un buen chocolate! Esa exquisita sustancia elaborada con pasta de cacao, grasita y azúcar llena de calorías que surgió después del descubrimiento europeo de las Américas.
Si voy a pecar no lo voy a hacer con cualquier chocolate… ¡Nada de eso! Si voy a caer en la tentación de la grasa y el azúcar, que valga la pena. En mi caso, es con un chocolate que tenemos mi marido y yo en la mesa de noche de él. Ponerla ahí fue una decisión tomada por unanimidad entre ambos, porque él es mucho mejor administrador que yo.
Desde tiempo atrás reconocimos que el pecadito de referencia no puede estar de mi lado pues corre el riesgo de ser consumido de forma total y egoísta en un lapso de tiempo muy corto como para ser verdaderamente disfrutado, y las cosas buenas nos deben deleitar verdaderamente. Mi inteligencia e ingenio, ganados con la experiencia que da la edad madura, me hicieron reconocer dónde está más seguro ese tesoro y ahí lo mantenemos bajo el resguardo celoso de mi “significant other”.
La dinámica es así: ese chocolate deseado (cuya marca no compartiré pues no estoy haciendo propaganda ni mercadeo) viene dividido en cuadritos. Entonces Don Jorge se encarga de dividir y entregarme a mí, y un mismo tanto igual para él, casi de forma consagrada, esa filita de 3 cuadritos “pecaminosos”. Solo sentir el elemento sabroso derritiéndose entre mis dedos tibios es el inicio de un disfrute solemne.
Un cuadrito, otro … y, un tercer y último cuadrito… me invade la nostalgia y hasta temor del fin, pero las cosas buenas se deben gozar así, despacio, con gusto y hasta con malicia. Cuando la vida se disfruta se es feliz, y a eso vinimos a este mundo, a ser felices.
Reconozco que, a veces, quiero ser más feliz de la cuenta y pretendo otra fila de chocolate adicional. En ocasiones mi marido es complaciente y sucumbe a mis encantos de mujer, pero también a veces estricto si no tenemos reserva y me tengo que conformar con los tres cuadritos acordados en un acto consensual desde tiempo atrás en nuestra relación. Ese chocolate de mesa de noche se ha convertido en parte de nuestra complicidad de pareja y nos endulza la existencia.
Así es la vida: como una caja de chocolates: sorpresas y aprendizajes. A veces debemos ser conmedidos pero también a veces podemos disfrutar de un poquito más de placer.
Hoy nos encontramos en un mundo de pandemia donde nada es seguro y la vida nos cambió a todxs sin excepción. Debemos permitirnos unos cuantos placeres culpables o unos cuantos cuadritos de dulce satisfacción, porque vida solo hay una y se debe disfrutar.
Al fin, un poco de grasa y azúcar no le hacen daño a nadie… bien lo decía Julie Andrews en ese súper personaje de Mary Poppins, niñera severa pero cuidadosa que utiliza la magia y el autocontrol, : “la peor medicina con azúcar gustará, lo amargo quitará…” ¡Cantemos y disfrutemos cada momento de la vida “in a most delightful way”!
Mujer plena, feliz y agradecida con Dios. Abogada litigante, madre, esposa y amante del vino espumante y el chocolate.