Sin Categoría

Moneda de oro

Por Beatriz Cabrera Zamora
@beacabrerazamora

Nos retiramos de situaciones que representan desafíos porque, de repente, creemos que las derrotas resaltan nuestras mortificantes imperfecciones

Yo no soy moneda de oro para caerle bien a todo mundo, dijo mi abuela mientras se cruzaba de brazos, una tarde de café el setiembre pasado. No recuerdo exactamente sobre qué trataba la conversación, pero así como la mayoría de veces, lanzó su opinión como una flecha: con la determinación suficiente para dar en el blanco. A pesar de ser alguien sumamente cautelosa, la franqueza y sinceridad suelen caracterizar sus palabras, parecen dotes innatos. Mi abuela es el tipo de persona que se aferra a su propia verdad, se desentiende de los juicios de la gente, es clara y concisa, los problemas se ven tan pequeños cuando son contados por su boca. 

Me gusta pensar que percibimos el mundo a través de un lente, cada persona mira y da sentido a su propia realidad; en efecto, cada perspectiva es valiosa en su singularidad. La diversidad que esto alberga puede llegar a ser aterradora, especialmente en esos momentos cuando sentimos inseguridad de quiénes somos. Entre tantas posibilidades para ser, a veces nos podemos preguntar si existirá una correcta.

Creo que por eso en muchas ocasiones se siente vergüenza, de lo que pensamos o hacemos, y terminamos haciendo tediosas modificaciones en función de lo que es admisible, como si fuéramos arcilla que sacrifica pedazos de sí para moldearse. Nos sumergimos en la búsqueda constante de la aprobación en todas nuestras acciones, guardamos nuestros pensamientos, intereses y emociones por temor a exponernos al escrutinio de otras personas. Nos retiramos de situaciones que representan desafíos porque, de repente, creemos que las derrotas resaltan nuestras mortificantes imperfecciones. De cierta forma, se acepta una tutela externa; supongo que todas las personas lo hacemos alguna vez, la crítica y el rechazo generan una sensación de inquietud difícil de sobreponer.

Y es que no somos siempre lo mismo. No somos algo estático, rígido, cada experiencia le agrega a nuestra historia personal una carga profunda hacia lo que somos y seremos. Basta con detenernos a pensar en cómo éramos hace cinco años ¿En qué pensábamos? ¿Qué hacíamos? Sea cual sea la impresión que nos den esos eventos pasados, construyeron lo que somos hoy. 

Se podría decir que mientras atravesamos la vida nos exploramos, nos formamos, nos presentamos una y otra vez; y aunque sea un pasaje lleno de incertidumbre, la relatividad que brota en cada lente es hermosa. Aunque sentir miedo es inevitable, limitarnos en aspiraciones ajenas es recortar las oportunidades de transformación, de crear, es entorpecer sacar provecho de nuestro potencial o simplemente negarnos el placer de ser.

No quiero decir que lo preciso sea ensimismarse, que la seguridad se transforme en un egocentrismo absoluto hacia la propia opinión. Aunque es importante valorar nuestra experiencia y las nociones que surgen de esta, la crítica y la apertura hacia nuevas perspectivas enriquece nuestras ideas y aporta una comprensión más profunda y completa del mundo, negarlas sería intentar navegar en un océano desconocido con un mapa incompleto.

La frase de mi abuela no influyó en dejar el miedo atrás, no es posible deshacerse de una emoción, no se puede cubrir así como una capa de pintura vieja. Opté por prescindir de los conceptos absolutos, los que excluyen las perspectivas intermedias y los matices, los mismos que niegan la complejidad inherente en nuestras vidas cada vez más agitadas. Nuestra vida no es ni debería ser equiparable con las expectativas tan confusas que nos gritan desde distintas direcciones. La particularidad en la que se encuentra inmersa cada realidad es suficiente para aceptar no solamente como tal la diversidad con la que una persona percibe el mundo, sino también para validar la adaptabilidad que se ha requerido y el esfuerzo que conlleva. 

Definitivamente no creo que lo más importante sea ser moneda de oro en el proceso, tampoco propongo lo imposible, como dejar el miedo, pero sí tener la empatía suficiente para hacer de mí misma un lugar seguro para aprender, equivocarse, expresar, o para simplemente existir en las millones de posibilidades de lo que podría ser mi esencia.