Bienestar

Luz para la Luz

Por Daniella Muñoz
@amma.tallerfloral

Donde ponemos nuestra atención ponemos nuestra consciencia.

Leer esta frase y asentir desde la razón y la lógica no es suficiente para entender profundamente su enseñanza. Para ello, es necesario convertirla en experiencia diaria.

Hace 5 años inicié un camino espiritual que cambió por completo mi vida, desde las tareas más simples, como limpiar la casa, hasta en conceptos más complejos, como el del Ser, el Todo y el Uno.

Este camino espiritual es el mismo que nace y se vive en la India, especialmente en la antigua India (pre colonización) practicado no solo en ashrams, sino en todos los hogares. Su nombre es Sanatan Dharma y se basa fundamentalmente en la manera en como vemos las cosas, partiendo del hecho de que todo es Dios y entendiendo a Dios como Consciencia Suprema, energía creativa y Amor incondicional.

Ahora bien, la palabra ¨Dios¨ siempre ha causado un corto circuito en mi cerebro. Me resulta difícil relacionarme con ella; no siento nada al pronunciarla, la encuentro plana, irreconocible… vacía. No tengo razón clara para esto, puedo pensar que es por lo convenientemente manoseada que está su etimología o por lo lejano y desvinculado de una experiencia humana que se encuentra su concepto occidental. Ni siquiera me dan ganas de poner la letra d en mayúscula… ¡Total acto de rebeldía! (not!)

A pesar de mi guerra interna entre letras mayúsculas y minúsculas, quería con todas mis fuerzas sentir algo más allá de la materia, porque en la materia (objetos, personas, amor familiar, etc.) no lograba encontrar felicidad. Por esta razón, cuando conocí la filosofía de la India, su forma de vivir y su manera de ver las cosas me enamoré completamente.

En la India se vive con profundidad el concepto del Divino Femenino, mejor conocido como la Madre, encarnación pura de la energía maternal. Fue justo esta idea la que logró abrir la puerta que despertó, por fin, mi consciencia y mi corazón. Pero antes de ponerme romántica, me es necesario señalar que, para entender este concepto hay que separar el juicio de una madre material, llena de errores humanos y deseos insatisfechos y regresar a la concepción pura de Madre, o la ideología de un amor maternal completa y perfectamente entregado al cuidado y chineo de sus hijos. Una madre que se abandona a sí misma por amor.

Existen miles de ejemplos simples y relatos místicos para poder explicar esta representación de maternidad. Uno de mis favoritos es el ejemplo del Sol, que en la India lo consideran como una divinidad femenina y su traducción correcta sería, entonces, la Sol. La labor del (de la) Sol es, en un acto de amor, quemarse a sí mismo (misma), quemarse tanto hasta llegar, un día, a desaparecer por completo, quemarse entero (entera) para poder brindarnos su calor. En resumen: darnos la vida.

No coloquemos a la Madre en un lugar inalcanzable, no cometamos el mismo error que cometimos con el Padre, al contrario, por esa misma cualidad suave y sutil nos es posible percibirla en todo lado, como por ejemplo en la belleza de una flor o en los colores que tiñen el cielo durante un atardecer deslumbrante.

Dicho y explicado, de la mejor manera que pude, este el concepto de la Madre. Repito lo que escribí al inicio de este artículo: para entender de manera profunda es necesaria la experiencia diaria. Y esta es la misión fundamental de los ashrams.

He tenido la fortuna de visitar y vivir en ashrams en diferentes partes del mundo bajo una guía espiritual real. Los ashrams verdaderos son lugares donde nos podemos abandonar (cuando espiritualmente se habla de abandono se está hablando principalmente de la renuncia del ego). De esta forma se puede tener la experiencia propia de las enseñanzas y confirmar su verdad, partiendo de las hipótesis que todo es energía, que somos parte de un todo, que todos somos uno y que, por lo tanto, todo es perfecto

Utilizando el término de Madre se puede decir entonces que: todo es la Madre, somos parte de la Madre y todos somos la Madre (esta última, traducida a ¨tico¨ suena muy vacilón) y que, por lo tanto, todo es perfecto. Tradicionalmente, en el ashram se encuentra la presencia de un gurú, un maestro espiritual que su labor es hacerte recordar, a veces de maneras no tan amorosas, que vos no sos vos, que sos la Madre Divina como lo son fulanito y zutanita, como también lo son por igual la caca de vaca y las joyas de oro.

No todos contamos con la dicha de poder vivir estas experiencias espirituales, pero eso no quiere decir que no podamos practicar las enseñanzas y vivirlas justo donde estamos. Una de ellas es entender lo importante y sagrado que es el acto de cocinar y comer.

Inicié con la frase: “Donde ponemos nuestra atención ponemos nuestra consciencia”, pero está incompleta. Donde ponemos nuestra atención ponemos nuestra consciencia y la consciencia tiene el poder de transformar. 

En un ashram la cocina es considerada como un segundo templo, es decir, es tan importante como el lugar donde se realizan todas las prácticas devocionales. Solo personas asignadas pueden entrar; estas personas ofrecen los alimentos crudos y el acto de cocinar, a la Madre para luego disponerse a preparar las comidas. Durante la preparación de los alimentos no se prueban ni se huelen, porque luego de preparados y antes de ser servidos se le vuelven a ofrecer a Dios. 

Así como en nuestras casas no empezamos a comer hasta que todos estén sentados o por lo menos ¨los más importantes¨, de la misma forma, y con mucha más razón, sucede con la Madre. Por lo tanto, se necesita total concentración, atención y conexión con los alimentos para saber si les falta sal, si les falta cocción, etc. Para tener toda la atención colocada de esta manera se repite un mantra que ayuda a mantener la mente ocupada y controlada de pensamientos aleatorios.

Por supuesto que suena complejo cocinar así, pero lo importante no es tanto el ritual, es el nivel de consciencia con el que se realiza y entender su poder transformativo. Al colocar la consciencia en que todo es la Madre, cada lechuga, cada pedacito de pan comienza a vibrar en esa frecuencia alta de la Madre, en la frecuencia del Amor, de la Luz. Y si entendemos que somos también la Madre estaríamos, entonces, ofreciendo LUZ a la LUZ.

El camino espiritual es largo, los pasos torpes y los obstáculos muchos pero, en lo personal, considero que este cambio de paradigma ha sido no solo una transformación, sino también un despertar completo a la vida, a otros aspectos de ella que de otra manera no me hubiese sido posible percibir. 

Realizar toda acción como un acto de amor me ha hecho realmente feliz. Ha impactado todo lo que hago, mi trabajo, lo que consumo y cómo me alimento, mi conexión con la naturaleza, especialmente con las flores; y mis relaciones, principalmente aquellas difíciles, tóxicas y complejas.

El ser humano es la única especie que cuenta con la capacidad de transformar el estado energético de las cosas con tan solo así quererlo, así pensarlo, así sentirlo. Nada ni nadie más en este planeta puede hacerlo y es por esto que todo está esperando por nosotros. Los árboles, el agua, los animales, los niños; todo está esperando y deseando ser elevado por nuestra consciencia. 

Estoy convencida de que nuestra consciencia es el eslabón “perdido” que una vez activado y despierto, logrará transformar el infierno en paraíso.


Daniella Muñoz es diseñadora de marcas y artista floral con un exceso de hobbies.