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Los calzones de mamá

Por Mauricio Vargas Barguil
@vargasbarguil

La tienda y la oficina estaban exactamente frente a las Ruinas de la Parroquia de Cartago, para mí un recuerdo gris de un presente gris.

Por allá del año 2008 falleció mi mamá; mi papá le siguió seis meses después. Yo me encontraba muy triste, fueron golpes muy fuertes. Mi mamá, comerciante antes de morir, era dueña de la tienda Barguil, muy conocida en Cartago. Mi papá, abogado, dejó la oficina poco antes de fallecer. 

La tienda y la oficina estaban una al lado de la otra. Para mí, en esos días, ir a la oficina a trabajar, era ver a mi papá ahí sentado y a mi mamá llegando a la tienda… cada día era realmente difícil. La tienda y la oficina estaban exactamente frente a las Ruinas de la Parroquia de Cartago, para mí un recuerdo gris de un presente gris.

Para complicar más las cosas, la muerte de mi madre hizo que la tienda cayera en ventas y poco después de morir mi papá, la tienda cerró. Un día, poco después del cierre, llego yo a mi oficina, me parqueo al frente en la calle, y, exactamente delante de mí, se detiene un Mercedes Benz de lujo, color azul oscuro. De él se baja un hombre de unos 55 años, impecablemente vestido, y le ayuda a una señora bastante mayor a bajarse del carro, y proceden a cruzar el caño para llegar a la acera, quedando de pie enfrente del local cerrado de la tienda Barguil, sin entender ¿por qué?, a las 10 a.m., la famosa Barguil estaba cerrada. 

Pues bueno, yo los veo desde mi carro y siento el deber de explicarles por qué la tienda estaba cerrada. Me bajo del carro, me acerco, y —mientras la señora seguía de pie en la acera sin entender ¿qué pasó?—, le digo al caballero: “Disculpe, veo que están aquí frente a la tienda Barguil, yo soy de la familia, ¿les puedo ayudar?” 

El hombre me mira y me dice: “Ah gracias, mucho gusto, vea, venimos de San José, ¿usted sabe por qué está cerrada la Barguil?”, y entonces, yo le digo tranquilamente: “La Barguil ya quebró y cerró hace poco”. 

El señor se agarra la cabeza y exclama: “Dios mío pero nooo… ¿qué pasó?”, y yo le digo, de nuevo tranquilamente: Es que murió mi mamá…, y él exclama: “Noooo, no me digás, ¡se murió Nuhr!”, (evidentemente conocía a mi madre). Yo le replico, de nuevo, tranquilamente: “Sí, y además, como mi papá murió 6 meses después…”. 

El hombre se jala los pelos y casi que grita: “No me diga, ¿se murió Enrique? (¡de viaje también conocía a mi tata!)”. En fin, yo creí que le iba a dar un ataque, pero, en eso, en lo más tremendo de las malas noticias que le tiré en segundos, me mira (yo juraba que me iba a dar el pésame), y me dice:

 “¡Y AHORA!, ¿DÓNDE LE COMPRO LOS CALZONES A MAMÁ?”. 

Me sostuve la risa, y, bueno, los mandé a la San Gil… pensando que a ese hombre lo mandaron mi madre y mi padre para hacerme saber que estoy acompañado.