Bienestar, cine, Entretenimiento

La muerte de Bing Bong, lo imaginario y Nicanor Parra

Por Javier Guerrero
@happyguerrero

Prefacio.

Pocas muertes las he sentido tan cercanas como la muerte de Bing Bong, el amigo imaginario de Riley Andersen en Intensamente.

La imagen de ese elefante rosado con cualidades de gato, algodón de azúcar y, supuestamente, delfín, dejándose ir al olvido la muerte total, todavía regresa a mi cabeza y me distrae y me ahueva y me agobia. Este texto, en parte, lo escribo para excusarme, por si alguien me vio aquella tarde en Multiplaza con los ojos hinchados, de mal humor, cabizbajo y no sé qué más ni me hago responsable, me entienda y se disculpe conmigo por no darme en el momento mi debido “pésame”. (Este término no termino de entenderlo, pésame, pues todo ser humano con edad considerable debería ser completamente capaz de pesarse por su propia cuenta. Tendría más sentido, incluso, si cuando se diera el pésame no solamente se abrazara, sino que, en la misma posición de abrazo, se intentara levantar a la otra persona, en fin.)

Sobre Bing Bong.

San José, 2015. Mi hermano tenía diez y cuando hay un niño en la familia solo se va al cine a ver películas animadas. Eso sí, se va con mayor frecuencia.

Intensamente (Inside Out) era la novedad y en su trailer, bastante cuestionable, prometía una experiencia hilarante de inicio a fin, con muchísima comedia de situación y música upbeat. La película resultó ser lo contrario. El trailer hacía énfasis solamente en las primeras escenas de la película y la vendía descaradamente por lo que no era, como los anuncios de Taco Bell que solo presentan el burrito y no advierten de la diarrea. Se trataba de un trailer peligroso, hipócrita, un gancho que utilizaba la risa de los chiquitos, como mi hermano, para llevar a sus hermanos mayores a las salas de cine y torturarlos ahí adentro. Un trailer que, a mi parecer, debería ser demandable por publicidad engañosa, pero carezco de conocimiento legislativo (e interés) para llevar a cabo la denuncia.

En Intensamente, Riley Andersen, la protagonista, se muda de Minnesota a San Francisco en pleno auge de la adolescencia, y ni ella, ni sus emociones, saben lidiar con el cambio, con los recuerdos, con su identidad. En palabras de Alfonsina, era como un mar dormido y la despertaron.

La película se concentra en dos de sus emociones, Alegría (amarillo) y Tristeza (azul), en un juego de Ping Pong bastante acelerado que va de un lado al otro, de un color al otro, amarillo, azul, amarillo, azul, azul, amarillo. Las otras tres emociones, Enojo, Desagrado y Miedo, son personajes de relleno, como en la vida, supongo (¿seguirá siendo el miedo un personaje de relleno?).

Debo aclarar que, para ese entonces, yo estaba por finalizar una etapa importante de mi vida, el colegio. Y la incertidumbre, el dejar ir, el dejar pasar, el crecer, el alejarme, todo eso se aglomeraba en mi cabecita y le daba vueltas como esas motos en los circos que se meten en una esfera de metal y van tan rápido que parece que en cualquier momento chocan o explotan o salen volando o algo.

Tal vez por eso, o por otras razones que sigo intentando comprender, la película me afectó terriblemente, como ninguna otra. Desde el prematuro momento en el que vi a Tristeza (azul) tocar un recuerdo feliz (amarillo) y poco a poco irlo destiñendo, enfriando, resignificando, en cámara lenta, transformando del inocente “Don’t Cry Because It’s Over; Smile Because It Happened” de Dr Seuss, a las depresivas saudades de Pessoa. Desde ese momento, antes de que comenzara la tragedia real, empecé a fabricar lágrimas en maquila.

Tenía tanto por recordar, y todo tan amarillo, que comenzaba a correr el riesgo de azularse con el tiempo sin darme cuenta. Y con la tristeza no hay manera de aislarla, de evitarla, siempre llega y toca un recuerdo, y ya está, nada que hacerle mi rey, esa felicidad puntual de un momento se queda en nostalgia para siempre.

Por ahí aparece Bing Bong, el amigo imaginario de la infancia de Riley, y algo en él transmite esperanza, inocencia. Tal vez por eso, minutos más tarde, cuando Bing Bong va por los aires en su cohete, con Alegría, cantando “¿quién es ese amigo ideal? Bing Bong, Bing Bong…” y decide lanzarse al olvido, para mí fue como el fin del mundo.

Una de esas lloradas que se manifiestan con muecas en la boca. Lloran los ojos, llora la nariz, llora la boca, llora todo el cuerpo, retorciéndose, temblando, sudando. Y aparece otra emoción que no retrata la película, la pena. La pena de estar llorando en voz alta en público, de no tener pañuelo para limpiarse los mocos, de tener que enfrentarse con el mundo real en medio duelo por la muerte de un amigo imaginario de un personaje de una película, y no saber cómo explicarlo.

Lo más doloroso era que, mientras yo sufría profundamente, los niños se seguían riendo en voz alta cada vez que enfocaban las torpezas de las demás emociones, como si no estuviera sucediendo algo extremadamente trágico frente a sus ojos. Pensé entonces en lo inútil que era mi tristeza (también Tristeza, personaje) y lo bien hecha que estaba la película. El hecho de que los niños se rieran a carcajadas cada vez que pudieran solo validaba más la trama: Riley también se hubiera reído antes de mudarse.

Pienso que si Bing Bong hubiera tenido la forma del monstruo de Saprissa, hubiera sido mucho más fácil para mí digerir su muerte, hasta disfrutable, verlo desaparecer. Porque eso es, uno lo ve desaparecer, desintegrarse, con una sonrisa en la cara, emocionado, seguro de que su sacrificio es la única opción para que Riley siga adelante. Y no se lo merecía. Hay tanto que no merece ser olvidado y se olvida.

Cuando salí del cine no quería que me vieran, ni quería ver a nadie, tenía la cara hinchada, los ojos rojos, y la mente en otro lado, solo quería estar en mi cama, intentando calmarme hasta quedar profundamente dormido. En resumen, Intensamente la viví intensamente. Mi familia me molestó: ay Javi, pero era solo un amigo imaginario. Y yo me dije a mí mismo, sí, solo era un amigo imaginario. Y me lo repetí varias veces, varios días, con afán de convencerme.

Sobre lo imaginario.

Llevo cinco años pensando en Bing Bong, en lo imaginario, en la ficción, en la muerte. Estos son mis apuntes.

Bing Bong no era solo un amigo imaginario. Representaba mucho más que eso, la inocencia, la infancia, la creatividad, la inmadurez, las etapas; pero, aún si fuera solo eso, “un personaje imaginario”, me pregunto: ¿No son todos los personajes del cine imaginarios? Personajes imaginarios en su mundo, imaginario también. A veces, como Bing Bong, habitan un mundo imaginario dentro de otro mundo imaginario, como matrioshkas imaginarias, y tienen bolsos imaginarios e historias imaginarias y muertes imaginarias.

Pienso, inevitablemente, en el poema o antipoema El hombre imaginario, de Nicanor Parra. En resumen vive en una mansión imaginaria, rodeada de árboles imaginarios, a la orilla de un río imaginario y todas las tardes imaginarias se asoma al balcón imaginario a mirar el paisaje imaginario, y en las noches de luna imaginaria, sueña con la mujer imaginaria y vuelve a sentir ese mismo dolor, ese mismo placer imaginario y vuelve a palpitar el corazón del hombre imaginario.

 Tal vez el cine de ficción, como conjunto y sin excepciones, se reduce a ser una involuntaria adaptación cinematográfica (como toda adaptación, a veces buena y a veces mala) de aquellos famosos versos del antipoeta chileno, en los que todo, absolutamente todo, resultaba imaginario excepto el dolor, el corazón del hombre imaginario.

Algunas adaptaciones resultan más fieles que otras, si acaso le cambian los detalles, algún personaje, algún verso. Otras se toman la libertad de cambiarle casi todo, las palabras, los sentimientos, el conflicto, a tal punto de creer que estamos ante una historia nueva, cuando sigue funcionando bajo la misma fórmula. En jerga de insecticidas: un mundo 99,9% imaginario con un 0,01% de realidad. Este 0,01% es finalmente el mosquito que nos pica, el sentimiento que hay detrás de los personajes, de la historia. La clave está en ese 0,01%. Sin ese mosquito de realidad, ese sentimiento que impulsa todo, ¿cuál es el punto de todo esto, de las historias, del cine, de imaginar? El punto es encontrarlo, o dejar que nos encuentre, y dejarlo que pique, todas las veces que quiera. Para ese momento lo imaginario habrá quedado en un segundo plano, y todo lo que queda es real, profundamente real.


Sobre el texto anterior (autocrítica).

El texto que acaban de leer, aunque lo escribí yo mismo, contiene fallos indefendibles e imperdonables. Tal vez por esta razón el autor (yo) omitió todo tipo de especificaciones históricas y fechas importantes. El hombre imaginario, vio la luz en el poemario Hojas de Parra, que fue impreso por primera vez en 1984. La primera película de ficción se estrenó en 1896, casi 90 años antes. Esto suponiendo que la primera película narrativa fue La reina de los repollos, de Alice Guy Blaché, y no Una partida de cartas, de Melies, como se cree comúnmente (aunque la de Melies se estrenó unos meses más tarde). Este lapso de casi un siglo hace que la teoría de las infinitas adaptaciones cinematográficas de El hombre imaginario quede automáticamente descartada, por si no lo estaba antes.

Además, distingo una cierta inclinación del autor, tan enfermiza entre sus contemporáneos cinéfilos por no decir cineastas, de reconocer en el cine la única vía, el último formato, y olvidarse de que este es el conjunto de sus partes. ¿Qué lo hace, por ejemplo, suponer que obras literarias como El Quijote o La Odisea, que tiene casi veinticinco siglos de antigüedad, no encaja con el molde del antipoema de Parra? ¿Qué lo hace creer que nosotros no somos personajes también de todo lo imaginario e imaginado?

Por estas razones, y otras que se me van a ir ocurriendo con el tiempo, le pido al autor que repiense su teoría, que por lo demás resonó muchísimo en mi persona, ya que también lloré desconsoladamente con la muerte de Bing Bong (amigo imaginario de personaje imaginario de mundo imaginario…) y lo comparé con el poema de Nicanor Parra, hasta el punto de llegar prematuramente a la misma conclusión, evidentemente imaginaria.

Ah, y como dice Yoda, mucho texto.

 



Javier Jesús Guerrero Cerda, tampoco conocido como Javier Guerrero, dice que ha dirigido algunos videoclips y cortometrajes. En su vitrina (o mesa de noche) dice tener un premio del Festival Shnit, una mención honorífica del CRFIC, un par de trofeos de ajedrez y muchos, muchísimos, separadores de libros.