Sin Categoría

Gabriela Coto: Siete días sin Instagram

La última vez que puse una foto en el news feed, me comentaron personas que ni siquiera sabía que tenía como amigos y me sentí expuesta y observada.

Facebook y yo llevamos algún tiempo de no hablar ni siquiera un poquito, somos conocidos nada más; por eso abandonarlo de un día para otro no me parece tan complicado. 

Luego, con el tiempo, me topé a un conocido que tenía por lo menos veinte años de no ver y cuando lo saludé, me dijo en tono irónico: ..” ¿Me negaste la amistad en facebook verdad?!”…y ahí en ese instante hice click.

A partir de ese momento, me convertí en una observadora silenciosa y solapada, por decirlo de una manera elegante. No volví a participar activamente ni darle like a nada. Con la excusa de que -“me gusta la sociología que se da entre las personas”-, empecé a escarbar la vida de los demás. Llegué a los lugares más recónditos e hice las averiguaciones más insospechadas. Espionaje a otro nivel. Lo hacía sin darme mucha cuenta la verdad.

Ahora veo con más claridad ese instinto de espía ruso que no sabía que tenia, pero sobretodo cuestiono hasta dónde era necesario, divertido o útil para mi vida “chepear” de esa forma.

En el momento en que lo desinstalé del teléfono, me mandó un correo invitándome a ver un post. A Big Brother no se le va ni una. Qué espanto.

Me da risa darme cuenta de mi realidad a partir de este ejercicio de desconexión.

Empecé una guerra cibernética con una aplicación social que controla las masas a nivel mundial y que tiene acceso a absolutamente toda la información de al menos 2 mil millones de usuarios mensuales activos alrededor del mundo. Una locura.

Somos hormigas futuristas queriendo pasarle por encima a una manada de elefantes salvajes desbocados con tres ojos y dos trompas que quieren llevarnos entre las patas a como dé lugar.

El caso con Instagram es distinto. Iniciamos una relación amorosa hace aproximadamente 4 años y fue agarrando fuerza e intensidad con el tiempo. Es lo primero que veo, -o veía- en la mañana antes de levantarme de la cama y lo último que reviso, -o revisaba- antes de irme a dormir. Nos acompañábamos todo el día. Una intensidad nunca vista. Partiendo del hecho de que no es un ser humano, puedo decir con toda la humildad del caso, que llenaba mis vacíos y el tedio de mi rutina diaria de manera contundente.

Ayer saqué la cuenta. Cerca de 9 horas diarias pegada en Instagram, si cuento todas las veces que lo uso en forma “espontánea” en una fila de banco, esperando que mis hijas salgan de la escuela, comiendo sola en un restaurante, cuando voy al baño o hago de copilota en un carro, por decir unos cuantos ejemplos.

El día que lo desinstalé de mi teléfono, sentí miedo y tristeza. Las dos cosas con la misma intensidad. Miedo de perderme de algo, de lo que hacen mis amigos, de no poder darles like a sus vidas cuasi perfectas o de no saber lo que están haciendo ni pensando.Tristeza, porque estoy abandonando a mi compinche, a mi wingman, al que me apoya y acompaña en la soledad y el aburrimiento del día a día y con el que supuestamente calmo mi ansiedad.

Las fotos y videos que uno considera inofensivas, se guardan en el disco duro de la memoria. La cabeza guarda las imágenes y luego las repasa cuando las dejás descansar por unos días. La gaveta Instagram existe. Es real. Qué miedo. “Big Brother is watching you and controlling your mind”. (con voz deDarth Vader)

Mientras leo estas líneas, me asusta darme cuenta el estado de dependencia que tengo con una A-PLI-CA-CIÓN W-E-B. (aquí calza perfecto el emoji de la cara con los ojos saltados)

Se supone que mañana termina mi experimento de siete días de desconexión, pero qué va; no estoy lista para volver. No le voy a dar ese gusto al “zucker” de Mark. No todavía.

 Me reto a crear un nuevo hábito y formar neuronas nuevas wireless por el tiempo que sea necesario. Guerra declarada.

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Por Gabriela Coto

Además de ser abogada, periodista y madre espectacular, Gabriela Coto es una de las plumas mejor guardadas de Costa Rica. La sinceridad en sus temas invita a pensar en qué tan honestxs somos con nosotros mismxs y qué tanto estaríamos dispuestxs a admitir lo que pensamos públicamente.


Gabi ha estado apoyándonos (como clienta y amiga) en Good Food desde que empezamos en 2014 y es un placer publicarla hoy en nuestro blog como parte de su proceso de dejar salir a la gran escritora, observadora y pensadora que es y siempre será.

Para leer más material por Gabriela Coto, ingresá en https://gabycoto.wordpress.com/