Sin Categoría

Estoy harta de tenerle miedo a los fantasmas

Por Melany Mora

Hay innumerables cosas sobre este mundo que no sé, pero no, no creo en fantasmas. Lo juro. Sin embargo, al escribir esto me cuestiono ¿y si lo hiciera?

Soy la persona más escéptica que conozco. Todo lo cuestiono, no miento cuando digo que no confío ni en mi propia sombra, pero he de confesar que no puedo evitar salir corriendo cada vez que apago la luz. Me gustaría lograr dormir con la luz apagada, ser todo el tiempo esa persona valiente que se ofrece a ir de primera en la casa de sustos del Parque de Diversiones. Pero la verdad es que soy un fraude. Qué dicotomía tan extraña es no creer en los fantasmas, pero tenerles miedo hasta las entrañas.

Uno de mis primeros recuerdos de infancia data de 2002, cuando aún era una niña rebelde sin miedo a nada. Después de hacerle un berrinche a toda mi familia, me fui indignada a encerrarme sola en el cuarto de mis abuelos. Mientras veía el tenebroso cuadro en blanco y negro del matrimonio de Ila y Olo, pensaba ingenuamente que nunca más le iba a dirigir la palabra a mis familiares como acto de protesta. Incluso estaba haciendo planes de irme de la casa con un pañuelo amarrado a un palo de escoba, cargando mis pertenencias a cuestas, tal y como me habían enseñado las caricaturas.

Mirando fijamente ese cuadro panóptico de mis abuelos, con el que podía tener contacto visual desde cualquier ángulo, escuché un ruido. Haber vivido mis primeros cuatro años en una casa de madera me habían entrenado a no inmutarme al escuchar pasos y crujidos en el suelo. Pero esta vez era diferente. Alguien estaba tocando la puerta desde adentro de mi cuarto. 

Me acerqué sigilosa. Tenía un ritmo muy humano, indescifrable. Ahora que lo pienso, hasta parecía hablarme en código morse. Lo tomé como un duelo y como la paz nunca fue una opción, agarré el picaporte de la puerta con toda la disposición de enfrentarme. Justo en ese momento escuché el patrón de golpes tradicional: “ta ta ta ta ta” / pausa / “ta ta”. ¹

Inmediatamente salí corriendo por las escaleras, bajé lo más rápido que pude para darme cuenta que todas las personas que vivían en mi casa en ese momento seguían ahí, juntos en la sala. Cuando les conté mi experiencia me tranquilizaron, pero con la mayor naturalidad del mundo me dijeron que seguramente se trataba de un fantasma.

Para mi familia era fácil decir eso, según ellos habían presenciado en numerosas ocasiones velas voladoras en diferentes puntos de la casa, mi abuela incluso había sido abducida por duendes en la niñez y una vez había sido poseída por el espíritu de un vecino fallecido, que había luchado en la Segunda Guerra Mundial.

Mi cerebro, de la manera más conductista posible, determinó que si me portaba mal, los fantasmas me iban a asustar. Desde ese entonces, intenté ser la niña más obediente, quedarme quedita en sitios públicos, huir del peligro y sacar buenas calificaciones. El miedo llegó a formar mi personalidad, incluso podría decirse que gracias a las secuelas de ese evento “paranormal” nunca he estado ni cerca de quebrarme un hueso.

Pero ya estoy harta. Ahora, mi mente racional se ríe de mí, me dice que todo esto es pura sugestión, que nada de esto ocurrió, que de haber sonado algo aquella noche hace casi 20 años fue un pájaro carpintero que entró a mi cuarto, pero nunca voy a saberlo porque no me animé a abrir la puerta.  Hay una palabra en alemán, Erklärungsnot ², que representa la ansiedad que uno siente de tener una pregunta y saber que jamás obtendrá una respuesta. Yo solo quiero que alguien me diga que eso nunca pasó, yo sólo quiero dejar de comportarme bien “por si acaso”.

Y sí, hay innumerables cosas sobre este mundo que no sé, pero no, no creo en fantasmas. Lo juro. Sin embargo, al escribir esto me cuestiono ¿y si lo hiciera? La escéptica en mi cabeza se sube a su caballo y cabalga a través de todo un prado espinoso de implicaciones que se derivan de la creencia en lo fantasmagórico. Los fantasmas significan que hay una vida después de la muerte. Una vida después de la muerte sugiere que tenemos almas. Las almas sugieren que la biblia tiene algo de razón. ¿Incluso la posibilidad de fantasmas no debería moldear drásticamente nuestra creencia sobre prácticamente todo: cómo deberíamos vivir nuestras vidas, qué estamos haciendo aquí en primer lugar?

Sin embargo, si me bajo de ese caballo alto, lo consigo entender. Los fantasmas como concepto son divertidos y ya. Coco, de Pixar, es muy buena, por ejemplo. Y los fantasmas ofrecen esperanza: que las personas que amamos nunca se han ido realmente, que sí hay algo esperándonos al otro lado. Incluso una creencia así de burda puede proporcionar una especie de consuelo escalofriante.

Aún así, hay algo más profundo acerca de los fantasmas que me molesta. Me pone violenta pensar en cómo algo tan inverosímil puede determinar mi comportamiento. Mi vida ya está llena de cosas que me mantienen despierta por la noche. Tengo plazos que cumplir, gente que complacer, pandemias que sobrevivir.  No tengo tiempo para dejar que los fantasmas entren en la ecuación.

Por lo tanto, para cerrar este debate mental me obligo a concluir este texto con palabras poco veraces que me dan consuelo: la verdad de los fantasmas es la forma en que representan nuestros miedos reales y legítimos. Y en este sentido, los fantasmas son muy, muy, muy reales. Todos en cierto sentido, somos casas embrujadas. Todo el mundo está obsesionado por algo: traumas, amigos perdidos, amores inconclusos, expectativas, errores, fracasos, y esos fantasmas están siempre listos para tocarnos la puerta.

Así que, de ahora en adelante, de día me dispongo rotundamente a negar la existencia de los fantasmas y de noche, a tener la mente un poco más abierta.

¹ “Shave and a Haircut” y la respuesta asociada “two bits” es un pareado musical de llamada y respuesta de 7 notas que desde el siglo XIX se usa popularmente al final de actuaciones musicales, generalmente para efectos de comedia. Se utiliza melódicamente o rítmicamente, por ejemplo, como golpe de puerta. Como dato curioso en México se usa como insulto, así que podríamos decir que mi fantasma era un gran cínico, pero con sentido del humor.
² En realidad esa palabra no significa exactamente eso, pero lo hace sonar más interesante.

Melany Mora Murillo nació un Martes de Mayo de 1998 en el hospital México. Comunicadora, Cineasta frustrada y Cantante entusiasta en karaokes (retirada hasta nuevo aviso). Una vez recolectó firmas para que volviera el helado de crema de limón de la Pops.