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Estar perdido

Por José Gutiérrez
@josernitos

Dentro de esos caminos que tenemos al frente hay unos más favorables que otros.

Me parecen irresistiblemente curiosas las personas que tienen la vida clara. Que sabiendo todas las incertidumbres de esta realidad, tienen un plan estructurado de lo que quieren hacer en 5, 10, y hasta 15 años. Eso sí, no me refiero a la gente que tiene una intuición nada más, sino de esas personas que además de saber la meta, tienen un plan claro con puntos y comas de cómo ejecutarlo hasta alcanzarlo. Para mí esa certeza sólo existe en las películas, en libros, en canciones, en obras de teatro, pero nunca en mi vida.

Quizás sobre-pienso las cosas. Quizás podemos tener esa claridad ante tanta incertidumbre. Pero no sé. Honestamente siento que nacimos perdidos y durante toda nuestra vida intentamos encontrarnos. Desde lo que nos da tranquilidad, lo que valoramos, los hábitos que encarnamos, y el tipo de vida que queremos. Pero es un proceso confuso y que nunca termina.

Crear planes tan detallados y estructurados durante el confuso proceso de vivir y su aplastante incertidumbre, me parece imposible. Aún así, no veo nada de malo e inalcanzable definir metas. Al final con cada plan fallado, con cada decisión que tomamos en la vida, vamos conociéndonos poco a poco. Y esas enseñanzas se convierten en guías, y en mejores formas de ver los caminos que podríamos tomar. Y dentro de esos caminos que tenemos al frente hay unos más favorables que otros.

Por eso me gusta esa separación entre meta y plan. Los planes me parecen construcciones mentales destinadas a fallar. Pues, la realidad es mucho más compleja que nuestro plan con puntos y comas. Aún así, no podemos resistir hacerlos, construirlos, y sobre todo apegarnos a ellos. Lo cual creo que es lo más problemático de crear planes. Apegarnos tanto que cuando fallan no podemos disfrutar la cruda y hermosa realidad. Por otro lado, las metas, las guías, y los principios nos ayudan a navegar la incertidumbre. Sacian nuestra necesidad de crear algún tipo de sentido en lo que valoramos, y de cómo nos imaginamos sobreviviendo el presente. Además, nos ayudan a tener más flexibilidad en las decisiones que tomamos, porque al final, los planes siempre cambian.

Supongo que eso se ha convertido en una guía o principio en mi vida, acercarme al futuro más como lo haría alguien que se guía por el olfato que alguien que lo hace con un GPS. Y aunque suene fácil, no lo es. Constantemente debo derribar esas construcciones mentales. Y sobre todo, esos apegos emocionales. Es un proceso confuso y de nunca acabar, pero con el tiempo se vuelve más sencillo.

Algo que me ayuda mucho es ver la situación en perspectiva. Es decir, querer no es suficiente para garantizar que algo vaya a suceder. Ver las cosas de esta forma, me impulsa al cambio, a aprender del choque entre expectativa y realidad, y sobre todo, continuar la vida. Es como ver un perro intentar subirse a un sillón y, viéndolo, tener la certeza que por más que quiera no va poder subirse porque aún es muy cachorro. No sé cómo explicarlo, pero verme en tercera persona con ojos de ternura, frustrado por el destino, me ayuda a dejar ir ese apego, esa construcción mental que me inventé.

En mi corta vida he tenido apegos más fuertes que otros: una maestría que no sucedió, amores que murieron, confianzas perdidas, en fin. Creo que es sano darse espacio y tiempo para distanciarse de las expectativas que hemos construido y que no sucedieron. Ver esos momentos como procesos de aprendizaje. De reconocimiento. No son derrotas ni algo de lo que debamos avergonzarnos. Y sí, quizás fuimos muy ambiciosos. Quizás muy ingenuos. Pero repito, ¿cómo no ver ternura en esa pasión e inocencia?

Quizás sólo soy yo el perdido. El que se reencuentra múltiples veces en un año. Dispuesto a perderme una vez más porque cada vez que sucede me conozco un poco más.


Perdido, curioso y humano.