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Estamos perdiendo el olfato… ¿una noticia que huele mal?


Por Arturo Pardo

En los peores momentos de la pandemia del Covid-19 el término “anosmia” se hizo más habitual que nunca. La pérdida de olfato se convirtio en uno de los principales síntomas del padecimiento del coronavirus, con un grueso de la población experimentando una aventura poco entretenida: no poder oler absolutamente nada. 

Ya en otros tiempos, cuando el cuadro sintomatológico ha evolucionado y también la población que la padece ha disminuido, la noticia de que nuestra raza está perdiendo el olfato tiene otro punto de origen. 

La contaminación del aire que respiramos también ha deparado en la afectación progresiva de nuestra capacidad de oler. El aire que respiramos está cargado de pequeñas partículas de polución aére (a las que se les llama –en conjunto– PM2.5. La contaminación que carga puede provenir de la combustión de automóviles, estaciones eléctricas y de la dinámica citadina donde nuestros mismos hogares participan.

¿De verdad es tan relevante esta contaminación como para afectarnos el olfato? Recientes estudios han demostrado que la afectación es real y va en crecimiento. El análisis de esta materia es reciente, o mejor, dicho, todavía hace unos 10 años era casi inexplorado. Uno de los profesionales que ha estudiado el vínculo entre la anosmia y la contaminación es el rinólogo Murugappan Ramanathan Jr. de la Escuela de Medicina John Hopkins, Estados Unidos. En su caso, determinó que el riesgo de desarrollar anosmia por la exposición sostenida a la contaminación del aire ha aumentado entre 1.6 y 1.7 veces.  

Su análisis fue motivado por la observación de que estaba incrementando la cantidad de pacientes que llegaban a consulta con este síntoma. Tomó entonces a un grupo de 2.690 pacientes y sus datos que habían recurrido a él en un periodo de cuatro años. De ellos, el 20% presentaba anosmia y eran no fumadores (para descartar los casos donde esto pudiera afectar la muestra, dado que el fumado puede provocar la anosmia).

Posteriormente, se hizo un cruce de datos entre la población con anosmia y su lugar de residencia, descubriendo que eran puntos donde, estaba medida, que la contaminación era más elevada. Es decir, los niveles de PM2.5 eran más altos.

Formas en las que se afecta el olfato

Para entender la manera en la que las partículas afectan la capacidad de oler, es necesario comprender que el bulbo olfativo (ubicado sobre las cavidades nasales) se conecta directamente con el cerebro. Se trata de un trozo de tejido sensible, lleno de terminaciones nerviosas. Cuando las partículas de contaminación alcanzan las terminaciones en el cerebro, se produce inflamación. 

Existe la teoría de que la acumulación progresiva de partículas de metal en el cerebro, aunque se introduzcan en una escala minúscula, pueden ser tóxicas y contribuir con el deterioro cerebral oxidativo que daña vías neuronales.

Una segunda teoría, desarrollada por el doctor Ramanathan Jr. es que la inflamación no ocurre cuando las partículas llegan al cerebro, sino apenas tocan el bulbo olfativo. El médico, a partir de sus estudios, recuerda la importancia de evitar la contaminación, independientemente de su fuente de origen. “Creo que necesitamos regulaciones estrictas y control”, asegura. La anosmia, entonces, es un recordatorio de los efectos que provoca en los humanos por su exposición constante, algo que, quizás, durante mucho tiempo hemos minimizado.


Información general tomada de nota de la BBC por Tim Smedley.